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Fathi Mastouri, mi querido Fat, nuestro querido Fat, una persona inabarcable en todo el sentido de la expresión: ya era difícil darle un abrazo completo, a su corazón se necesitarían hectáreas y una cadena humana. Cadena humana, a centenares, como la que desde hace horas no hace más que llegar a la familia desde las redes sociales y las llamadas de teléfono. El rugby granadino ha perdido por el maldito bicho a una de sus figuras más relevantes, conocidas y, sobre todo, queridas.
Jugador, entrenador, directivo, árbitro, delegado... En todo lo que tuviera que ver con el balón oval, Fat estaba allí. Entrenando a los niños, dirigiendo a la delantera, tirándole el tee al pateador, pitando en el torneo contra la violencia de género, presionando al árbitro para luego bromear con él como si nada hubiera pasado, compartiendo vida y anécdotas con sus Escoriones, y siempre, siempre, siempre, sonriendo. Alto, bonachón, canoso y barbudo, con un acento francés absolutamente característico y encantador, que no se disimulaba ni cuando desde la banda cantaba los tiempos de la melé: "¡Uuuunoooo!".
Llegó a Granada tras una larga trayectoria en el rugby profesional en Francia, su país de origen, quince años atrás. Se enroló en las filas de Universidad de Granada cuando el equipo buscaba volver a recuperar la élite perdida tiempo atrás. Fat, un primer línea a la vieja usanza, pilier con el que el '1' rival nunca querría medirse, curtido en la hierba (y el barro) del rugby galo. Con él en el campo el 'Uni' subió a División de Honor B en la dramática fase de ascenso con los tiros a palos frente al CAR de Sevilla, para acabar su trayectoria en 2009 en la categoría de plata del deporte oval.
"Presumía de que todo el mundo le conocía en Biarritz y Bayona, pero creíamos que exageraba", cuenta en eterno capitán del CD Universidad de Granada de rugby, Roberto Sojo, de un viaje realizado en 2009 a las fiestas biarrots, cuando Fat estaba recién desembarcado en la ciudad. "Quedamos con él en un bar antes de entrar a ver un partido y habría unos cien veteranos, y de repente coge un vaso de plástico, lo pone en la barra boca abajo, y le da con la mano que sonó que parecía que se abría el cielo. Todo el mundo lo miró, él dijo algo, y de repente todo el mundo empezó a reír. Nos dijimos: 'este tío manda aquí de verdad'".
"No había nada como ver un partido de Francia con Fat. Una máquina de contar anécdotas e historias de jugadores, clubes, entrenadores. Soy muy fan del rugby francés y siempre me quedaba embobado escuchándolo", añade Sojo.
Hace apenas cuatro temporadas vio cumplido el sueño de ver debutar a su hijo, Andrea, como jugador del primer equipo del 'Uni' cuando apenas había cumplido la mayoría de edad. Tan grande como él, tan impulsivo en el campo, tan enorme de corazón como su padre. Acababa de volver de Inglaterra, donde juega en Brighton en busca de su sueño de alcanzar el profesionalismo. "Lo que me está haciendo muy feliz es ver a tanta y tanta gente que lo quería", cuenta, "hasta argentinos y gente que estaba en 2006 con él".
Porque a Fat todos le conocían y todos le querían. Cuando empecé a cubrir los partidos del 'Uni' en la temporada 2011-12 quien primero me acogió fue él, quien a los árbitros les decía que yo era el "periodista", marcando la 'r' como una 'g', para dejarme estar en el banquillo, en la banda, o tras los palos haciendo fotos como si fuera uno más. Quien trató de ponerme, sin demasiado éxito, un apodo como todos los tienen en el equipo. Quien me hizo sentirme como uno más de esa familia siendo simplemente "el periodista".
Nos quedarán tus enseñanzas. En el campo, a todos los jugadores les aportaste algo, desde los sénior a los más pequeños, que te querían, y que te quisieron más cuando nos felicitaste la Navidad vestido de Papá Noel, que en el fondo era uno de tus apodos. Fuera de él, viendo cómo el rudo jugador y el entrenador exigente se despojaba de lujos para encontrar la paz en un cuenco tibetano, en un retiro en Nepal.
Hasta siempre, querido Fat.
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