"Mi profesión me da todos los días lecciones de humanidad"
Miguel cecilio botella López. director del laboratorio de antropología de la UGR
En 1972 empezó a estudiar esqueletos y a formar la que es una de las mayores osteotecas de Europa
Erudito, curioso y socarrón, colecciona compases y primeras ediciones de Darwin
Granada/Miguel Botella (Granada, 1949) reconoce que en el colegio se llevó más de un capón. Y más de dos. Se aburría. "Pero ahí aprendí a hacer más de una cosa a la vez. Cuando voy a una tesis, pido permiso para dibujar mientras escucho. Leo mientras veo la tele... tengo que hacer dos cosas a la vez. Por eso soy tan malo conduciendo". A los 13 años "cayó en mis manos un trabajo de Antropología", una obra que, reconoce, "sigo sin entender". Aquel libro, titulado Restos Humanos del Paleolítico en Píñar, "era tan esotérico" a los ojos del chiquillo que fue capaz de encauzar sus pasos hacia la Arqueología y luego a la Medicina. Continuó con su formación en Antropología en la ciudad francesa de Burdeos y se doctoró con una tesis sobre la Edad de Bronce. Tres voluminosos mamotretos que, confiesa Botella, un ilustre profesor aseguró que había usado para calzar un mueble. Colecciona compases y primeras ediciones de obras de Charles Darwin. Tiene ya ocho. Quita importancia al valor económico de esos volúmenes mientras reconoce que pide, mucho. "Pero no para mí, sino para esto", mientras señala el Laboratorio de Antropología, en la nueva Facultad de Medicina del PTS. En las vitrinas de los pasillos no hay libros. Hay calaveras, decenas de ellas. Cuerpos apergaminados, como el del pequeño Evaristo, un bebé que se momificó de forma natural en el cementerio de San José el pasado siglo. Conserva sus primorosas sandalias y la coronita con flores con la que fue enterrado. Como un ángel. En su departamento la biblioteca está compuesta por miles de huesos. Desde 1972 hasta la actualidad ha conformado una de las mayores osteotecas de Europa, con 5.000 individuos, y dentro está la colección de huesos de niños más grande del mundo, 500 individuos.
-¿Cómo es el trabajo de un antropólogo en el yacimiento egipcio de Qubbet-el Hawa?
-Estudiamos las condiciones de salud y enfermedad de aquella gente. Estudiamos la paleopatología, la realidad de la vida de aquella gente. Culturalmente son espectaculares, pero no sabemos cómo vivía la gente de verdad. Y lo que estamos viendo es que vivía mucho peor de lo que se pensaba. No hay una consonancia entre la riqueza cultural con las condiciones de vida. La mortalidad infantil era altísima, más de la mitad se morían antes de los 5 años. Las enfermedades infecciosas son la principal causa de muerte... hay pocos traumatismos. Como está en la frontera con los nubios, creíamos que iba a haber muchos conflictos y no, no los hay. Hay algún ajusticiado, pero no mucho. Hay muchas enfermedades degenerativas y también muchos que llegan a viejo. Llegaban a muy viejos, gente de 85 años y más.
-No será lo habitual...
-Hemos encontrado dos gobernadores. Uno de 27 años, hecho polvo, con una escoliosis tremenda, y el otro murió de una enfermedad infecciosa con 17 años y ya era gobernador, famoso y todo. Ver las enfermedades allí es muy interesante. La única agua que hay es la del Nilo, que está contaminadísimo. Con temperaturas de 50 grados, aquello es un caldo de cultivo de diarreas frecuentísimas. Las que nos dan a nosotros cuando vamos. Tutankamón murió con 19 años y ya había tenido dos episodios de malaria. Las condiciones de vida eran mucho más precarias de lo que nos imaginábamos.
-¿Qué se han traído de la última campaña?
-Estamos estudiando la mortalidad diferencial entre tumbas, en momentos cronológicos distintos. Vemos si en un momento u otro hubo mejores condiciones. Hemos visto que en algunos momentos había más negros, y en otros menos. En algunos momentos los nubios suben y forman incluso parte de la elite dominante. Y en otros no, parecen que son rechazados. Ese vaivén puede ser muy interesante para la historia. Allí hay una tumba de un gobernador y en la puerta hay una carta del faraón en la que éste le agradece que haya pasado cinco años en el país de los negros, de donde le trajo marfil, esclavos, oro... lo más curioso es que cita por primera vez un pigmeo. Los pigmeos están en la orilla del lago Victoria, lo que indica que llegaron muy al sur en sus expediciones. Es allí donde estaban las fuentes de aprovisionamiento
-Es usted un Howard Carter a la española.
-Que va, que va. No, soy un pringadillo que trabaja con los huesos. Me lo paso muy bien. Hay gran cantidad de material bonito e interesante que va a dar mucha luz al conocimiento del Egipto antiguo. Se están encontrando tumbas nuevas, gobernadores nuevos... nunca pude imaginar que una necrópolis como aquella, que ha sido saqueada durante años, todavía tenga tanto material. Es impresionante. Viendo muertos todos los días, esto es un privilegio. No me lo merezco.
-El próximo invierno volverá.
-Vamos tres personas y no damos abasto. Puede haber más de 200 individuos y hay que estudiarlos. Encontramos un cáncer de mama, un mieloma múltiple... este año hemos encontrado un niño con una tuberculosis de libro, con todos los síntomas. Hay unos desgastes de los dientes tremendos, por la presencia de arenilla del desierto en la comida. También los molinos dejaban arena, y los dientes están muy erosionados. Por eso hay muy pocas caries, el diente se erosionaba y se limpiaba.
