Plaza Bib-Rambla: el espacio que el turismo ha convertido en Bar-Rambla

El ADN de Granada

Los negocios de antaño han sido ocupados por bares, restaurantes y cafeterías. Es la zona del centro que más provoca la nostalgia de los granadinos

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Un grupo de turistas pasa por Bibarrambla.
Un grupo de turistas pasa por Bibarrambla. / A. C.

No puedo recordar la primera vez que estuve en la plaza Bib-Rambla o Bibarrambla, pero sí que era una preciosa mañana de mayo en el que los tilos ofrecían su olor más perseverante. También recuerdo la imagen que ofrecía aquel espacio lleno de quioscos en el que las floristas ofrecían sus productos. El olor de tilos y el que desprendían los surtidos de ramilletes de los puestos de flores, habían convertido a la Bibarrambla en la plaza que mejor olía de toda España. Pero este espacio granadino es uno de los que más ha perdido ese encanto que proporciona el pasado, un encanto de historia, de tradición y de vida. Puede que ahora sea más moderna, pero menos entrañable. De ser el núcleo de la vida social y comercial de la ciudad ha pasado a ser un parque temático de la manduca y el bebercio. Tanto es así que mi amigo Luis Castellón la ha bautizado como ‘Bar-Rambla’.

Y es que prácticamente todos los negocios que hoy hay allí son de hostelería y muy dirigidos al turismo. Es el ejemplo más palpable de la gentrificación, que es un proceso que hace marchar de un sitio a los que siempre han vivido en él. Allí, además de los vecinos, había negocios de toda índole capaces de despertar la nostalgia a todos aquellos que hoy están calvos o peinan canas. Había nada menos que tres ferreterías (Vizcaya, Ruiz Pozo y La llave de oro), estaba Camisería Sol (que dentro de poco se convertirá en otro bar), la tienda de tejidos Martínez Fenol, las jugueterías el 95 y el Bazar Bib-Rambla, el Café-bar Flor, los Almacenes El Águila, una tienda de artículos de broma, los Calzados San José, la Librería Navarro, la mercería Casa Emilio, la droguería La Giralda… Hoy, como digo, todos esos negocios están ocupados por bares, cafeterías y restaurantes. Ya pasó con la calle Navas y ahora ha pasado con esa plaza que es un emblema de Granada.

Flores y pajarillos

No pertenecen a mi memoria los tiempos en los que en la plaza era el lugar más propicio para vender aves de corral y hasta pajarillos en jaulas. Tampoco yo conocí aquellos urinarios públicos que había en un lado de la plaza. Sí he visto muchas fotos costumbristas de paveros y mujeres vendiendo zambombas en época navideña. También de gitanos vendiendo chumbos, ajos, cebollas y limones. Escenas que, como todas las imágenes sepia, inmovilizan la memoria con el encanto de una cierta irrealidad.

Fuente de los Gigantones.
Fuente de los Gigantones. / A. C.

Aunque lo que le provoca una explosión de nostalgia al granadino es recordar los puestos de flores que durante muchos años estuvieron allí. De este asunto he hablado más de una vez con mi amigo Manolo Ruiz, el pintor, que me explicó que la actividad de las floristas granadinas comenzó a primeros del siglo pasado en la Plaza de las Pasiegas y que fue en la época del alcalde Gallego Burín cuando se hicieron diez mostradores de flores. Estos mostradores estaban alineados a las espaldas del Palacio Arzobispal y en cada uno de ellos podían vender una madre y una hija. Aquellos mostradores se convirtieron después en quioscos que se esparcieron por toda la plaza. En aquellos establecimientos se vendían en diciembre los abetos y pinos para los árboles de Navidad y el musgo y las cortezas de árboles para los belenes. Sus días fuertes eran, además de Navidad, el día de los Todos los Santos y Difuntos, el Día de la Madre y el Día de los Enamorados, donde muchos granadinos adquirían las flores para sus amadas. En esos momentos la plaza adquiría la imagen romántica que hace de los lugares únicos y especiales.

