La represión de la familia laraño
Durante la República, aquella 'Madre Coraje' y sus hijas desfilaban por Granada con un gorro frigio · Toda la familia fue fusilada en los primeros meses de la guerra civil
El cinco de agosto de 1936, el diario Ideal, en la nota de las detenciones efectuadas el día anterior, informaba: "Detenidas por propagar rumores alarmistas: Eloísa, Trinidad, Rafael y José Laraño Capeli y Trinidad y Rosario Capeli".
En la nota hay un error, Rosario era otra Laraño. Trinidad Capeli Guerrero era la madre de los Laraño. Se trata de una de las exterminaciones familiares más impresionantes de Granada, pues también fue fusilado su yerno, Miguel Gutiérrez Gil, marido de su hija Eloísa, en total fueron asesinados seis miembros de una misma familia.
Trinidad Capeli era la cabeza de familia, su marido la había abandonado, los seis hijos del matrimonio quedaron a su cargo. Trinidad era una Madre Coraje, que no se arredraba ante ninguna situación, crió a sus seis hijos desde su trono, la tarima húmeda de su puesto de pescado, con esa fuerza de las mujeres andaluzas, que entienden su responsabilidad de Madres, como un mandato bíblico, sin dejar las riendas del hogar donde reinaba la armonía.
Era una mujer guapa, entrada en carnes, de manifiesta ideología libertaria, donde el primer mandamiento era la solidaridad, para todo necesitado que se le acercara, era conocida su acendrada conciencia social. Iba siempre a la cabeza de las manifestaciones, con la bandera de su sindicato la CNT. La conmemoración de la República el 14 de abril de 1931 fue el delirio, una de las fiestas cívicas más importantes de la historia de España, las gentes se lanzaron a la calle espontáneamente, para celebrar su llegada. Trinidad y los suyos formaron parte de la multitud que se dirigió a la plaza de la Mariana, en homenaje a aquella mujer que había muerto por la libertad, que ahora vislumbraban con el cambio político. A Mariana de Pineda, nunca le faltaron las flores y corona de laurel de Trinidad. Sus familiares guardan un recorte de prensa, donde se la ve eufórica, tras el mitin presidido por don Fernando de los Ríos y González Peña, celebrado en el campo de fútbol. La multitud siguió por la Gran Vía, hacia el centro de la ciudad. Dolores Fenoll la recuerda en una procesión cívica, por la calle de Mesones, junto a sus hijas que se tocaban con un gorro frigio, abanderadas, portando pancartas con un rotundo "¡Viva la República! ¡Viva don Fernando de los Ríos!".
En Granada el alzamiento militar del 18 de julio de 1936 acabó con la esperanza de la República. Sin apenas resistencia, salvo en el barrio del Albaicín, la persecución, el exterminio llevado a cabo por los sublevados empezaron pronto. Un grupo de criminales controlaron la amedrentada situación, con expeditivos y sumarísimos procedimientos. Contaban con la complicidad del Ejército, la Falange y la Iglesia católica, para la desatada captura del rojo/a, bajo el terror de la violencia, el saqueo y la venganza. Para la familia Laraño, además de su significación política y las expansiones verbales de Trinidad, reunían suficientes méritos para estar en las infamantes listas de los controladores, pero, además, existió la denuncia que, en el nuevo orden, estaba en boca de cualquiera: vecino, colega, portero, amigo, sereno... Entre el gremio de pescaderos existía malestar con los asentadores, por echarle demasiada agua a las cajas de pescado. El fin era limpiarlas, pero, en realidad se trataba de engrosar el peso de la mercancía. Los Laraño nombraron un comité para evitar abusos, y ello le atrajo la enemistad de ciertas gentes relacionadas con las ventas, según testimonio de José Laraño Cano.
En los primeros días de agosto de 1936, detuvieron en su casa de la calle Duquesa a Trinidad y a sus hijas Rosario y Trini y las condujeron a la comisaría de la calle Duquesa. Después fueron a la vivienda de Eloísa, que traía en brazos a su niña Encarnita, de 27 meses, hija del taxista Miguel Gutiérrez Gil. De allí, las llevaron a todas a la prisión de mujeres, que estaba en los parajes alhambreños de Torres Bermejas. A Trini, la influencia de la abuela de Enrique, su novio, cocinera en la casa de un alto mando militar, la salvó del fusilamiento familiar. Cuando llegaron los de la saca, Eloísa sabía que su hermana se salvaría, y le entregó a su hija, pidiéndole que la criara como suya. La guardia comentó que en aquel momento Eloísa le estaba dando el pecho a su niña. Menos suerte tuvo Rosario, la menor, de 17 años, aunque su novio era militar, cuando fueron a pedirle ayuda, negó conocer a su novia. La joven tenía fama de vidente y, cuentan, que unos días antes de detenerlas, le dijo a su madre que estaba muy nerviosa porque "…veía las paredes llenas de sangre".
Madre e hijas no iban a ir muy lejos de Torres Bermejas, fueron fusiladas el 31 de agosto, y sus cadáveres aparecieron en el Camino Viejo del Cementerio. En el libro de entierros del camposanto de Granada, registraban los fusilamientos llevados a cabo en la ciudad, el 1 de setiembre de 1936, se inscribieron 18: "un hombre desconocido, 1 en la carretera de La Zubia; 3 carretera de la Sierra; 4 camino de Víznar; 10 en el Camino Viejo del Cementerio, de los cuales tres eran mujeres": Trinidad, la madre y sus dos hijas, Eloísa y Rosario.
