1941: Cuando la vida era una cuesta arriba
Granada año a año
Cerca de 300 voluntarios granadinos de la llamada División Azul partieron para Rusia para luchar con los nazis
En 1941 mueren José María Rodríguez Acosta, Luis Seco de Lucena, Lagartijillo Chico y el alcalde de la capital, Rafael Acosta Inglott
Hace un par de años entrevisté a José López López, que vivía en Granada, en una calle del barrio Cervantes. José tenía 102 años y era el único de los casi cincuenta mil españoles que se fueron a la División Azul que aún estaba vivo. El último divisionario azul, titulé aquel reportaje. José era un hombre pequeño, casi diminuto, pero con una memoria increíble. Me habló de las penalidades que pasaron aquellos voluntarios que había enviado Franco para ayudar a los nazis en la invasión de Rusia. Estuvo en Leningrado y después en un cuartel cerca de Finlandia. “Estábamos a cuarenta grados bajo cero. El vino nos llegaba en barriles que venían totalmente congelados y cuando lo repartían nos lo daban en trozos de hielo. Lo derretíamos en jarras de lata que poníamos a la lumbre para poder beberlo. Lo mismo que la mantequilla. Allí todo se tenía que derretir antes de comerlo. Yo cogí el paludismo y estuve a punto de palmarla. Me llevaron a un hospital de campaña alemán y allí me atendió una enfermera brasileña, con la única con la que me entendía algo”. José no sabía exactamente por qué se alistó para ir a Rusia. Me dijo que tal vez por buscar una aventura en su monótona vida.
En 1941, según los datos que me ha facilitado la Fundación de la División Azul, fueron 297 los granadinos que se fueron a formar parte de la División Española de Voluntarios, que se le llamó popularmente División Azul por su marcado carácter falangista. En la provincia de Granada se apuntaron casi tres mil voluntarios que querían ir a Rusia a matar bolcheviques, pero al final solo uno de cada diez fueron los elegidos. Los voluntarios granadinos estuvieron adscritos al Regimiento 269, que tenía fama de ser el más aguerrido y, al final, el que más bajas tuvo. A finales de 1941, raro era el día en el que no venía en los periódicos Ideal y Patria el nombre de algún granadino que había caído en Rusia. “En el frente ruso, defendiendo con todo heroísmo y bravura los colores de la bandera de España, han dado su vida por Dios y por la Patria los voluntarios granadinos de la División Azul Manuel Rodríguez Iglesias (de Órgiva) y Fernando Martín Montoya (de Pinos Genil)”, decía una noticia del diario Patria. Al siguiente día era el teniente Tovar Méndez, también de Órgiva. Y al otro el sargento Juan Antonio Maldonado Bonilla o el atarfeño Alberto Moreno Pérez. No se sabe exactamente -al menos yo no lo he podido contrastar- los granadinos que murieron ese año en el frente ruso, pero fueron decenas las familias que se quedaron sin ver regresar de aquella aventura soviética a sus seres más queridos. Al terminar la II Guerra Mundial, más de doscientos españoles permanecieron varios años más en cárceles y campos de concentración rusos. Fueron repatriados en el año 1954 en el barco Semíramis. A algunos granadinos que regresaron, los familiares los habían dado por muertos: Antonio Izquierdo, de Purullena; Cecilio Laborda, José López García; Joaquín Mallada, de Moreda; Antonio Moreno, de Moclín, Francisco Rosaleny… Uno de ellos llamado Diego Bailón, cuando se fue dejó a su esposa embarazada y a su vuelta conoció a su hija de doce años.
La persona de la División Azul que más se relaciona con Granada es, sin duda, José María Sánchez Diana, acérrimo falangista que se alistó con 17 años y que, al volver y ocupar la plaza de profesor de Historia en el Instituto Padre Suárez de la capital granadina, escribió un libro titulado Cabeza de Puente, diario de un soldado de Hitler, en el que narra su experiencia en Rusia.
Y es que Granada fue una de las provincias que más se volcó con la División Azul. En la campaña para recaudar fondos para los que se fueron a luchar a Rusia, los granadinos enviaron grandes cantidades de mantecados, carne de membrillo, conservas, azúcar y ropa de abrigo. Salió en un barco el 16 de noviembre de 1941. Lo que no se sabe es lo que llegó allí.
