La Virgen que lloraba lágrimas de sangre
Historias de Granada
A mediados de mayo de 1982 casi 50.000 personas esperaron durante horas para ver un supuesto milagro en la Iglesia de San Juan de Dios
El santo por excelencia de Granada montó una librería en la calle Elvira antes de dedicarse a su labor asistencial y de ser canonizado
Granada/Creo que debería empezar con el día en que llegué a Granada. Tal vez el asunto no sea del todo relevante, pero, dado que quiero que esta serie esté escrita a base de confidencias personales y de las circunstancias que las rodean desde el instante mismo que pisé esta ciudad para comenzar la etapa definitiva de mi vida, no resulta del todo inapropiado.
Granada es una ciudad acostumbrada a recibir a gente. A personas que vienen de otras latitudes pensando que son unas privilegiadas al ser acogidas por una metrópoli que tiene el monumento más visitado de España, una sierra a la vista que cuando está nevada parece una postal de brillo y una salida al Mediterráneo en una costa que produce bellos atardeceres. A pesar de ser tan cosmopolita, Granada también es bastante ingenua, muy dada a los prodigios y a los milagros. Es su herencia cateta. El día en que recalé aquí para trabajar en el periódico Ideal, el 13 de mayo de 1982, una Virgen lloraba lágrimas de sangre. En Estados Unidos el presidente era Ronald Reagan y una caña de cerveza costaba 70 pesetas, 40 céntimos de euro. España era la organizadora del Mundial de fútbol y había 'naranjitos' por todos lados.
El director del periódico, Melchor Sáiz-Pardo, no pudo atenderme como él hubiera querido debido que estaba agobiado por el enorme impacto que la noticia había tenido en la ciudad. El periódico por entonces pertenecía a la Editorial Católica (Edica) y todas las noticias relacionadas con la Iglesia debían de ser tratadas de una manera especial. Y aquel era un caso especial. El templo en donde se había dado el supuesto milagro, la basílica de San Juan de Dios, estaba solo a unos pocos metros de la redacción del periódico, por entonces en Compás de San Jerónimo, calle que desemboca en el monasterio del mismo nombre. Esa misma tarde miles de personas hacían cola para ver a la Virgen llorando sangre y al día siguiente llegaron autobuses enteros de pueblos cercanos para contemplar el supuesto milagro.
Ante el gran revuelo que se había creado, el arzobispo, monseñor Méndez Asensio, decidió cerrar la basílica. La multitud enfervorizada gritaba desde fuera ¡Queremos verla! ¡Queremos verla! Si en Roma, en Civitavechia, había una Virgen que lloraba sangre reconocida por el Vaticano… ¿por qué Granada no podía tener una? Una Virgen de las Lágrimas.
Yo contemplaba todo aquel espectáculo con la admiración propia de un periodista que procedía de una provincia como Jaén en donde casi nunca pasaba nada. ¿Y si esto fuera un presagio y la Virgen estuviera llorando por mí?, me pregunté para provocar en mi mente la duda de si había hecho bien en dejar un puesto tranquilo y bien pagado en el Gabinete de Prensa del Ayuntamiento de Jaén para trabajar en una ciudad donde las vírgenes lloraban sangre.
El clérigo tramposo
Pero no, no estaba llorando por mí. Casi cuarenta años en esta ciudad me permiten concluir que aquella fue una decisión acertada. Además, el arzobispado quiso desmontar el milagro y emitió enseguida un comunicado diciendo más o menos que no existía indicio alguno de intervención natural. Todo había sido obra de un sacristán que, viendo los acontecimientos políticos que se sucedían en España, creyó necesario pintarle de rojo las lágrimas que exhibía la Virgen que se encontraba a la entrada de la basílica. ¡La Virgen lloraba por la situación de España y del mundo!, parecía ser el mensaje subliminal que quería aportar el sochantre tramposo. Un año antes habían atentado contra el Papa Juan Pablo II y en España se celebraban las elecciones generales que iban a permitir un gobierno laicista que dejaría apartada a la Iglesia. Había que hacer algo y qué mejor que acudir a las "reminiscencias mágicas propias del Sur español", como había escrito el teólogo Castillo, para inventarse un milagro, un milagro que atenuase las oleadas de neopaganismo que se cernían sobre el país.
El caso de la Virgen que lloraba sangre sirvió, entre otras cosas, para que el periódico en el que iba a trabajar duplicara su tirada durante tres o cuatro días que duró el engaño del pintor de lágrimas de sangre. De 30.000 ejemplares se puso en 60.000. Un periódico costaba 40 pesetas y las ganancias de esos días, solo en ventas, fueron de un par de millones de pesetas. Los otros dos periódicos que existían por entonces, el Diario de Granada y el Patria, también vieron aumentada su tirada. Se hicieron póster que se vendían a cien pesetas y el vendedor de roscos de San Lázaro, hechos con harina de garbanzos, que se ponía en la puerta de la iglesia, esos días hizo la caja de su vida. Ese fue el auténtico milagro de la Virgen.
