El poeta que no quería irse de Granada
Historias de Granada
José Zorrilla fue coronado poeta nacional en la ciudad de la Alhambra, en el acto literario más multitudinario que se conoce en la historia de España.
Vino para siete días, pero se quedó cuarenta y se llevó más de novecientos regalos, muchos de oro y plata, que luego empeñó para paliar su penuria personal
Después del terrorífico relato de la semana pasada con el caso del exorcismo del Albaicín, hoy me apetece contarles una historia amable, simpática y curiosa sobre la presencia en Granada de José Zorrilla, cuando fue coronado poeta nacional en el palacio de Carlos V. Vino para una semana, pero estuvo viviendo como un marajá cuarenta días en el Palacio de los Mártires, donde le habían reservado las instalaciones con servicio doméstico incluido. Tan bien estaba instalado, que no se quería ir. Luego se supo que estaba el hombre en la miseria y que necesitaba todas las coronas de oro y regalos que aquí recibía para empeñarlos cuando regresara a Madrid.
Granada es tierra de poetas. Aquí levantas una piedra y sale un poema. El número de vates que han buscado inspiración en esta ciudad es enorme. La abstracción que recibimos al contemplar la Alhambra desde el Paseo de los Tristes o la Sierra culminada de nieve desde Puerta Real se puede traducir en un pensamiento poético. La novela de Granada no se ha escrito todavía, pero sí se han escrito millones de poesías.
Hubo un tiempo en que a los poetas famosos se les trató con la admiración con la que hoy despierta un futbolista famoso o una estrella de rock. Eso fue en los siglos XVIII y XIX, durante el Romanticismo, cuando los escritores se pegaban un tiro en la cabeza si no eran correspondidos por sus amadas. En Granada hubo un escritor con alma de poeta que se suicidó tirándose a las aguas de un río helado. Y otro que abrió la boca, metió en ella el cañón de una escopeta y luego apretó el gatillo. Uno escribió Granada la Bella y el otro Paseo de los Tristes. Hay otro al que le pegaron un tiro en la cabeza y lo enterraron en una tumba sin nombre. Otro, sin embargo, murió muy dulcemente encima de una amante en el momento en que hacían el amor. Otro cruzó el Atlántico y se fue a Buenos Aires a sentir la nostalgia de Granada. Se llamaba José Carlos Gallardo y era de los que creía que a los granadinos nos hacía falta vivir en otra ciudad que no sea Granada, aunque sólo sea por el placer de añorarla.
Cuando llegué a Granada los poetas que estaban en candelero eran aquellos que quisieron dignificar la poesía tras la guerra civil y, de alguna forma, tomar el relevo del poeta asesinado en Víznar y de Luis Rosales, que no tuvo más remedio que marcharse a Madrid. Recuerdo haber asistido a alguna reunión que otra en aquellos ‘días de vino y poesía’ que organizaban Rafael Guillén y Pepe Ladrón de Guevara, dos de los más representativos del elenco de poetas de la llamada generación del 50. Encuentros en los que los poetas trataban de imaginar un mundo libre en el que no faltara el vino de Albondón. Junto a los nombrados, estaban Miguel Ruiz del Castillo (alias Miguelón), Elena Martín Vivaldi y Julio Alfredo Egea, entre otros. Luego vendrían los poetas de la otra sentimentalidad, los seguidores de la teoría literaria del profesor Juan Carlos Rodríguez.
A Miguel Ruiz del Castillo le llamaban Miguelón por su poderosa presencia y su catadura de buena persona. Era un poeta entrañable y divertido que con su amigo José María Garrido Lopera fundó la congregación de la Linda-Raja, nada que ver con el mirador de la Alhambra. Miguelón solo había publicado un libro llamado Vivir, poema que declamaba a todo aquel que se lo pidiera con el énfasis del que piensa en verso que no hay nada más maravilloso que la existencia. Sostenía Miguelón que antes que Lorca, el que había fabricado más poetas en Granada había sido Zorrilla. Según él, el boom poético en la ciudad de la Alhambra vino tras la visita del poeta vallisoletano. Y es que en Granada se agasajó por todo lo alto al autor de don Juan Tenorio. Fue en junio de 1889, cuando en el mismo recinto de la Alhambra, se le coronó como poeta nacional y al que se le permitió vivir como un auténtico marajá casi cuarenta días.