Mueren Seco de Lucena y Rodríguez Acosta
En el año 1941 la muerte obtiene una gran cosecha en Granada. Además de todos los miles de personas que fallecen a causa del piojo verde, desaparecen de la escena varias personalidades del mundo de la política, el arte y la cultura. El 30 de junio de 1941 se da una gran manifestación de duelo por el fallecimiento del alcalde Rafael Acosta Inglott. Una multitud de personas acompañaron al féretro que contenía sus restos hacia el cementerio. El alcalde, en sus solo siete meses de mandato, había adquirido fama de buena persona y de estar muy comprometido con la ciudad. Se contagió de tifus al visitar a los enfermos de las cuevas del Barranco del Abogado durante la epidemia que se había iniciado en Granada un año antes. Luis Seco de Lucena, en su libro Mis memorias de Granada, define a Rafael Acosta como "uno de los alcaldes más nobles, bondadosos, inteligentes y de más fecunda gestión que ha tenido Granada". Precisamente Luis Seco de Lucena Escalada, el fundador del legendario El Defensor de Granada, también murió ese año (a finales de diciembre). Tenía 85 años y la capilla ardiente se instaló en la sede de la Asociación de la Prensa, de la que él fue uno de los fundadores.
El mundo de los toros perdió al torero granadino José Moreno ‘Lagartijillo Chico’, sobrenombre que le pusieron para diferenciarlo de su tío: Antonio Moreno ‘Lagartijillo’. No tuvo mucha suerte el torero granadino porque le tocó vivir la época en la que la gente iba a ver torear a El Gallo, a Bombita, a Machaquito o a Juan Belmonte, que son los que cortaban las orejas y los rabos. De todas maneras, en las enciclopedias taurinas se dice que este granadino ofició un toreo “muy digno y florido”. Ahí queda eso.
El mundo del arte pierde este mismo año a José María Rodríguez Acosta, pintor a caballo entre el modernismo y el simbolismo. Su desahogada posición económica -había nacido en el seno de una familia dedicada a los negocios bancarios- le permitió dedicarse a su auténtica pasión: la pintura. Era muy bueno pintando naturalezas muertas y desnudos femeninos. Y cuando se hartó, abandonó los pinceles para dedicarse a la planificación, construcción y decoración de su magnífico carmen granadino, en donde albergó su biblioteca y diversas colecciones de objetos. Al morir, en ese año de 1941, se crea en el carmen la Fundación que llevará el nombre del pintor.
Quien muere en Roma ese año también es Alfonso XIII, que no nació en Granada, pero venía frecuentemente a cazar conejos de campo y también de ciudad. Aquí se había enamorado de Carmen Ruiz Moragas, hija del gobernador civil, a la que la gente la llamaba La Borbona. Carmen Ruiz se había casado con el torero mexicano Rodolfo Gaona, pero la cosa no fue bien y al separarse de él se echó en brazos de Alfonso XIII, del que tuvo dos hijos bastardos. Según un libro que ha escrito Javier Pérez y que yo he referido en alguna ocasión, Carmen era una mujer de armas tomar y nunca estuvo enamorada del rey, pero con el que llegó al buen pacto de ser protegida a todos los niveles, por supuesto, incluido el económico. La hija del gobernador civil de Granada después se haría republicana, tras conocer al poeta Juan Chabás, un intelectual que militaba en la Izquierda Republicana. Sería una seguidora del feminismo moderado de Victoria Kent. Murió cuando solo tenía 38 años, “olvidada y amargada”, como cuenta González Ruano en sus memorias. Al morir Alfonso XIII, Franco declara un día de luto en España, nada comparado con las exequias de Isabel II de Inglaterra, que van a durar más que el chándal de la mili, que diría el bético Joaquín.
