Un rubí de la Alhambra en la Corona Británica

Curiosidades históricas

La gema, robada en 1362 al rey Bermejo de Granada y entregada al Príncipe Negro de Inglaterra, procede de Mianmar y no de las minas del rey Salomón · Ha pasado por las manos de dos dinastías reales ibéricas y cuatro inglesas hasta llegar a la corona de Isabel II.

Un rubí de la Alhambra en la Corona Británica
Gabriel Pozo Felguera / Granada

07 de noviembre 2010 - 01:00

En los grandes fastos del imperio británico, la reina Isabel II luce la corona imperial o State Imperial Crown. Llama la atención en su centro el destello de un enorme rubí color sangre fuerte, del tamaño del huevo de una paloma. Se trata de una joya que fue sacada del tesoro real de la Alhambra de Granada en 1362 y que llegó unos años después a manos inglesas de una manera sumamente rocambolesca. Desde siempre se le ha conocido como el rubí de Don Pedro el Cruel, aunque hubiese sido más justo llamarlo el rubí del rey Bermejo.

La corona imperial británica es, quizás, la más suntuosa y espectacular de cuantas joyas tocan las cabezas de monarcas de la tierra. Es una pieza de casi tres kilos de oro en los que hay engarzados 2.783 diamantes, 277 perlas, cuatro esmeraldas, 17 zafiros y 5 rubíes. Pero hay tres gemas que destacan sobre las demás: el zafiro de los Estuardos; el diamante estrella de África de 317 kilates; y, sobre todas ellas, el rubí de Don Pedro I de Castilla.

Con sus 170 kilates (34 gramos), este rubí de origen español (que en realidad es una espinela) es la gema de su tipo más famosa del mundo. Hasta ahora se sabía con certeza que perteneció hasta 1362 al tesoro real nazarí, pero su origen se perdía en la noche de los tiempos y le conferían un origen mítico, se le entroncaba con la mesa del rey Salomón. Hoy sabemos, por los últimos estudios, que su origen más probable se encuentra en las minas de Mianmar, aunque tampoco se descarta Tailandia. Cuándo fue encontrado y cómo llegó a la Alhambra sigue siendo un misterio.

Mi vida por un rubí

A mediados del siglo XIV España y Europa se desangraban en guerras internas: el Reino de Granada estaba en guerra civil entre Muhammad V, Ismail II y Muhammad VI; en el reino castellano luchaban Pedro I y su hermano Enrique II Trastamara; Inglaterra y Francia estaban inmersas en la Guerra de los Cien Años.

Muhammad V de Granada había sido depuesto por su sobrino Ismail II, con la ayuda de su cuñado Muhammad Abu Said (futuro Muhammad VI), que era hermanastro del rey. Ismail II era débil de carácter y con pocas dotes políticas; fue asesinado en 1359 por quien le puso en el trono, Muhammad VI. Éste gobernó el reino durante 1359-62. En la primavera de ese año regresó de su exilio africano el depuesto rey Muhammad V, decidido a recuperar su reino. Acudió a pedir ayuda al rey castellano Pedro I, que por entonces se hallaba en Sevilla guerreando contra su propio hermano y, a veces, contra los musulmanes de Granada. Allí acudió también el rey usurpador Muhammad VI, convertido en tributario del monarca castellano.

Ambos reyes granadinos se disputaban el favor y la ayuda del poderoso monarca castellano. Quien obtuviese su favor se convertiría en rey de Granada, es decir, si era Muhammad V recuperaría la Alhambra, si era Muhammad VI seguiría usurpando en trono conseguido tras un golpe de estado y el asesinato de Ismail II. Para obtener ventaja en el apoyo, Muhammad VI se desplazó a los Reales Alcázares de Sevilla con buena parte del tesoro real de la Alhambra.

Cuenta Pedro Pérez de Ayala en su Crónica de Don Pedro de 1362, que siendo el 16 de abril de ese año, los caballeros granadinos fueron invitados a una comida en el transcurso de la cual mostraron su disposición a entregar diversas joyas como pago. El rey Pedro ordenó encarcelarles: "Luego que el rey Bermejo fué preso, fué catado aparte si tenía algunos joyas consigo y falláronle tres piedras balajes tan grande cada una como un huevo de paloma, e fallaron á un moro pequeño que venia con él un correon que traia setecientas e treinta piedras balajes, e fallaron á otro moro pequeño, que era su paje, aljofar tan grueso como avellanas mondadas, cien granos; e a otro moro pequeño fallaron otra partida de aljofar tan grande como granos de garbanzos, que podia haber un celemín; e a los otros moros fallaron a cada uno, a cual aljofar, a cual piedras e levarongelo luego todo al Rey. E a los moros que fueron presos en la judería fueron falladas doblas e joyas, e todas las ovo el Rey".

Uno de los tres balajes (balax, berilo de la familia del rubí) que menciona la crónica era nuestro protagonista. El rey Cruel organizó una matanza de 37 caballeros granadinos en el campo de Tablada, a las afueras de Sevilla, siendo él mismo quien alanceó, dio muerte y cortó la cabeza al rey Muhammad VI. Se la envío a Muhammad V a la Alhambra pinchada en una pica. Resultó evidente que los rubíes y resto de joyas de la Alhambra no le sirvieron a Muhammad VI.

