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Ascenso de las temperaturas en la provincia de Granada durante el fin de semana
En el mismo escenario y por los días que fusilaron a Federico García Lorca, corría la misma mala suerte Agustina González López, La Zapatera, mediado ya el fatídico agosto de 1936. Días antes la habían trasladado, junto a las demás presas, de la inhabitable cárcel de mujeres, en Torres Bermejas, antigua prisión militar, al convento de San Gregorio el Bajo, en la Calderería, habilitado como establecimiento penitenciario. ¿Quién era esta mujer de la que ha pervivido en la ciudad un recuerdo esperpéntico, que ni su trágico final ha servido para reivindicar su valiosa memoria? Sigue integrada, con la divisa de su apodo, en la nómina y leyenda de personajes extravagantes de una ciudad tan pródiga a imponer sobrenombres con desdén y ojeriza, hasta el punto de oscurecer su identidad, como es el caso de Agustina, a la que se la conoce por "La Zapatera", por el hecho de que su padre tenía una zapatería, en la calle de Mesones. Agustina nació el 4 de abril de 1891, en la parroquia del Sagrario
El escritor granadino Francisco Ayala, en un escrito contra el machismo, confiesa que nunca supo el nombre de la llamada Zapatera. Ayala ha conservado el recuerdo de su notoria presencia y esnobismo de sus sombreros y capas y la sombra del escándalo popular que producía la mujer por entrar en lugares públicos y andar sola por la ciudad: "La Zapatera -escribe- era una figura extravagante, probablemente una chiflada, callejeaba mucho, entraba -¡y sola!- en los cafés y restaurantes y escribía cosas absurdas que hacía imprimir y ponía luego a la venta en el escaparate de su zapatería".
"Como bien puede comprenderse, conducta tal resultaba intolerable. La zapatera era una mujer independiente, independiente también en cuanto a sus medios económicos, y la desaprobación social, apenas refrenada, tenía que desahogarse mediante burlas más o menos sangrientas...". Francisco Ayala testigo en su niñez y adolescencia de aquella ciudad intransigente, sobre todo para la mujer que intentara escapar del modelo establecido, es decir a la sumisión y la ignorancia, recuerda el regocijo vejatorio a que podía ser sometida una "bachilera".
De sus tiempos de instituto retiene en la memoria un pequeño grupo de niñas, siempre acompañadas, que asistían a las clases y una y otra, permanecían en un cuarto separadas de sus compañeros.
Y de aquella época tiene grabado un afrentoso episodio que vivió la directora de la Escuela Normal de Maestras, un día que se disponía a dar una conferencia en el Centro Artístico, ante una sala repleta de hombres. La profesora de gran prestigio cultural, empezó diciendo: "Señores, voy a ser brevísima".
En la sala estalló un vozarrón: "¡Superlativo de breva!".
Y esta frase cortó en seco la disertación, ante el clamor de risas y mofa de la sala. La intencionada anécdota machista, revestía también grosera connotación sexual, que ampliaba la provocación, rápidamente extendido por la ciudad, como un pleamar. El afán minimizador, el desdén, formaba parte de la estrategia machista y zafia, con que se anulaba la voluntad de la mujer, aniquilándole la palabra y atropellando la razón. Estas actitudes intimidatorias resumen a la perfección la desamparada lucha y confusión de la mujer para emerger de la ignorancia y alcanzar su liberación. Dentro de este ambiente de vacío y opresión hay que encuadrar el hazmerreír y la vejación de que fue víctima Agustina González, personaje insólito, carismático, que escapa del molde de aquella Granada levítica e inmovilista en franca lucha por mantener su emancipación y sus aspiraciones culturales y sociales. Su actitud suponía un intolerable desafío a los ojos de los detractores "cultos", más la comparsa de ignorantes, consideraban que Agustina enturbiaba su condición de mujer con sus aspiraciones de igualdad y progreso. Solo cabía una razón: su desequilibrio mental. Recurso muy socorrido durante siglos: No solo por maridos, sino también por padres y hermanos, ante ciertas actitudes consideradas transgresoras y en muchas ocasiones por intereses familiares, hereditarios (o de los tutores). Tenían licencia para encerrarlas de por vida en conventos, con la aquiescencia de la autoridad eclesiástica. La fuerte presión clerical, familiar y social podía clausurar para siempre el curso de una existencia.
