La sombra de la sequía de 1995 en Granada
falta de lluvias
Sierra Nevada y sus aportes salvan el escenario en un verano al que se llega con las reservas de agua embalsada al 25%
El verano del éxito turístico mira hacia otro lado en la gestión del agua
Aprovechar el agua de cocer los huevos duros para echársela a las macetas. “Éstas se beneficiaran de los nutrientes liberados por las cáscaras”. Utilizar el agua de la pecera para regar las plantas. “Es muy rica en nitrógeno y fósforo, y es considerada un excelente fertilizante”. Son dos de los consejos que da la empresa suministradora Emasagra para ahorrar agua en su página web. Gran parte de la concienciación respecto al uso de este recurso procede de la última gran sequía que quedó en el imaginario, la del 1995. Es así como se nombra, pero aquel año, el 95, fue el que culminó un largo y seco periodo de cuatro años. El consumo humano estuvo restringido, con cortes durante la noche. En 1994 el Negratín estaba al 7,5% de su capacidad, y el de Colomera agonizaba al 0,8%. El primero está ahora al 23,30% y el segundo al 11,07%. En Andalucía, el nivel de los embalses llegó a estar al 15%, mientras que ahora, los 55 embalses gestionados por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir están, de media, al 22,40%.
Entonces, hace casi 30 años, hubo que recurrir a pozos de emergencia para intentar abastecer a los municipios. En la Vega, que ahora está en situación de alerta según el último informe de sequía con fecha del 30 de junio y publicado por el Ministerio para la Transición Ecológica, se abrieron catorce. Ahora las máquinas sacan tierra de la zona de los pozos junto a la autovía, entre Granada y Huétor Vega, para unir seis de estos pozos con un depósito en Las Conejeras, desde donde el agua irá a la Lancha de Cenes para su tratamiento y, luego, entrar en la red de suministro de miles de usuarios. Esta obra trata de mejorar la situación, muy delicada desde hace dos años, del sistema Colomera-Cubillas, en situación de emergencia desde hace dos años.
En 1996 la situación agónica del 95 cambió radicalmente. Llovió de los cielos no maná, sino agua. Negratín, de estar al 3,2% pasó a estar en cuestión de meses al 38,9%. Más espectacular si cabe fue el vuelco que dio Canales –que de estar al 3,3% se llenó prácticamente hasta los bordes (92,9%)– y Colomera –que de agonizar con las reservas al 1,7% se rellenó hasta el 94,7%– según los datos históricos sobre aquellos años facilitados por la Confederación Hidrográfica del Guadalquivir, la entidad que gestiona todos los embalses de la provincia salvo los de la franja litoral, Béznar y Rules, que dependen de la Junta.
¿Qué aprendimos de entonces? A nivel ciudadano, se adquirió conciencia sobre la necesidad de reducir consumo. En 2012, con el susto todavía en el cuerpo, el gasto por persona y día era de 120 litros por metro cuadrado. En 2020, último dato disponible en el Instituto Nacional de Estadística, el dato ascendió a los 138 litros por metro cuadrado.
Se mejoraron las infraestructuras y se optimizaron los sistemas. Así, en Andalucía, las pérdidas reales por kilómetro de red de suministro se estimaron en 3.208 metros cúbicos por kilómetro en el año 2013. En 2020, último año del que el INE ofrece ese dato, se bajó a los 2.833 metros cúbicos por kilómetro y año.
Pero también en estos años se ha experimentado el aumento de la demanda agraria: del 97 a 2008, la superficie regable en Andalucía aumentó en un 35%. Actualmente, la superficie de regadío ha aumentado en unas diez mil hectáreas desde entonces, situándose en 1.117.858 hectáreas.
Aunque el ciclo de sequía funcione de forma distinta (y sea más feroz), sabemos que es una conocida histórica. La de los noventa es la que aún podemos tener en sangre, pero incluso peor fue la de los cuarenta. Entre 1943 y 1944 el déficit medio anual de lluvias fue de 158 litros por metro cuadrado, según el Plan Especial de Sequía elaborado por la Confederación. Entre 1948 y 1949, de 159 litros por metro cuadrado. También destacaron por su duración las sequías de los años 1971-1075 y a que se prolongó entre 1979 y 1982. “Las sequías constituyen una componente normal y recurrente del clima en España”, señala el Plan.
La sequía actual tiene ya efectos en el campo. Desde la Confederación se estima que de los 55 pantanos de la demarcación, unos quince pueden bajar al 10% de su capacidad tras la campaña de desembalse, lo que supone un riesgo alto para la supervivencia de los seres vivos que habitan en los mismos. En esta situación de estar muy próximo a niveles del 10% están en la provincia de Granada San Clemente (11,86%) y Colomera (11,07%). También está en un estado precario Bermejales, a un 17,83% de su capacidad según los datos en tiempo real del Sistema Automático de Información Hidrológica (SAIH) de la Cuenca del Guadalquivir. De media, en Granada, los embalses están al 25,62%.
Desde el Instituto del Agua dependiente de la Universidad de Granada, Antonio Castillo, también responsable del proyecto Manantiales y fuentes de Andalucía, reseña que en Granada, desde los pozos de la Vega que se pusieron en marcha en el 95, no se ha hecho nada de relevancia en estos últimos años. Rules sigue a la espera de conducciones y los pozos, que en los momentos de emergencia han sido el salvavidas de Granada y su conurbación, es el recurso que queda para etapas de escasez hídrica. Con todo, Granada, destaca el investigador, es “una isla” a nivel andaluz y gracias a la “madre” que es Sierra Nevada y los aportes a los ríos Genil, Dílar y Monachil, tiene agua. A estos recursos se une el acuífero de la Vega, que “respondió estupendamente” en el 95.
Sobre la situación actual, el investigador reclama un “pacto” de gestión, “poner un poco de orden en el regadío, no porque consuman mucho” los legales, sino porque hay quien consume de forma ilegal o alegal. “No disponemos de tanta agua”, zanja Castillo, que destaca la necesidad de “ajustes” para optimizar los recursos que hay.
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