Multitudinario recibimiento
Aunque la idea de coronar en Granada a Zorrilla como poeta nacional no fue de Luis Seco de Lucena, sí fue él quien la puso en práctica. Este joven periodista dirigía El Defensor de Granada, periódico que cubrió ampliamente todo lo relacionado con este evento. La idea de Seco de Lucena era revitalizar el Liceo de Granada, así como organizar un acontecimiento que tuviera eco en toda España y ya de camino que nuestra ciudad sonase en los oídos de mucha gente. Seco de Lucena justificó esta empresa diciendo que Zorrilla amaba Granada, a la que le había dedicado varios poemas. Uno de ellos titulado ¡Granada mía!, que escribió tras el terremoto que asoló algunas partes de la provincia. Este trabajo sirvió para recaudar fondos y reconstruir las zonas dañadas por el seísmo. Por eso Granada estaba tan agradecida al vallisoletano, que a esas alturas de su vida se encontraba triste, cansado y viejo. Seco de Lucena era joven y tenía ganas de apuntarse tantos en su vida periodística, así que le escribió al poeta para ver si aceptaba. Zorrilla le contestó: “no pudiendo aceptar como merecida esa coronación, me veo obligado a someterme, como impuesta, a tan inusitada y excelsa ceremonia”. O sea, que sí, que aceptaba. Seco de Lucena buscó apoyo de las administraciones y de la misma Reina Regente y llegó hasta sacar 75.000 pesetas para el evento, mucho más de lo que él esperaba. Con tanto dinero recaudado no fue difícil organizar los actos. La llegada del poeta estaba prevista para el 14 de junio de 1889 y la coronación para tres días más tarde. Luego habría un homenaje en el Paseo del Salón y el 22 de junio una fiesta nocturna árabe en el Generalife. La Reina Regente, que prometió venir a Granada para ser ella la que coronara al poeta, al final no vino y envió al duque de Rivas para que lo hiciera en su nombre.
Por lo visto, como cuenta José Luis Entrala en su libro sobre un siglo de anécdotas, aquello fue el acabose. Por lo pronto el tren que conducía a Zorrilla, donde viajaba en un vagón especial adornado para la ocasión, fue parando en las estaciones de Huétor Tájar, Tocón, Pinos Puente y Atarfe, donde los respectivos alcaldes y entusiastas del poeta le dedicaron versos y flores. A la llegada a la estación de Granada, con casi una hora de retraso, le esperaban miles de personas. Los andenes habían sido adornados con palmeras traídas de Málaga y casi 200 coches de caballos (casi todos los que había en la ciudad) habían sido contratados por granadinos que no querían perderse la llegada del poeta a Granada. El cronista del Defensor lo cuenta así un día después: “El desfile fue apoteósico, con todas las casas adornadas a base de colgaduras y los balcones rebosando de esas hermosas mujeres que solo se ven en Granada”. Ahí queda eso. José Luis Entrada escribe que “las mujeres y los hombres arrojaban versos, flores y palomas, una de las cuales se posó en la cabeza de Zorrilla. Cañonazos anunciadores, bengalas y vítores formaron parte del impresionante espectáculo que sobrecogió al mismo José Zorrilla en un alarde que pocas veces se ha dado en Granada”.
Al poeta lo instalaron en el Carmen de los Mártires, donde se halla el cedro a cuya sombra dicen que san Juan de la Cruz escribió parte del Cántico espiritual, cedro donde es tradicional que graben el corazón con sus iniciales y flecha las parejas que en Granada se prometen. Para que no le faltara de nada y se sintiera lo más cómodo posible, contrataron a dos cocineros, dos ayudas de cámara y dos doncellas.