Los hombres estaban en la Prisión Central, por las mismas fechas eran fusilados, al parecer en Víznar. José Laraño, de 33 años, con letra hermosa y seguro trazo, se despedía de los suyos, encomendando al abuelo a su mujer y a sus hijos: "Querido abuelo y esposa. Con esta fecha dejo de existir. No os pido más favor que miréis por mis hijos y mi esposa mientras viváis, que son muy chicos y no les queda más consuelo que el vuestro por que yo ya no puedo dar ninguno. Sin otra cosa, quedarse con Dios para siempre -José Laraño. -Prisión Central 29-8-936. -Le dais un fuerte abrazo y besos a mis hijos a mi esposa y a toda la familia. -Pepe".
Nos contó Encarnita que se temía que a los hijos de los fusilados se les retiraran a la familia, para que no crecieran en el ambiente de los sin Dios, y "…el día de mañana fueran comunistas…", práctica que, como todos sabemos, se llevó a cabo. Miles de niños perdieron su identidad en conventos, orfanatos, reformatorios o dados en adopción a familias adictas al régimen. Años después, este atentado a los Derechos Humanos se viviría en la dictadura argentina, pero décadas antes fue otro de nuestros dramas nacionales. A la hija de Eloísa y Miguel, se la entregaron a la madre de Enrique, novio de Trini, hasta que ella salió del convento-cárcel de San Gregorio, donde fue trasladada, tras el fusilamiento de su madre y hermanas. Años más tarde, se casó con su novio. Encarnita vivió amorosamente junto a ellos, llamándoles padres. La pesadilla de Trini, durante muchos años fue el temor de que le quitaran a su niña.
El día de la boda, en la iglesia del Sagrario, la pequeña llamó a Trini "mamá". El cura que los casaba, era el confesor de los presos en capilla, había confesado a los padres biológicos de Encarnita, poco antes de ser fusilados, paró en seco la ceremonia y, buscando el pecado en los contrayentes, les preguntó airado:
-Pero ¿no habéis confesado que sois solteros?
-Es que la hemos adoptado, respondió Trini.
Para Trini, la conmoción de haber visto a su madre y hermanas salir hacia la muerte, con desgarradoras despedidas, la marcó para toda su vida. Se le borró la sonrisa, se le cayó el pelo, su juventud murió en aquellas mazmorras de Torres Bermejas, donde enfermó del corazón. Después trasladada al convento-cárcel, custodiada por monjas carcelarias, se resintió su corazón
En las familias represaliadas nadie se libraba de la persecución. El testimonio de Encarnita, ya doña Encarna, pasados más de cincuenta años, cuando la conocimos, fue revelador. Tenía delante, grabadora por medio, la historia de la posguerra. ¡Cómo la persecución, tan bien orquestada por los vencedores, era capaz de destrozar la infancia de una criatura, tras el asesinato de sus padres! Y es que los hijos debían de expiar la conducta de sus progenitores por su condición de rojos. A los 5 años a la niña la llevaron externa a un colegio de monjas, pues además debían hacer méritos de arrepentimiento. Primero, fue necesario inculcarle cosas que no debía decir, a los ojos de los vencedores, había que hacerse perdonar, no importaba que hubieran fusilado a sus padres, a su abuela, a sus tíos… Doña Encarna nos contó: "En aquel colegio, yo he tenido una monja que me dejó marcada para toda la vida. Cada día me ponía de rodillas y me decía, mira, estas aquí por roja. Era en el colegio de Riquelme, que estaba en la calle de las Tablas y nosotros vivíamos en la de Lavadero de las Tablas. Me acuerdo perfectamente de ir dándome cuenta del rechazo que producía y sentirme sucia, inferior a las demás, y como inocente que era, sin saber a qué aferrarme, asustada, agarrar y decir un día a sor María, que era una monja vasca, lo más malo que ha parido madre:
-En mi casa rezamos todas las noches el rosario.
-¿Sí?
-Mi madre y mi padre. Y, entonces, empezó a considerarme de otra manera.
Era el puro instinto de ver como podía caer en gracia, de congraciarme. Yo eso nunca se lo dije a mi madre.
La marginación a que estaba sometida fue algo muy doloroso para mí, en mis primeros años de colegio, al no entender nada. Lo que más me hacía sufrir era el desprecio. En el colegio, a las niñas que eran de las Hijas de María, las distinguían con una insignia. Y yo oía decir:
-A esa no que es de familia de rojos. En el mes de mayo, las niñas iban a la capilla con la insignia y yo pasé la pena de ser siempre ángel, que era una insignia roja, con una cruz y, luego ya se pasaba a las hijas de María, con la imagen de la Milagrosa. Todo esto hoy puede parecer lo que es, una tontería, pero cuando eres una niña y no comprendes el alcance de la situación, era descorazonador no ser como todas".
Trinidad Laraño Cano es otra de las niñas huérfanas de la familia Laraño; hija de José, el que en capilla pudo escribir a su abuelo, encomendándoles a su mujer y a sus hijos. Ellos se fueron a Madrid, pues la madre se volvía como loca en Granada, cada vez que se cruzaba por la calle con los asesinos de su marido.
El drama de los Laraño ha estado siempre latente en sus hogares. Los más pequeños han crecido con la sombra de aquella exterminación familiar, de unos seres que sentían el recuerdo cercano, por la evocación inmarchitable de sus padres. Cuando todo parecía entrar en la normalidad un nieto de Trinidad, Marino Laraño, piloto, de brillante carrera, fue rechazado. Al hacer la declaración jurada, le negaron la entrada. El sambenito de los Laraño continuaba vigente. La represión la sufrieron padres, hijos y nietos. Era la alargada sombra del dictador perpetuada hasta su muerte.
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