Regalo al Príncipe Negro

Tiempo después, en 1367, el monarca Pedro I de Castilla estaba acorralado por su hermanastro Enrique II de Trastamara. Se refugió en Francia y pidió ayuda al Príncipe de Gales, Eduardo de Plantagenet, más conocido por el Príncipe Negro por llevar una coraza de ese color. Los ingleses deambulaban por Bretaña enfrascados en su guerra contra la corona francesa. Entraron en España para ayudar a Pedro I a consolidarse en el poder, derrotando a los ejércitos castellanos en la batalla de Nájera (La Rioja). Pedro I no pudo recompensarles con más botín que unas cuantas joyas personales. Entre ellas iba el rubí del rey Bermejo granadino. No es cierto que el rubí fuese robado de la Iglesia de Santa María la Real de Nájera por los ingleses, como narran las crónicas riojanas.

Con tan escaso botín regresaron los ingleses a su país a seguir haciéndose la guerra. El Príncipe Negro mostró gran estima por la joya española, de manera que la lució en todas sus batallas. Pero murió en 1376 sin llegar a reinar. El rubí pasó a su hijo Ricardo II Plantagenet. En 1415 aparece el rubí de Don Pedro en la corona del rey Enrique V de Inglaterra, durante la batalla de Agincourt, donde la arquería inglesa destrozó al ejército francés de Carlos VI. Las crónicas cuentan cómo el Duque de Alençon desafió al rey inglés; le partió la corona del rubí de una estocada, pero finalmente el inglés consiguió la victoria.

La arriesgada costumbre de los monarcas de aquella época de luchar con la corona real sobre el casco le llevó a otro susto con el rubí. En la batalla de Bosworth (1485), el rey Ricardo III perdió la vida, el reino y la corona. La joya real fue hallada días después, partida en dos, en unos matorrales. A partir de entonces, el duque de Richmond pasó a reinar como Enrique VII de Inglaterra; inauguraba la dinastía Tudor y la corona con el rubí de la Alhambra.

La joya estuvo en las manos de una reina inglesa consorte de origen español, Catalina de Aragón, hija menor de los Reyes Católicos y esposa de Enrique VIII, aunque por poco tiempo. La corona y su correspondiente rubí fue vendida en la crisis monárquica inglesa de 1649. Debió adquirirla alguien de la familia real, puesto que en 1661 vuelve a aparecer sobre la cabeza del rey Carlos II recién restaurada la monarquía tras el periodo de Cromwell. Hubo por entonces algún que otro intento de robo de joyas reales británicas, lo cual aconsejó custodiarlas en la Torre de Londres, donde quedaron depositadas a partir de 1671 y sólo se sacan para que las luzca Isabel II en los pomposos actos de la Commonwealth.

Pero no quedó la cosa ahí con el rubí del tesoro real de la Alhambra. La State Imperial Crown fue rehecha en 1838 hasta dejarla en su estado actual. Fue con motivo de la coronación de la reina Victoria. En los cuatro siglos anteriores la corona y su rubí habían luchado en mil batallas y fueron sometidos a continuos retoques por joyeros; desde 1838 sólo ha sido sometida a limpiezas, restauraciones y estudios, como el efectuado para conocer el origen del rubí de Don Pedro. Nunca más ha sido reformada.

El rubí de la Alhambra ha pertenecido a las sagas reales de los Nazaríes, los Trastamara (en España), Plantagenet, Lancaster, Tudor y Estuardos (en Inglaterra). No sabemos si con anterioridad perteneció a alguna otra dinastía de reyes.

¿Origen real o leyenda?

El rubí de la Alhambra, del rey Bermejo, de Don Pedro o del Príncipe Negro, que de todas formas se puede llamar a esta famosa gema, tiene un origen hoy conocido gracias a la ciencia. Los análisis aseguran que procede de las minas de la actual Mianmar (Burma o Birmania anteriormente). ¿Pero cómo llegó a la Alhambra de Granada?

Existen infinidad de leyendas que acompañan su origen y beneficios/perjuicios que acarrea a quien lo posea. Lo más probable es que durante al alta edad media llegara a Al-Andalus en manos de mercaderes que comenzaron haciendo la ruta de la seda, después recalara en oriente próximo y Génova, hasta acabar en manos de la monarquía granadina, que mantenía estrechas relaciones comerciales con genoveses y venecianos.

Hay otra leyenda muy extendida que cuenta cómo, al llegar los musulmanes a la Península en 711, el caudillo Musa encontró la Mesa del Rey Salomón en la actual Medina Sidonia o en Toledo, adonde había ido a parar desde Roma y mucho antes desde Jerusalén por mediación de los cátaros. Se trataba de una mesa de oro, con 365 patas, que tenía engastadas miles de gemas. Musa se la habría arrancado y disputado a Tarik; por eso ambos fueron llamados a Damasco para dar explicaciones al califa.

Otras leyendas apuntan que el rubí fue traído a Al-Andalus, también procedente de Jerusalén, por los califas cordobeses. En este caso también se le asocia con los tesoros del Rey Salomón, quien lo habría extraído de sus enigmáticas minas africanas.

En todo caso, al rubí se le asocia con la mala suerte. Se dice que ninguna monarquía que lo tenga en su cetro o corona estará tocada por la buena suerte: el rey Bermejo de Granada murió casi en el acto; Pedro I de Castilla fue asesinado siete años después en Montiel; el Príncipe Negro no llegó a reinar; Ricardo III de Inglaterra perdió su trono cuando lo llevaba puesto... Por el contrario, el imperio británico se hizo más fuerte con él durante los siglos XVI a XIX. Incluso aseguran que se pone más rojo a medida que se derrama más sangre por la joya. Sin duda, se trata de uno más de los cuentos de la Alhambra.

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