-¿Cómo es trabajar con las autoridades egipcias?
-Uf, uf... Hace unos años nos dieron permiso para hacer todas las momias, y teníamos permiso para trabajar en el hospital para hacer el TAC. Cuando íbamos a hacerlo resulta que no nos habían dado permiso para trasladar las momias del museo al hospital en la misma ciudad. Tuvimos que esperar otro año. La burocracia es muy complicada. También es cierto que les han robado muchísimas cosas y ahora se curan en salud. Es imposible traer una muestra para estudiar aquí y eso no es bueno. Se está perdiendo una cantidad de datos muy grande. Si del cáncer de mama que encontramos en una momia hubiéramos podido traer una muestra aquí hubiera salido algo para publicar en Nature... pero no nos dejan.
-De burocracia también saben los investigadores de aquí...
-Pero aquí es muchas veces una burocracia sin sentido, que duplica o triplica esfuerzos para nada. Creo que es uno de nuestros grandes problemas.
-Cuénteme lo de San Juan de Dios...
-Al sacar los restos la mandíbula no correspondía al cráneo. Después se vio que la mandíbula real la habían mandado a Perú como un regalo por la plata que les habían mandado en el XVIII para hacer el tabernáculo. En aquel momento le pusieron otra. Tuvo su gracia.
-Colón también le dio tarea...
-Seis días nada más. Cuando se sacó de la Catedral de Sevilla, con todos aquellos periodistas, y sacaron la urna de plomo, me dicen 'abra, profesor'. Claro, todos los periodistas esperaban encontrar a Colón, y yo también. Y resulta que lo que había era una miseria de huesos... 150 gramos de huesos. En esos momentos todos esperan que digas alguna genialidad...
-¿Y qué dijo?
-Bueno (risas), creo que me escapé diciendo 'parece un hombre, pero habrá que estudiarlo'. Un notario levantó acta, se precintó, vino escoltado a Granada. Aquí un notario lo desprecintó para poderlo estudiar y luego me lo llevé seis días a estudiarlo en mi departamento. Estuvieron seis días en mi mesa y nadie miró nada. Costó trabajo. Vinieron los restos de Colón, de su hijo y de su hermano chico. Finalmente sí pudimos certificar que aquellos restos eran de Colón.
-Ahora que estamos en Semana Santa, ¿le gustan los huesos de santo?
-Claro, cómo no me van a gustar. ( ríe). En ocasiones nos toca identificar personajes ilustres, y a veces te encuentras cosas curiosas. Una supuesta momia de un personaje que es una composición de tres cuerpos, o te encuentras al príncipe tal y resulta que es una mujer. Los huesos del rey Jaime el Conquistador los sacaron en una revuelta en 1837 y los tiraron junto a los de otros reyes. Cuando los recogieron trataron de identificarlo. Era imposible, igual que lo es ahora, pero como era el rey más grande pusieron en su tumba los huesos más grandes. Y como parece que lo mataron de un flechazo en la cabeza, cuando encontraron un cráneo con un traumatismo pensaron que era él y lo guardaron. Encontraron otro cráneo, y también lo guardaron en la misma tumba. Es bicéfalo.
-¿Qué dirán de nosotros cuando hayamos muerto?
-De mí nada, porque me van a quemar. Los antropólogos también nos equivocamos y yo no voy a dejar que salga un listo diciendo 'mujer de 28 años'... (risas). No, no, no. Que me quemen y no me guarden en ningún lado por si sale una técnica nueva. En cuanto a nosotros, es cierto que desde que empezamos a trabajar en Antropología el cambio ha sido abismal, cada vez mejores técnicas y medios. Lo que importa al final son dos cosas, la identificación y cómo vivió.
-Usted ha estudiado muertes y muertos desde la Antigüedad hasta hoy. Trabaja en Colombia o Ciudad Juárez en la identificación de restos en situaciones muy complicadas. ¿La violencia es inherente a nuestra condición?
-Sí. En el cerebro las áreas de la violencia y las de los, digamos, pensamientos positivos están al lado, son inseparables. A medida que la evolución ha llevado a sentimientos cada vez más profundos también ha ido hacia pensamientos negativos también más profundos. Se dice que ahora la violencia es extraordinaria. Ahora es mucho menos importante y evidente que antes. Ahora en la televisión todos los días vemos crímenes, y no pensamos en lo que hicieron Gengis Kan o Alejandro Magno. Nos mandan vídeos de cómo a un delincuente le cortan una mano y nos estremece, pero ¿cuántas veces le han cortado la mano o el cuello a la gente? Era una cosa más o menos normal. La violencia ahora la tenemos más presente, pero ha disminuido. Eso sí, nunca va a acabar.
-¿Usted se ha anestesiado ante esto? Ve muchos cadáveres.
-Jamás, jamás. Tendremos una manera de ver las cosas distinta, pero la verdad es que te pega muy fuerte. Puede que lo trivialices pero, sin duda, a mí me ha hecho más humano. Entiendo, o pretendo entender al ser humano y agradezco a mi profesión que me da todos los días esas lecciones de humanidad. No puedo creerme nada, porque veo lo que somos en realidad.
-¿Y qué somos?
-Pues nada. Una mierda, pero eso no lo pongas.
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