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El tiempo se agota. Uno de los primeros pasos en firme que dará el nuevo equipo de gobierno será el de erradicar de la capital el consumo de alcohol en la vía pública. La campaña puesta en marcha hace menos de dos semanas pretende acabar con el concepto de Granada como ciudad del botellón. "No vamos a permitir que nadie se salte la ley", anunció el alcalde, Paco Cuenca, que insistió en que ésta es la ciudad "de la cultura, la ciencia y el conocimiento".
Sin embargo, la tradición de hacer botellón se remonta a los años noventa. Por aquel entonces, Pedro Antonio de Alarcón y sus aledaños servían como punto de referencia para acoger concentraciones de jóvenes en las que se bebía alcohol de manera desenfrenada mientras la Policía intentaba, sin éxito, controlar la marabunta. La Glorieta de Arabial empezó entonces a acoger estas reuniones en las que se acumulaban entre 2.000 y 3.000 personas cada fin de semana. Ya por el 1997, el botellón se diseminaba por toda la ciudad convirtiéndose en una estampa habitual noche tras noche.
El consumo de alcohol en la vía pública no contaba con ninguna normativa específica, por lo que las infracciones se centraban en conductas de tráfico, como aparcar en lugares indebidos o superar la tasa de alcoholemia permitida al volante. En noviembre del año 2006, llega a Andalucía la conocida como 'Ley Antibotellón', con la que se pretende frenar el consumo de alcohol en lugares públicos. Desde entonces, la relación de Granada y el botellón pasó a ser aún más estrecha. Y también más complicada.
La primera medida que el Ayuntamiento adscribió a esta ley fue la creación de un botellódromo legal en la cubierta del parking de Méndez Núñez, y así, la ciudad pasó de pedir a la administración el más férreo control, a la permisividad más absoluta, eso sí, cercada en 9.500 metros cuadrados. Un recinto en el que se construyó un parque de skate y unas pistas de baloncesto con fines muy alejados de lo meramente deportivo. Una línea en el pavimento en la que lo ilegal pasaba a ser legal.
El alcalde, José Torres Hurtado, había conseguido la proeza de trasladar a toda una generación a un único recinto situado a las espaldas del Hipercor. Una medida pionera en todo el país de la que no tardaron en hacerse eco miles de jóvenes. Las redes sociales se agitaron con la apertura de este espacio y en ellas se 'cocinó' el caldo de cultivo de las que serían las concentraciones masivas que constatarían el éxito de un fenómeno nacional.
La 'fiesta' de la primavera se convirtió en todo un referente que atraía cada año a más de 30.000 jóvenes que se daban cita dentro y fuera del botellódromo para celebrar la entrada de una nueva estación. Una viva imagen del libertinaje más absoluto. Más de quince horas en las que todo valía. La Policía Local cortaba durante todo el día los accesos a Méndez Núñez y restringía la circulación en la zona para evitar posibles altercados.
Por aquel entonces, el gobierno del PP pedía que los medios de comunicación nacionales que se hacían eco de la festividad no vendiesen Granada como una 'ciudad sin ley' y defendía "la gran coordinación" que existía en la capital para controlar este tipo de concentraciones.
La resaca de estos 'macrobotellones' dejaba decenas de jóvenes, algunos de ellos menores de edad, ingresados por comas etílicos y un reguero de toneladas de basura que los servicios de limpieza se encargan de limpiar durante días. Las dimensiones fueron tales que llegaron a asustar al gobierno municipal, que en 2008 optó por emitir un bando que impidiera beber en cualquier rincón de la ciudad durante tres días. La tradición se instauró año tras año en la capital, al tiempo que las concentraciones crecían en número. Nueves años más tarde de su puesta en marcha, y con la mayoría absoluta perdida, el equipo de gobierno del Partido Popular se veía en la obligación de crear una comisión específica para valorar el futuro del recinto tras la exigencia del grupo municipal de Ciudadanos para ceder ante un pacto de gobierno.
En colaboración con los vecinos de la zona, que acumulaban años de lucha activa para exigir su cierre definitivo, la última comisión acordó limitar el uso de este recinto a los viernes, sábados y vísperas de festivos a través de un decreto de Alcaldía que prohibió ademas la celebración de la multitudinaria Fiesta de la Primavera, que fue sustituida por una carrera deportiva. Por aquel entonces se fijó una fecha clave: el 1 de septiembre.
Todos los grupos políticos del Ayuntamiento de Granada apoyaron un documento presentado por la plataforma contra el botellódromo que proponía, entre otras medidas, la clausura del botellódromo antes del inicio del curso universitario. El final de una década de exceso consentido estaba cada vez más cerca.
Con el estallido de la 'Operación Nazarí' y el cambio de gobierno, las comisiones se 'congelaron' hasta que hace un par de semanas el Ayuntamiento confirmaba el cierre previsto y anunciaba comisiones 'in extremis' para definir un protocolo de actuación. El futuro del recinto del Hipercor sigue todavía en el aire sin que se hayan aportado sobre la mesa soluciones firmes que aclaren de qué manera se utilizará ahora el espacio. Los grupos municipales se reunirán a partir de la próxima semana, horas antes de que se consume el cese del botellódromo, para decidir qué hacer.
Un dispositivo policial coordinado con la Guardia Civil y Protección Civil velará por el cumplimiento de esta nueva medida. Una patrulla permanente vigilará la zona para evitar infracciones al tiempo que un vallado provisional servirá para "informar visualmente" de que allí ya no se puede beber. El problema "real" vendrá, según el Consistorio, a partir del día 1 de octubre con la llegada de los estudiantes a la capital, por lo que se darán charlas en el entorno de la Universidad para concienciar a los estudiantes. Diez años después, el botellódromo se despide para siempre, pero, ¿hay alternativas de ocio para que la orden surta efecto?
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