Sube el Granada
Pero ese año de 1941 también proporciona a los granadinos alguna que otra alegría. El Granada CF, que había creado la gestora presidida por Ricardo Martín Campos, se proclama campeón de Segunda División y sube a Primera. La gente iba a Los Cármenes (antes se llamaba Las Tablas) a animar a su esquipo y, de camino, a olvidar los estragos del hambre. Muchos granadinos saben de memoria aquella famosa alineación que subió a Primera: Floro, Millán, González, Matside, Bonet, Mesa, Trompi, César, Martínez, Bachiller y Liz. El entrenador era Victoria Santos, del que escribe José Luis Delgado que el último partido contra el Coruña “salió cabizbajo de Los Cármenes; nadie le hizo caso y al poco tiempo murió de una tuberculosis, de tristeza y decepcionado por los desagradecidos que le dieron la espalda. A eso estamos acostumbrados en esta ciudad de la Alhambra”. Por primera vez Granada está en la máxima categoría del fútbol y los granadinos se lo agradecen organizando una gran recepción a los jugadores, que se pasearon en autobús por la Gran Vía mientras la banda municipal interpretaba el himno del Granada compuesto por el maestro Megías. Cuando acabó la temporada, quién ocuparía la portería sería el portero Alberti, aquel que comía naranjas cuando el balón estaba en el área contraria. Algún que otro chiquillo hambriento se acercaba a él no con la intención de que le firmara un autógrafo, sino para que le diera una naranja. Dicen las crónicas antiguas que le encantaban los cítricos del Valle de Lecrín.
Por lo demás la vida transcurría cuesta arriba para la mayoría de los granadinos. El 15 de noviembre es nombrado de nuevo Antonio Gallego Burín alcalde de Granada. La miseria y el hambre estaba aún lejos de resolverse. Aun así, la ciudad sigue su ritmo y las obras no paran. La construcción del alcantarillado y la instalación de las redes de agua potable, que comienzan en agosto, tendrán durante dos o tres años las calles abiertas en canal. Las ratas se hacen las dueñas de la ciudad y habrá hasta concursos para ver quién mata más roedores. Los trabajos de alcantarillados y de redes de agua comenzarán en el barrio de las Virgen de las Angustias y terminarán en Albaicín. Con el fin de evitar el uso indebido del líquido elemento, el Ayuntamiento fija un mínimo de consumo por familia almes de 2,40 pesetas al mes. Cada metro cúbico de más se cobraba a cuarenta céntimos Se instala una estación depuradora en Lancha de Cenes y se calcula que los granadinos gastaban 26.000 metros cúbicos de agua al día.
Los que se hincharon de agua el 4 de octubre de 1941 fueron los almuñequeros. Una fuerte tormenta produjo los desbordamientos de los ríos Verde y Seco. Las aguas irrumpieron con tal fuerza en el campo que se llevaron la mayor parte de los frutos cultivados en la zona, que fueron arrastrados al mar. Unos dos mis marjales resultaron dañados y el alcalde de Almuñécar, Narciso Naveros, se apresuró a visitar al gobernador civil para dar cuenta de los daños y solicitar ayuda para los agricultores. El río Seco almuñequero cumplía así su venganza por ser llamado con ese nombre.
En la capital, el Palacio de los señores de Muller, situado en plena Gran Vía, se convierte en la sede del Gobierno Civil. También se coloca la primera piedra del Hospital de San Rafael, que primero fue ideado como una clínica para niños. Ese año se inaugura también la sede del Banco de España de la Gran Vía. Cuesta su construcción cinco millones de pesetas. Sólo en los mármoles, se invirtió un millón. El arquitecto de la obra, Secundino Zuazo, procuró que el edificio tuviera calefacción, refrigeración y estación propia de depuradora de agua. En ese solar estuvo antes el convento del Santo Ángel Custodio, que fue saqueados por los franceses cuando ocuparon Granada en 1810. Durante la República, las religiosas clarisas franciscanas, que ocupaban el convento, se vieron obligadas a permutar su sede por un solar que el Estado tenía en la calle San Antón. El convento fue derribado y se construyó la sede bancaria que hoy podemos ver y que años después de ser cerrado en 2004, se convirtió en la sede de la Fiscalía de Andalucía. Antes del cierre, distintas administraciones reclamaron su cesión y se abrió en Granada un importante debate sobre su futuro uso. Al final la Junta de Andalucía lo adquirió mediante la permuta en 2006 de la famosa Casa de las Conchas de Salamanca, quizás el edificio más emblemático de la ciudad castellana. En la Junta aún se preguntan si no salieron perdiendo en el trueque y los salmantinos dicen eso de Santa Rita, Rita, Rita…
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