El País dedicó una editorial al supuesto milagro de la Virgen en el que pedía que se encarcelara al autor de los hechos, un tal Fernando Villanueva, porque consideraba que se había cometido una estafa espiritual que debía de tener su castigo. Tampoco era para tanto. Lo que había hecho aquel hombre es intentar agrandar la imaginación y la ingenuidad de los granadinos. Y lo consiguió. Vaya si lo consiguió.
San Juan de Dios, otro inmigrante
San Juan de Dios, que da nombre a la basílica en la que se dio el supuesto lloriqueo virginal, recala en Granada en 1538. Su nombre era Joäo Cidade, Juan Ciudad en castellano. Había nacido en Portugal y antes de ser santo y fundador de una orden hospitalaria, había sido soldado en el ejército de Carlos V. Fue además contable de una compañía militar y estuvo a punto de ser ahorcado porque las cuentas no salían: alguien se quedaba con el dinero y todas las miradas se concentraban en el futuro santo. Cuando viene a Granada, después de ser vendedor ambulante en Gibraltar, monta una librería en la Puerta de Elvira. Es de suponer que casi todos los libros de aquella época estaban relacionados con la literatura de tipo devocional y religioso. De ahí que el futuro canonizado se tragara todas las biografías de santos que les llegaban como novedades. La conversión estaba en marcha. Fue un sermón que oyó de San Juan de Ávila el que le hizo convertirse. Se deshace de todo lo que tiene y durante un tiempo vaga por la ciudad casi desnudo y sin un mal pedazo de pan que llevarse a la boca. Los niños que lo ven le apedrean y lo tratan de loco.
No son los niños los únicos que lo creen, así que es encerrado durante un tiempo en el Hospital Real, dedicado a los que no tienen donde caerse muertos. En una escapada se va al santuario de la Virgen de Guadalupe en Cáceres, donde decide dedicar su vida a ayudar a los enfermos, a los pobres y a todos los que necesitaran una mano que les ayudara a sobrevivir. Cuando vuelve a Granada, gracias a la generosidad de los pudientes que ven en él una persona en la que hay que confiar, monta su primer hospital en la calle Lucena. Después otro en la Cuesta de Gomérez. El obispo le pone el nombre de Juan de Dios y su fama de milagrero empieza a tomar cuerpo. El número de sus discípulos se multiplica y a los enfermos se les empieza a trata de otra forma. A primeros de marzo de 1550 vio a un joven que se estaba ahogando en el Genil y se tiró a las aguas para salvarlo. Como consecuencia de aquella heroicidad cogió una pulmonía y murió. Tenía 55 años. Fue canonizado por el papa Urbano VIII. A su muerte su obra se extendió por toda España, Portugal, Italia y Francia. Su orden hospitalaria sigue siendo primordial en varios lugares de África.
Su cuerpo fue enterrado en el convento de la Victoria, pero en 1664 sus restos fueron trasladados a la Iglesia del Hospital de San Juan de Dios y en 1757 fueron de nuevo acarreados a la basílica que lleva su nombre, en cuyo camarín reposan definitivamente. San Juan de Dios murió en el Palacio de los Pisa, donde actualmente hay un museo dedicado a él y a donde el arzobispo trasladó la imagen de la Virgen que lloraba lágrimas. Méndez Asensio no quería más prodigios en sus templos. Para milagro, el de la propia subsistencia, dijo monseñor. Las ventas de periódicos y los roscos de San Lázaro volvieron a sus cantidades normales.
Contar lo que he vivido en una ciudad ‘milagrosa’
Pienso que el mejor favor que puede hacer un periodista –que está al final de su carrera– a una ciudad es contar como fue la vida del entorno en el que ha vivido: cómo eran sus calles, como eran sus plazas, como eran los personajes que la habitaban, como eran sus monumentos, como eran sus bares y tabernas, como eran sus instituciones, como eran sus políticos y, en fin, como era su historia. Durante cuarenta y tantos años he trabajado como periodista en Granada, primero en el diario Ideal y ahora en Granada Hoy. He sido presidente de la Asociación de la Prensa y también he participado en muchos programas radiofónicos y de las televisiones locales. He ido siempre que he podido allá a donde me han llamado. He conocido lugares muy acogedores, personas muy interesantes y situaciones que merecen la pena recordar. Sin recuerdos, no hay personas ni ciudades. A partir de hoy, todos los domingos haré partícipes a los lectores de este periódico de unas confidencias contadas de manera original y apasionada –por lo menos lo intentaré– por alguien que llegó a esta ciudad de manera ‘milagrosa’ y en la que, al final, decidió vivir.
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