La Torre de la Vela y su campana multiusos

Fue una de las primeras atalayas que se construyeron de la Alhambra. 

En el siglo XVI los granadinos sabían la hora por el sol que daba en uno de sus paños

Los toques de su campana acompañaron de día y de noche a los habitantes y era utilizada para anunciar peligros o incendios

La Casa de los Tiros, la espada encima del corazón

La Torre de la Vela.
La Torre de la Vela. / G. H.

Hay un dicho popular que se expresa en estos términos: "Eres más granaíno que la Torre de la Vela". Y es que esta especie de proa del barco de la Alhambra está en el mismo tuétano de la ciudad, formando parte de su carácter y de su misma idiosincrasia: hay solteras granadinas que creen tanto en el poder casamentero de su campana que después de tocarla el dos de enero van a apalabrar el sitio del convite de la boda porque, según la leyenda, contraerán matrimonio antes de que acabe el año. 

Esta vieja torre guarda más historias en su interior que las que escribieron Heródoto y Tácito juntos. Fue mandada a construir por Muhámmad I y, por lo tanto, una de las primeras del conjunto de la Alhambra. En la época nazarí era conocida como Torre Mayor y durante el siglo XVI como puerta del Sol, ya que el astro rey se refleja con todo su poderío en la fachada de mediodía y actuaba como un reloj de sol para la ciudad. Los aguaores granadinos miraban la torre un día soleado y sabían la hora que era. Su interior está compuesto por cuatro pisos con arcos apeados por pilares, un sótano con mazmorra y terraza en la parte superior. La planta mide 16 metros de ancho y tiene 27 metros de altura. Fue utilizada por un tiempo como vivienda, pero originalmente servía de elemento defensivo. 

La Torre de la Vela sirve como perfecto mirador ya que desde ella se puede observar de un mismo vistazo de una panorámica de la ciudad, Sierra Nevada, la Vega y buena parte de los pueblos de los alrededores. Sin olvidar su valor como fuente de inspiración de cuentos y leyendas. Los novelistas y viajeros la tomaron como lugar idóneo para ambientar sus intrincadas historias de tesoros escondidos que se dejaron allí los moros y amores complicados entre apuestos príncipes nazaríes con cristianas cautivas o de intrépidos capitanes cristianos con gentiles moriscas. Ya se sabe: todo es posible en Granada.

Es también uno de los símbolos de la capital granadina al formar parte de su escudo desde que en 1843 Isabel II concediera el derecho a incorporarla al emblema de la ciudad. Por debajo de los Reyes Católicos, está la torre con la bandera española. Durante muchos años se tremoló desde allí el pendón de Castilla que conmemoraba la Toma de Granada el 2 de enero de 1492. La ceremonia se hacía a las tres de la tarde y recordaba la hora y el día en que los Reyes Católicos tomaron la ciudad. Ahora se hace desde un balcón del Ayuntamiento y horas antes de que abran los bares de la calle Navas. Cambian los tiempos, cambian los sitios. 

La historia insólita

Aunque la verdadera protagonista de la Torre de la Vela es la campana, que ha tenido varios usos a lo largo del tiempo. No siempre ha estado en el mismo sitio. Fue puesta en la fachada occidental en 1840 y reconstruida posteriormente debido a la caía de un rayo en 1882. Y sustituida varias veces debido a las inclemencias del tiempo y a su indiscriminado uso.  

Paco Izquierdo, en su Guía secreta de Granada, cuenta una 'historia insólita', como él la llama, que tiene como protagonista a un zapatero de Alhama de Granada. Está fechada en un dos de enero de un año de finales del siglo XVIII. Por aquellos años venían a la capital muchos vecinos de otros pueblos el segundo día del año a tocar la campana de la Torre de la Vela. Ahora, según una tradición popular moderna, suben a tocarla las muchachas solteras (ya se ha extendido a las mujeres divorciadas) que quieren encontrar pareja, pero antes era otra cosa. Se formaban larguísimas colas para sacudir con fuerza el badajo, un rito a medias entre el patriotismo y el jolgorio con el que la gente festejaba la expulsión de los moros del solar hispano. El silogismo estaba claro: si se aporreaba la campana se aporreaba a los enemigos de la religión. Había personas que tenían que esperar hasta dos días para tocar la dichosa campana. Pues bien, el zapatero alhameño, fornido y de complexión robusta, le dio tan fuerte y con tanta rabia al badajo que cascó la campana. Joder con el zapatero, pensaron los que hacían cola. Pero bueno, se pensó que a la campana le había dado un aire y se mandó fundir otra que estuviera útil para el año siguiente. Pero mira tú por donde el mismo zapatero, que acudió a la tradición capitalina con su mujer y sus hijos, le dio otra vez tan fuerte que volvió a romper la campana nueva. "Los granadinos –dice Paco izquierdo– que no admiten las coincidencias, sentenciaron al zapatero como gafe y cosas mucho peores, condenándole al destierro por cinco años y prohibiéndole bajo pena de muerte, no solo que se acercara o mirara hacia la torre, sino a que jamás pronunciara su nombre". 

Además de su poder casamentero y reivindicativo, la campana tenía otro valor más práctico: su toque servía como reloj nocturno a los agricultores de la Vega para regar sus campos. Sonaba de 8 a 9,30 de la noche, y seguía sonando a distintos intervalos y con distintos toques hasta las 3 o las 4 de la mañana, según la estación del año. Un incordio para los vecinos del Albaicín. También sirvió para llamar a los granadinos en caso de peligro o de incendio. O anunciaba levantamientos o conmemoraciones. Igualmente se podían escuchar sus toques regulares de ánimas, de queda, de alba y de modorra (que no es la siesta), lo que convertía su sonido en un eco que acompañaba de día y de noche a los granadinos y marcaba sus días. O sea, que era una campana multiusos que servía para todo. Ahora le han limitado el uso. Solo suena en varios momentos excepcionales a lo largo del año: el 2 de enero por el Día de la Toma, el 7 de octubre por la festividad de la Virgen del Rosario y durante la procesión de Santa María de la Alhambra en Semana Santa. Su toque, eso sí, lleva siempre incorporado un halo de nostalgia. Bendita campana. 

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