Plaza Larga: el hombre del millón de croquetas

El ADN de Granada

El espacio más emblemático del Albaicín es el corazón que bombea las voluntades de sus cada vez menos vecinos

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Imagen de Plaza Larga, en el Albaicín
Imagen de Plaza Larga, en el Albaicín / G. H.

Viene Antonio cuando menos me lo espero y de pronto me doy cuenta de que estoy en su territorio, en el territorio del Madruga. El Madruga es el alma nómada del Albaicín, el último cosario al que la gente le encarga cosas, el que proporciona las famosas tiricas para su rifa doméstica. Antonio tiene el don de la ubicuidad y está en todas partes. El centro de operaciones del Madruga es Plaza Larga, sin duda la plaza más famosa del Albaicín, aquella que requiere la atención del que cruza el Arco de las Pesas, un lugar contra la banalidad que hace que las cosas sean propias y como tal, distintas. Una especie de corazón del barrio en donde todo se instaura y se renueva. Un lugar que contiene todas las estaciones del año al mismo tiempo y que se despoja de ellas alegremente conforme avanza el día.

Plaza Larga también es el sitio al que le duele desprenderse de su paisanaje. Paco, el de la panadería María, dice que el albaicinero es una especie que el Gobierno debería de proteger porque está en peligro de extinción. Paco reparte pan por toda Granada y lleva incorporado en su ADN la sorna del apacible. Un sabio de barrio. Y cuando habla dictaminando una sentencia suben las jayuyas y las salaíllas, que es en donde tiene la cátedra. Dice Paco que se mueren los que han nacido en aquel barrio y que no hay repuesto. Se han muerto Enrique Morente, Mario Maya y Manolete Piernas inquietas, que estarán felices cantando y zapateando en el tablao de San Pedro. Y ha estado a punto de morirse Antonio, el marido de La Charanga, que siempre iba vestido con un traje y un sombrero de copa. Con esta pinta, parecía un personaje sacado de una novela de Pérez Galdós. Dicen los vecinos que a Antonio lo llegaron a meter en un féretro porque creyeron que había fallecido y desde dentro del ataúd avisó a todos con unos toques de que aún estaba en el este mundo.

Tampoco vive ya Guacharracas, que siempre estaba acodado en la barra de una taberna. Guacharracas, en sus delirios más extremos, que eran muy frecuentes, decía que había conocido a Carlos Gardel y a Poncio Pilatos. Una vez le contrataron para ir a trabajar de albañil a Alemania. Estuvo solo dos días en aquel país, el tiempo suficiente para comprobar que allí hacía mucho frío y que no había mejor vida que la que él llevaba en las tabernas albaicineras. Se despidió del trabajo cuando lo pusieron a cavar una zanja.

-Es que yo no soy albañil de pico y pala. ¡Yo soy artista! -les dijo a los alemanes tirando la pala a la zanja.

Y se ha ido del barrio –no al otro barrio- La Porrona, aquella gitana de pura cepa que le preguntó al astronauta Pedro Duque si se podía follar en el espacio y que llamó a la mujer de Obama señora Mojama. Y lo hizo con esa naturalidad y desparpajo que tienen aquellas personas que saben estar en esta vida.

El origen

Dicen los papeles antiguos que Plaza Larga tiene sus orígenes en el siglo XIV. Que era una plaza pequeña llamada Plaza del Ensanche y servía para conectar el Rabat Albaicín con la Alcazaba Qadima (Vieja) a través del Arco de las Pesas o Puerta Nueva. Cuando se expulsó a los moriscos en 1571 fue ampliada, adoptando la forma actual. En ella se construyeron un matadero, se instalaron unas carnicerías y un lavadero público. En aquel espacio precisamente los moriscos se rebelaron contra el poder establecido después de que unos alguaciles cristianos detuvieran a una chica mora acusada de un crimen que no había cometido. Una turba de moriscos se lanzó sobre los alguaciles y mataron a uno de ellos. Fue el conde de Tendilla, enviado por Cisneros, el que, con sus buenas dotes diplomáticas, consiguió que se aplacaran los ánimos.