Pobre poeta
El acto de coronación estaba previsto para el día 15, pero se tuvo que retrasar hasta el día 22 por unos fuertes aguaceros que cayeron sobre la ciudad. Fue en el Palacio de Carlos V, adecuadamente adornado para la ocasión. La corona que se le impuso la pagó el Centro Artístico y llevaba 450 gramos de oro del Dauro, río al que el poeta le había dedicado alguna que otra poesía. Fue el duque de Rivas el que lo coronó al tiempo que decía: “Tengo la alta honra de poner en vuestra cabeza la corona que el Liceo, Granada y España toda dedican a ceñir la venerable frente del más ilustre de nuestros poetas, del cantor insigne de nuestras gloriosas tradiciones…”, etcétera etcétera.
El caso es que después del homenaje y del acto de coronación, totalmente multitudinarios, el poeta no quería irse de Granada. Su estancia estaba prevista para unos seis o siete días, según la munificencia de los patrocinadores, pero estuvo casi cuarenta. Allá donde iba era invitado y agasajado. Le regalaban todo tipo de presentas y cuando paseaba por la ciudad podía oír de vez en cuando eso de ¡Viva el autor de don Juan Tenorio!
A los organizadores les causaba un gran problema la larga estancia del poeta. Nadie se atrevía a decirle que se habían acabado los actos y que debía de volver a Madrid, donde vivía. En las crónicas periodísticas se habló de una posible enfermedad que estaba retrasando el regreso del poeta, pero había quien pensaba que era una estratagema más del agasajado para alargar su fabulosa e idílica estancia en el carmen de los Mártires. No se iba ni con agua hirviendo que le echaran. Luego se supo, a través de una carta que le envió a Seco de Lucena tres meses después, que el Ayuntamiento de Valladolid le había quitado la asignación como cronista oficial y que su mujer enferma necesitaba una medicación que le había dejado en la indigencia. Normal que no quisiera irse de Granada.
Gabriel Pozo escribe que jamás en la historia ha habido un acto literario tan grandioso, con la participación de 16.000 personas, tanto júbilo y la visita de tantos representantes de otras ciudades y países. Vinieron, entre otros alcaldes, el de Barcelona y el de Valladolid. Durante su estancia en Granada Zorrilla, según Pozo, recibió exactamente 923 regalos, algunos de ellos de oro, plata y brillantes. A pesar de su quebradiza salud, visitó varias sedes de los gremios, comió con el arzobispo en el Laurel de la Reina y asistió al pleno municipal del Ayuntamiento el día en el que lo nombraban hijo adoptivo de Granada.
Fueron varios los kilos de oro, plata y brillantes los que se llevó tras su coronación en 1889. En su trabajo de investigación, Pozo le ha seguido el rastro de ese pequeño tesoro que, sin duda, iba a tratar de paliar, como digo, la indigencia del poeta. Así que nada más llegar a Madrid empeñó todos los regalos que aquí había recibido. “En la casa de empeños Mariano Fernández de Madrid dejó todo lo que le había regalado en Granada.La salud de Zorrilla no le permitió vivir más allá de enero de 1893, sin que hubiese podido recuperar su empeño. No conocemos la cantidad exacta que le dieron por el depósito de joyas, pero la directora de Patrimonio y Archivo de la RAE, Covadonga de Quintana, cree que abusaron de su ingenuidad y fue poco el dinero prestado en comparación con el valor intrínseco del ‘tesorillo’. Al menos, la casa de empeño no sacó nunca a subasta aquellas coronas y plumas, sino que las mantuvo guardadas hasta varios años después de la muerte del poeta”, escribe Pozo.
En 1897 la reina regente María Cristina se enteró de esa circunstancia. Fue al prestamista y abonó los 11.000 reales que, al parecer, le habían dado al poeta. Las coronas de Zorrilla pasaron a propiedad personal de la madre de Alfonso XIII; pero no se quedó con ellas en Palacio, sino que las envió en depósito a la Real Academia de la Lengua. Desde entonces están allí guardadas, entre ellas, la corona con oro del Dauro.
Como digo, Miguelón estaba convencido de que la estancia de Zorrilla en Granada hizo que muchos lugareños cogieran papel y lápiz y comenzaran a pergeñar poemas. Diez años más tarde de aquella coronación, nacería en Fuente Vaqueros un niño que llegaría a ser el más grande e internacional de nuestros poetas. Un niño que nunca llegó a viejo porque unos asesinos se lo impidieron. Pero eso ya se merece otra historia.
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