La rendición de Granada a Francisco Pradilla
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El artista empezó a pintar el cuadro con la idea de plasmar la 'atmósfera' de la ciudad y lo concluyó en Roma Todo parecido con la realidad es pura coincidencia en la obra más afamada del artista

FRANCISCO Pradilla (1848-1921) glosó en La rendición de Granada la idea un tanto romántica y decimonónica del acontecimiento histórico del 2 de enero de 1492, poco parecida a la imagen real de la toma-entrega del último reino hispanomusulmán, el de los nazaríes a los 'ínclitos' Reyes Católicos. Esta pintura es la joya más preciada de la colección artística que se guarda en el Palacio del Senado. El artista recibió el encargo de la cámara alta para realizarla a través de su presidente, el marqués de Barzanallana, que dirigió una carta a Pradilla, con esa intención, el 17 de agosto de 1878, unas semanas después del resonado triunfo que había obtenido su cuadro Doña Juana la Loca en la Exposición Nacional de ese año, donde recibió la medalla de honor. El lienzo de La rendición de Granada, o entrega de llaves por Boabdil a los Reyes Católicos, "punto de partida para los grandes hechos realizados por nuestros abuelos bajo aquellos gloriosos soberanos", como especificaba Barzanallana en su carta, iba destinado a la sala de conferencias del palacio, que a lo largo de estos años sería ornamentada con esculturas y pinturas protagonizadas por grandes personajes de la historia.
Pradilla empezó a pintar el cuadro en Granada, con el objetivo, sin duda, de conseguir los datos más precisos sobre el paisaje, la arquitectura e, incluso, el ambiente que necesitaba la escena, aspecto esencial dentro del realismo pictórico que preocupaba a Pradilla, como señalaría en la carta de entrega a Barzanallana: "Yo no estoy contento sino de la tonalidad del aire libre como conjunto, de haber conseguido detalle dentro de éste, y de la disposición general como perspectiva exacta y como ceremonia". No obstante, al principio de dicha carta, confesaba que 'el sentido realista' no excluía, para él, "la poesía y la grandeza con que se nos presenta envuelta la historia", implícita alusión al carácter inevitablemente imaginario de la escena representada, fruto de un concepto y no de una visión. Por eso, no era improcedente, sino todo lo contrario, la elaboración final y conclusión del cuadro en Roma, desde donde Pradilla envió el cuadro al Senado, acompañado de la carta a la que se ha hecho referencia, fechada el 13 de junio de 1882. En ella se hace una pormenorizada descripción de la pintura que resulta indispensable para entender no sólo la pintura en sí, desde un punto de vista iconográfico, sino las aspiraciones de Pradilla por impresionar a sus comitentes: "Mi composición es un segmento de semicírculo, que el ejército cristiano forma desplegado, paralelo a la carretera. En la planta supongo que, en medio del semicírculo, están situados los caballeros, teniendo o guardando en medio a las damas de la reina; ésta, el rey y sus dos hijos mayores están situados delante y en el centro del radio, con los pajes y reyes de armas a los lados. El Rey Chico avanza por la carretera a caballo hasta la presencia de los reyes, haciendo ademán de apearse y pronunciando la sabida frase. El Rey Fernando le contiene. Con Boabdil vienen a pie, según las capitulaciones, los caballeros de su casa. Supongo el diámetro del semicírculo algo oblicuo a la base del cuadro, y esta disposición permite, sin amaneramiento ni esfuerzo alguno, se presenten los tres reyes al espectador como más visibles".
Pradilla se documentó concienzudamente, tanto en la reproducción de objetos históricos de la época (por ejemplo, la corona y el cetro de la reina Católica son los que se conservan en la Capilla Real de Granada; o la espada del monarca nazarí es la que se guarda en el Museo del Ejército de Madrid, entre otras muchas referencias utilizadas por el pintor para proporcionar verosimilitud arqueológica), como en los textos históricos que relataban el acontecimiento, en los que, por cierto, no se alude a la presencia de la reina Isabel en el momento de la entrega de llaves. Aunque la obra no figuró en ninguna exposición nacional, tuvo desde el primer momento una gran difusión pública. Fue presentada, primero, en Roma, y poco después en el propio salón de conferencias del Senado, donde acudió a contemplarla el rey Alfonso XII, que concedió a Pradilla la gran cruz de Isabel la Católica. El Senado aceptó la petición de Pradilla de aumentar la cantidad previamente estipulada como pago y votó abonarle el doble. Las crónicas periodísticas hablan de "masas que acudían a contemplar el lienzo y se extasiaban ante aquellos prodigios de color y primorosos detalles". Casi inmediatamente después sería exhibida en Munich, en 1883, lo que ocasionó un acalorado debate en el Senado sobre la conveniencia de su préstamo, para lo que tuvo que intervenir el propio pintor, ofreciéndose, incluso, a remediar el daño que pudiera sufrir; y un poco más tarde, en 1889 en la Universal de París, en un momento definitivo para el descrédito del género, lo que, prácticamente, dificultaba su consideración artística. No obstante, el cuadro ha merecido un respeto bastante unánime desde su presentación pública, aunque también haya sufrido, como toda la pintura de historia, a la que ha servido como prototipo, altibajos en su consideración. Se tiene noticia de varias réplicas de esta pintura realizadas por Pradilla, así como de numerosas copias posteriores que demuestran la celebridad alcanzada por esta obra.
