Una utopía ilegal en el Realejo
Los 'okupas' de la calle Damasqueros insisten en que no molestarán a los vecinos y que sólo quieren darle un uso cultural a una casa que llevaba años abandonada
Casi todos están entre los 20 y los 25 años, una edad que todavía da permiso para ser utópico. Su idealismo está envuelto en una especie de halo romántico con el que es fácil identificarse, sobre todo quien aún tiene más o menos reciente la época en la que también fue utópico.
Saben expresarse, algunos hasta en cinco idiomas, y la mayoría cursa estudios universitarios. Ahí dentro se mezclan acentos de todos los puntos de España y también de otros países. Vale, no marcarán tendencia en una pasarela, pero, que se sepa, eso no es un delito. Sí es ilegal lo que hacen, y probablemente son conscientes de ello, pero les pueden sus sueños. No son unos héroes, pero tampoco unos mamarrachos.
Podría ser el retrato robot de quienes desde el pasado sábado okupan un bloque de tres plantas en la calle Damasqueros, un edificio que llevaba en torno a veinte años abandonado y que quieren convertir en su nueva Fábrica de los sueños, un espacio que sustituya al que hasta hace poco okuparon en la calle Marqués de Falces y que tuvieron que abandonar a instancias de su dueño, algo que aquí les puede pasar en cualquier momento.
La casa no parece, así de sopetón, muy habitable, aunque está claro que si a alguien le diera por rehabilitarla en condiciones y dividirla en apartamentos, después podría sacar una millonada por ellos. Los suelos no son muy planos y los techos no dan mucha apariencia de seguridad, como tampoco las escaleras y los balcones. Y desde luego le hace falta un par de manos de pintura. Todo eso sin mencionar que no hay luz ni agua corriente, o que las tuberías brillan por su ausencia.
Desde que llegaron, sus nuevos residentes no han hecho más que limpiar. El que quiera hacer algo allí tendrá que remangarse, ése es el trato. Es su primer filtro contra los costras, a los que definen como "los que sólo se quieren apuntar a la juerga pero no aportan nada". Por cierto, ninguno de los okupas quiere dar su nombre para este reportaje. Pero no por miedo, porque en realidad la Policía ya los conoce, sino por no destacar sobre los demás. De hecho, todas sus decisiones sobre lo que conviene hacer o no en la casa las toman en asambleas y por consenso, nunca por mayoría. La utopía, otra vez.
El segundo filtro contra esos costras es que allí no habrá fiestas, alcohol o ruido a deshoras. Si algo tienen claro es que no quieren que la situación se les descontrole, porque sería darles una excusa perfecta a quienes no quieren verles por allí. Como la presidenta de la asociación de vecinos del Realejo, Carmen Nestares, que ya dijo el domingo que había "alarma en el barrio".
"Nosotros entendemos que haya gente preocupada, aunque por ahora no tienen nada que reprocharnos", explica uno de los recién llegados, que agrega que desde el principio hubo quienes les pusieron las cosas claras. Pasándose un poco, para su gusto. "Uno nos dijo que si armábamos ruido, nos pondría una denuncia cada día y añadió que hablaba en nombre de todos. Fue gracioso, porque entonces se oyó cómo otro vecino decía: 'en el mío no", relata.
No molestar es una consigna; no multiplicarse, otra. Aunque sea complicado impedir la entrada a nadie en una casa que no está habitada por sus propietarios. El que llega, en principio, es bienvenido. Pero si lo que pretende es apalancarse bajo un techo y vegetar, probablemente se llevará -por consenso- un rapapolvo de los demás, que por ahora funcionan como un bloque.
Tanto trabajar cuesta dinero, que aportan de sus ingresos -algunos trabajan- o de lo que sacan de las actividades callejeras que realizan. Todo tiene un destino definitivo, que es convertir la casa en un centro cultural, con talleres para diferentes actividades.
"Lo suyo sería que en un cuarto hubiera títeres, en el de al lado teatro, más arriba malabaresý", ilustra, y en ese momento parece que esté viéndolo todo tal y como le gustaría, aunque sabe que para eso queda un largo camino que puede que no les dejen recorrer.
Pero mientras, al menos les queda la oportunidad de saborear un precioso atardecer en la azotea, con unas vistas únicas sobre los tejados del Realejo, la cúpula de Santo Domingo y, más a la izquierda, Sierra Nevada. Solazarse con ese panorama tras un día entero dándole a la fregona no es una utopía. Y eso ya es algo.
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