El escritor Fernando de Villena se acuerda de cuando él era niño e iba a esos quioscos a comprar gusanos de seda y las hojas de morera que les servían de alimento.

–Por aquellos años había muchos niños que nos dedicábamos a la cría de los gusanos de seda. Los metíamos en cajas de cartón con agujeros y les echábamos las hojas de morera que cogíamos en el Barrio de Fígares.

El pintor Manuel Ruiz también tiene otros recuerdos:

–Hasta que llegó la luz eléctrica, las floristas se calentaban en invierno con braseros hechos con latas vacías de atún y tomate. Y en la onomástica del arzobispo le regalaban una cesta de flores. El arzobispo las correspondía invitándolas a chocolate con churros el Día de Todos los Santos y Difuntos, que es cuando se tiraban toda la madrugada anterior preparando ramos de flores.

El caso es que la competencia, la crisis y tal vez la inoperancia municipal, hicieron que esos negocios se fueran clausurando poco a poco. El último lo regentaron las hermanas Pepi y Magdalena Pérez, que lo cerraron en 2018.

La plaza por donde todo pasaba

Dicen los papeles antiguos que esta fue la primera plaza de la Medina Garnata en tiempos nazaríes. Se ha mantenido a través de los siglos como la principal de Granada y ha sido escenario y testigo mudo al mismo tiempo de zocos musulmanes, justas medievales, corridas de toros, autos de fe, ejecuciones públicas, celebraciones populares y procesiones del Corpus Christi. La vida y las tradiciones se han ido evaporando con el tiempo en esta plaza que fue núcleo de la vida comercial y social de Granada. Aún queda el resquicio melancólico de las Carocas, que son expuestas allí todos los años por el Corpus y les permite al granadino echar a rodar la memoria para encontrarse con un pasado en el que se supone que fue feliz.

En aquella plaza correteaba a comienzos de los años treinta del siglo pasado un niño llamado José Martín Recuerda, que había nacido en una casa de la plaza y cuyo padre, El Ronco, tenía una tienda de frutas y verduras entre el bar Flor y los Almacenes El Negro. José Martín Recuerda dramatizó Granada y sus gentes de la manera más entrañable y reivindicativa que uno pueda imaginar. Fue en la plaza Bibarrambla donde empezó a dialogar con los personajes que iban a poblar sus posteriores obras.

El símbolo más visible de la plaza es la Fuente de los Gigantones, que se corona con un pequeño Neptuno manco. Esta fuente estaba en el interior del primitivo convento de San Agustín, donde hoy está el mercado. Durante la invasión francesa el convento fue convertido en almacenes militares y la fuente se llevó al inicio del Paseo del Salón. Con el alcalde Gallego Burín se inició un cambalache de estatuas y fuentes que permitió que la de los Gigantones se ubicara en Bibarrambla, donde estaba la estatua de Fray Luis de Granada, que a su vez fue trasladado a la plaza de Santo Domingo. En el lugar donde estaba la Fuente de los Gigantones se ubicó la estatua de Colón, de Benlliure, que después fue desplazada a su ubicación actual de la Gran Vía. En donde estaban Colón e Isabel la Católica, hoy está la Fuente de las Granadas. Para que luego digan que las piedras no andan.

Dicen los estudiosos que la plaza de Bibarrambla atesora mucha historia porque es allí donde el poder siempre mostraba su grandeza y con ella el rostro humano del pueblo que concurría para verlo. “Nunca en otras plazas se mezcló con tanta gracia el arte, la historia, el pueblo y el aroma de una flor”, dice José Luis Delgado cuando habla de Bibarrambla. Ahora está el lamento del viejo vecino: “Nos han echado. Esta plaza ya no es de los granadinos, es de los guiris”. 

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