Sobre la histórica escena que reprodujo Pradilla, a pesar de su exceso documental en los objetos, se puede afirmar que todo parecido con la realidad sería pura coincidencia, y aquella imagen le preceden unas largas negociaciones. Las Capitulaciones, los documentos de la rendición y sus condiciones, se firman en noviembre de 1491. Los Reyes de Castilla y Aragón le dan a Boabdil un plazo de sesenta días para que abandone y entregue la ciudad. Como prueba y garantía del cumplimiento, los Reyes Católicos piden como rehenes a 600 nazaríes, hijos de los caballeros más destacados de la ciudad. Boabdil adelanta su rendición y comienza a negociar las capitulaciones definitivas a finales de diciembre. Los rehenes son recibidos por Juan de Robles, alcalde de Jerez, el 1 de enero en la ciudad de Santa Fe, quedando a su custodia. El último rey nazarí está al límite, ya que su hijo se encuentra cautivo en la fortaleza de Moclín. En la misma noche del 1 de enero, Gutierre de Cárdenas, comendador de León llega a la Alhambra y asegura militarmente la fortaleza antes de la entrega. Previamente, el ingeniero mudéjar aragonés Muhamad Palacios había creado un canal de acceso al edificio nazarí por detrás de la ciudad, por la zona del Realejo, en lo que en la actualidad es la cuesta del Caidero. Uno de los acuerdos consistía en que la entrada de las tropas católicas no debía soliviantar a la población nazarí.
Los primeros soldados del ejército de los Reyes Católicos se encuentran con Boabdil, que va a lomos de una mula, en la Puerta de los Siete Suelos. La escena que Pradilla intentó retratar en 1882 se produce en las inmediaciones de la ermita de San Sebastián, en el actual Paseo del Violón, pero la reina no estaría en el cuadro, un error en el que también incurrió la afamada y comercial serie televisiva 'Isabel'. Isabel de Castilla se encontraba en Armilla, donde esperaba con sus tropas al rey de Aragón. Isabel y Fernando abandonan el luto por la muerte del príncipe Alonso de Portugal, casado con una de sus hijas. La Alhambra se engalana para recibirles. Son las tres de la tarde. Boabdil aparece a lomos de una mula. Se ha pactado previamente que ante el rey Fernando haría el ademán de bajarse del animal, pero que finalmente el monarca aragonés no se lo permitiría. Desde la Alhambra se disparan tres salvas. Como recuerdo de aquel acto, la catedral de Granada hace sonar a las tres de la tarde tres campanadas; además, el Papa concede indulgencia plenaria a quienes en ese momento recen por la paz y conservación del reino, así consta en las crónicas de Rodríguez de Ardila.
En el cuadro debería aparecer la imagen de Hernando de Baeza, quien fue el intérprete de aquella conversación. Existen dos versiones de las palabras dirigidas por Boabdil al rey católico. La primera, de Gonzalo Fernández de Oviedo, reza así: «Señor, estas son las llaves de vuestra Alhambra y vuestra ciudad. Id señor y recibidlas». La siguiente versión es la que recoge Rodríguez de Ardila, y dice: «Toma señor las llaves de esta ciudad, que yo y los que estamos dentro somos tuyos». En la escena también debía aparecer el cortejo del rey Fernando, entre los que se encontraban Don Fadrique, el Adelantado de Andalucía, el Comendador Mayor de Calatrava y Fonseca, el encargado del utillaje de las tropas, así como un nutrido grupo de nobles y cortesanos. Tras este acto, Boabdil no emprendió el camino hacia su refugio de La Alpujarra sino que viajó a Santa Fe, donde se encontraban los rehenes y también esperó a reunirse con su hijo. Días después inició el camino a su último retiro, allá en las montañas, y tras su última visión de la ciudad -otro tópico que nadie ha conseguido certificar históricamente- fue recriminado por su madre: «Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre». Este lugar es conocido con el nombre del Suspiro del Moro.
Mientras Boabdil abandona Granada, tras la entrega de las llaves al rey Fernando de Aragón, los más de 700 cautivos cristianos, medio desnudos y hambrientos son liberados de las mazmorras alhambreñas y se suman a los festejos con la tropa vencedora. La Alhambra se entrega intacta. Los Reyes Católicos reciben gracias a Boabdil una ciudad fortaleza que no ha sido destruida, a diferencia de lo que ocurrió con Gibralfaro en Málaga y en otras posiciones hispanomusulmanas.
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