El germen de la leyenda de Agustina González nació en el seno de su propia familia, tras un proceso de desconfianza, que la iba a enfrentar para siempre con el mundo que la rodeaba. La desconfianza de que una adolescente hubiese hecho frente a una situación comprometida. La desconfianza de la capacidad de Agustina por el hecho de ser mujer, hubiese sido diferente de recaer en su hermano. Solo bajo el prisma de enajenación, la familia y luego la sociedad, podía entender su interés por la aventura, el estudio, el progreso, la pintura, la literatura, el feminismo. Que una mujer actuara con valor, que expusiera sus ideas en público, que encabezara una manifestación de obreros o de mujeres del Albaicín por la carestía de vida, que hiciera frente a la Guardia Civil, que escribiera libros con ideas propias, que viajara, era claro indicio de un desequilibrio, por la terrible razón de que no eran cosas de mujeres.
Pasados los años, Agustina, consciente de los prejuicios que había tenido que lidiar en su adolescencia y juventud, escribiría: "Ahora las señoritas estudian, pintan, escriben, trabajan, salen solas y no está mal visto; yo que siempre he roto filas, no me negareis que en muchas de estas causas he hecho de Cristo. Ya pasó".
Todavía, en nuestros días en un libro sobre Granada, pervive aquella visión fanática, cruel, de los hombres de su época, aunque su intención sea deliberadamente irónica, conserva una fuerte carga de prejuicios. Sin embargo, para nosotros contiene otra lectura la imagen sugestiva de mujer emancipada y valiente, que amplía a nuestros ojos su valiosa personalidad. Cuenta el autor con una visión inmovilista: "... vestida de hombre en el salón del entonces café Suizo, a la hora de más clientela y subida en una silla, empezó a voz en grito a buscar prosélitos de sus credos libertadores".
Más adelante refiere la actitud de Agustina en el transcurso de una manifestación: "... la Zapatera sola, en medio desierta plaza [la del Carmen] frente a los Civiles se abrió el blusón como para dar más facilidad de penetración a los proyectiles y dio un grito que quiso ser lapidario pero que se quedó en cómico por venir de quien venía: '¡Cobardes! ¡Disparad y matadme! ¡Viva la anarquía!".
Agustina González, en 1928, empezó a publicar una serie de Opúsculos Filosóficos, sobre Las leyes secretas. En su Reglamento Ideario del Entero Humanista Internacional, aspiraba nada menos, que a borrar las fronteras, a crear la moneda universal; el Palacio de Todos, para dar alojamiento a los desheredados del mundo; grabar en una bandera blanca solo dos palabras: Alimento y Paz, para erradicar las hambrunas del mundo… Cuando se prepara para conquistar un escaño: su espíritu altruista la lleva a escribir en un manifiesto: "¡Humanistas, socialistas, sindicalistas, comunistas, libertarios! Votad a Agustina González López, que se presenta a Diputada para las Cortes constituyentes por las cuarenta y nueve provincias de España y por sus pueblos…".
Desde niña la lectura fue el campo de sus aventuras, donde espoleaba su curiosidad. Sobre todo en los libros de ciencia. Su pasión por la Astronomía la llevó a creer que, tal vez, en otra reencarnación, su destino fue el de astrónomo. De los siete a los nueve años estuvo interna en el colegio de Santo Domingo y, a esa edad, las monjas descubrieron su extraordinaria disponibilidad para el estudio de la Astronomía.
De ahí, que las gentes no entendieran cómo, en el momento de su fusilamiento en Víznar, alzara sus ojos pidiendo clemencia a las estrellas. Aquel gesto lo calificaron de escándalo y hubo quien hizo mofa de lo que creían debilidad. Claro, que peor fue la difamación. En el libro El asesinato de García Lorca, podemos leer el testimonio: "Trescastro exclamó: 'Yo he sido uno de los que hemos sacado a García Lorca de la casa de los Rosales. Es que estábamos hartos ya de maricones en Granada. A él, por maricón, y a La Zapatera, por puta".
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