No vacunar es un crimen
Quizá las autoridades deban invertir más en comunicación, quizá debamos insistir en la importancia de la medicina preventiva
El titular de esta semana de nuestra Ciencia Abierta reproduce unas palabras escritas en una carta por Roald Dahl (1916-1990)famosos escritor inglés de cuentos infantiles, hace más de treinta años. En términos similares se manifestaba, en unas declaraciones sobre los movimientos antivacunas, el premio Nobel de Medicina en 2011, el luxemburgués Jules Hoffmann.
Y quiero dedicar las siguientes líneas no para explicar qué son las vacunas desde el punto de vista de la medicina científica, ni siquiera para explicarles los mecanismos de inmunización a nivel básico. Cualquier estudiante de secundaria lo estudia a nivel elemental y en el Bachillerato de Ciencias se aborda de forma relativamente profunda, aun cuando los procesos moleculares de inmunización son bastante complejos.
Mis líneas tratarán de explicar las razones de algunos comportamientos humanos. Y para ello la figura del escritor inglés es un magnífico ejemplo. Dahl vio morir, en 1962, a su hija de siete años por una complicación surgida al contraer el sarampión. Dahl creía que el sarampión era una enfermedad menor y sin importancia. Tras el dramático suceso el autor británico se involucró en movimientos a favor de la vacunación infantil que en aquellos años se estaba iniciando y potenciando en todos los países desarrollados. La vacuna del sarampión apareció dos años después de la muerte de su hija.
En los años 50 posteriores a la Segunda Guerra Mundial y en los 60 se desarrollaron diversas vacunas (1952 poliomielitis, 1954 encefalitis japonesa, 1962 vacuna oral para la polio, 1964 sarampión, 1967 paperas, 1970 rubeola). Dahl comprendió, por desgracia sufriendo una muerte tan próxima, la importancia de poder prevenir enfermedades y apoyó activamente campañas de vacunación infantil en su país. Escribía cuentos para niños, era famoso y su voz servía como réplica para aquellos que se oponían a las vacunaciones masivas. La carta donde afirmaba que no vacunar es un crimen fue escrita ya en los años 80, en replica a las críticas contras las vacunas. En los Estados Unidos sus ideas se usan frente a los movimientos que se oponen a la vacunación infantil.
Los procesos de vacunación general de la población siempre, desde sus inicios a finales del siglo XVIII, han tenido un sustrato de resistencia. El propio concepto de vacuna no suele ser bien entendido por la población en general, de modo que la mayoría de la gente tiene un pensamiento o concepción pseudo-preventiva, piensa que en realidad es como un medicamento. Tan acostumbrados estamos en ir al médico para que nos recete una pastilla que nos cure que, sin estar enfermos, la idea de tomar una sustancia o recibir una inyección nos resulta verdaderamente extraña. El concepto de prevención por inmunización nos queda muy lejano.
La Historia de la Medicina nos indica que la vacunación y las medidas de salubridad en el control del abastecimiento de las aguas de los asentamientos urbanos han sido los dos mayores avances para la salud de la población mundial. Los resultados de la vacunación entre la población infantil dieron tales éxitos desde su implantación que parecía que la eliminación total de muchas enfermedades infantiles sería un hecho próximo, al igual que la erradicación de otras enfermedades infecciosas por la acción de los antibióticos. La resistencia bacteriana a los antibióticos demostró pronto que quedaba mucho por hacer y la lucha es continua. Las bacterias además cuentan con el continuo apoyo del estúpido comportamiento humano que las ayuda a generar más y más resistencia. Ya saben para qué voy a terminar el tratamiento si ya estoy mejor… revise su cajón de medicinas y cuente el número de cajas de antibióticos que no ha terminado de tomar. Las bacterias le estarán muy agradecidas.
En el caso de la vacunación "las razones humanas" para no vacunar, y por ende las vías hacia el crimen, son más variadas y sofisticadas. Apuntamos en primer lugar que el ser humano tiene memoria frágil. Hace décadas, en algunos casos casi medio siglo, que no aparecen brotes o epidemias realmente graves de algunas enfermedades infantiles (precisamente gracias a la vacunación masiva de la población) y por ello creemos que ya no hay peligro. Desde luego entre la población nacida en países desarrollados con sistemas de salud pública generalizada, las únicas epidemias que se conocen son las de gripe.
En segundo lugar hemos de citar la desconfianza hacia que nos controlen, en particular el Estado. Y en nombre de la libertad individual, la vacunación no puede ser obligatoria. Las primeras vacunaciones masivas, allá por los años 50-60, eran bastante coercitivas y apoyadas en ciertas acciones legales. En la actualidad, cuando cualquier acción represora del Estado se marca rápidamente como un atentado a la libertad del individuo, la vacunación se aconseja.
Añadamos a la mala memoria y a la libertad individual un tercer elemento también muy humano, a saber, la economía. Si las vacunas actúan como un factor de diferenciación económica, entonces el caldo de cultivo está servido. Los mensajes contra el Estado, por la libertad individual y contra las grandes compañías farmacéuticas son una historia maravillosa que puede engatusar a cualquiera que estúpidamente, con perdón, las quiera escuchar y creérselas. Pongamos algunos ejemplos de reacciones adversas entre los millones y millones que no tienen ningún problema y sembraremos la duda… y bueno pues como creyó Dahl, el sarampión no es tan grave.
Esa enfermedad y otras muchas que han sido casi eliminadas, gracias precisamente a la vacunación masiva entre la población, son verdaderamente graves en sí mismas o por sus complicaciones y pueden generar un verdadero caos en la salud de un país si vuelven a aparecer y generalizarse. Los límites de mi libertad individual acaban en los límites de las libertades de los otros y resulta que "mí no vacuna" puede ser un perfecto crimen para con los otros. Se ha repetido hasta la saciedad: el único problema de las vacunas es no usarlas. No está de más repetirlo muchas veces, por todos los medios. Quizás las autoridades sanitarias deban invertir más en comunicación, quizás deban explicarse mejor, quizás debamos insistir más en la importancia de la medicina preventiva. No olvidemos tampoco que, parafraseando a Isaac Asimov, contra la estupidez humana ni los propios dioses pueden luchar.
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