Hoy la plaza la ocupan un pequeño Covirán, la famosa cafetería del Pasteles, la pequeña administración de Lotería de Bernabé -el padre de la bailaora albaicinera Patricia Guerrero- y el Aixa, el bar que ha ampliado sus dominios hasta hacerse imprescindible en el ambiente. Los locales más populares de allí son Casa Pasteles y el Aixa. Casa Pasteles cumple cien años en el 2028 y ya es la cuarta generación la que se ocupa del negocio. Allí, en el obrador de la calle Horno del Moral, les dan a todos los palos del dulce, pero lo hacen muy bien con el roscón de Reyes y la cuajada de Carnaval. El negocio lo fundaron Ángel y Ángeles, que debieron de tomar la receta de sus homónimos porque tanto ellos como sus descendientes han conseguido endulzar la vida del barrio durante casi un siglo. A Ángel lo llamaban en el barrio El Pasteles, de ahí el nombre del negocio, el cual ya no solo es un obrador, sino también esa cafetería que preside Plaza Larga.

Manolo, el cocinero del Aixa
Manolo, el cocinero del Aixa / G. H.

En cuanto al Aixa, lo llevan los herederos de Miguel, aquel tabernero de raza que durante algún tiempo fue mi ‘garganta profunda’, el que me ponía al día de lo que pasaba en el barrio. Un yerno de Miguel, Manolo Vargas, es el que se encarga de hacer esas croquetas por las que se pirran los clientes. Hace una media de 260 diarias de pollo y de jamón y lleva elaboradas casi ochocientas mil. Lolo, pues así lo llaman su amigos y conocidos, me cuenta una historia de su afición por las croquetas.

-Iban a tirar un perol y yo le dije que no lo hicieran, que me lo dejaran para que yo le diera uso. Ahí es donde he hecho hasta ahora casi 800.000 croquetas. Cuando haga un millón me jubilo. Ese es el reto.

Lolo tan pronto te habla de Nietzche como que te cuenta un chiste. El último que me contó trata de un niño mudo que a los cuatro años dijo solo una palabra: abuela. Al día siguiente se murió la abuela. A los ocho años volvió el niño a decir otra palabra: tía Isabel. Al día siguiente se murió la tía Isabel. Cuando tenía 18 años y mientas ayudaba a su padre a colgar una lámpara dijo otra palabra: papá. El padre se acojonó. Pero al día siguiente el que murió fue el vecino.

Hasta hace cinco o seis años, muchísimos granadinos iban el Día de la Cruz a ver la que se había levantado allí. Pero desde 2019 ya no se monta. Bernabé, el lotero, me cuenta que la tradición de hacer la cruz se remonta a los años ochenta del siglo pasado, cuando se fundó la Asociación Cultural Cruz de Mayo. Aquella cruz era visitada todos los años por miles de granadinos y raro era el año que no conseguía el primer premio.

-Ya es muy difícil que se vuelva a hacer. Los jóvenes no quieren implicarse y esta es una tarea que necesita muchas manos. También perdimos el local en donde guardábamos los enseres de la cruz, que estaba en La Chumbera. Y luego está el que últimamente esto se convertía en un enorme botellón. En fin, muchas cosas que han hecho que esta tradición se pierda.

Los sábados hay mercaíllo en el que los vecinos pueden comprar ropa y fruta. Es el día en el que está más concurrido el lugar, donde el murmullo gana en intensidad y por donde pasan reatas de turistas conducidos por un guía con paraguas que les habla del lugar. Las plazas siempre concitan la vocación de asomarse a ellas, están hechas no para preservar secretos interiores sino para mirar y dejarse ver. Y Plaza Larga se deja siempre ver.

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