El yonqui de las salaíllas

Historias de Granada

Mañana es la festividad de San Cecilio, el santo que fue inventado por dos moriscos y un arzobispo

Vista de la explanada de la abadía donde se celebran los bailes.
Vista de la explanada de la abadía donde se celebran los bailes. / Juan Ortiz

Granada/Cuando te instalas en un sitio con la idea de quedarte es lógico que empieces a asumir costumbres, tradiciones y, en general, el modus vivendi de la ciudad que te acoge. Es la resiliencia obligatoria, el peaje necesario para adaptarse al lugar en el que vas a poner tus lindas posaderas. Una cosa que me gustaba mucho en los primeros años de estar en Granada era dedicar los sábados o domingos que tenía descanso a dar paseos por el Llano de la Perdiz y por Las Conejeras, que es lo que hacían y hacen muchos granadinos. Después irme a un ventorro de Huétor Vega a pedir algunos de aquellos platos que tanto atraen a los lugareños por constituir la esencia gastronómica de esta tierra: desde las morcillas que ponían en el Bienvenido a las papas a lo pobre con chorizo que daban en el Gato Montés, ambos desaparecidos. Y recuerdo que en todos sitios pedía saladillas. O salaíllas como les dice el vulgo. Las pedía hasta con las migas.

A las Conejeras iban en los sesenta y setenta los novios a meterse mano en los utilitarios de la época como el seiscientos y el escarabajo. Con el ardor del necesitado, el novio se las veía y se las deseaba para desnudar a su novia en aquellos habitáculos tan pequeños. Pero las manos de él convertidas en tentáculos de pulpo siempre llegaban a donde estaban el broche del sujetador y a las ligas de ella. Allí, en Las Conejeras, había un campo de tiro donde se organizaban campeonatos incluso a nivel nacional. Un día, mi compañero de Deportes José Luis Piñero, al celebrarse uno de esos campeonatos, tituló una noticia: “Hoy, tiro de liga en Las Conejeras”. Piñero no llevaba mala intención en su titular, pero muchos granadinos creyeron que sí.

Lo de las salaíllas es vicio. Hasta llegar a Granada no las había probado. Las caté por primera vez en una romería de San Cecilio y con el tiempo han llegado a gustarme tanto que a veces he temido convertirme en un yonqui de las salaíllas: si estoy un tiempo sin probarlas me entra el mono. Las mejores y las más baratas las hacen en las panaderías del Albaicín, a donde voy habitualmente a por ellas. Al parecer son un invento de los árabes, que metían el pan recién cocinado en sal para mantenerlo más días. Cuando se iba a consumir se sacudía la sal, pero se quedaban adheridos pequeños trocitos de este compuesto.

Celebración de la romería en 1982.
Celebración de la romería en 1982. / Juan Ortiz

Aquel primer día que subí a la Abadía el día de San Cecilio lo hice como periodista. Por entonces la romería se celebraba el día uno de febrero y desde hace varios años se celebra el primer domingo de ese mes. Antes era festivo, pero hubo un trueque y cambiaron la festividad del Corpus por la de San Cecilio. Se desnudó un santo para vestir a otro. Este año será difícil organizarlo como otros a causa de la pandemia, pero seguro que habrá gente que subirá a la Abadía, por lo menos para recordar una de las tradiciones que más entusiasma a los granadinos. O para pedirle a San Cecilio que haga algo para que paren ya los terremotos.

Los huevos fríos del santo

A estas alturas de la Historia se sabe que San Cecilio es un santo inventado por dos moriscos y avalados por un arzobispo. En el siglo XVI encontraron unas reliquias que se las achacaron a San Cecilio, el cual, concluyeron, fue el primer obispo de Granada cuando, bajo la dominación romana, se llamaba todavía Illíberis. Como por entonces no había pruebas de ADN, se dio por cierta la teoría de los dos moriscos (Alonso del Castillo y Miguel de Luna) y del arzobispo Pedro de Castro. Incluso se creó la leyenda de que había sido quemado vivo y que el santo no se había inmutado durante el martirio. Y que, además, tuvo la valentía de desafiar a sus verdugos. Por eso los gitanos antiguos de Sacromonte le habían dedicado una canción cuyo estribillo decía: San Cecilio en la parrilla/les decía a los judíos/echarle más leña al fuego/que tengo los huevos fríos.

Estos moriscos, de alta posición social, eran médicos, inventaron también la aparición de los llamados libros plúmbeos, considerada una de las falsificaciones históricas más famosas del mundo. Estaban escritos en planchas de plomo pretendían ser del siglo I y narraban legendarias historias sobre los orígenes apostólicos y árabes del cristianismo en Granada. ¿Y todo para qué? Si ellos demostraban que había un vínculo, un sincretismo, entre el cristianismo y el islam, los moriscos no serían expulsados de España. La repercusión social del hallazgo fue enorme. Enviados a Roma para su análisis, el papa Inocencio XI los condenó por sus “ideas mahometanas, puras ficciones humanas fabricadas para ruina de la fe católica”. No sucedió lo mismo con las reliquias ni los huesos, que están considerados sagrados por la Iglesia. Los falsificadores convirtieron en autores de los libros a san Cecilio y san Tesifón, dos varones apostólicos de los que no se sabía nada y que, además, eran árabes, en un intento de despertar la simpatía hacia los moriscos. De ese modo, Granada se convirtió en una ciudad con un santo inventado y con varios falsos mártires.

Hasta entonces el santo local había sido San Gregorio Bético, que es al que deben implorar los jugadores de cierto equipo sevillano siempre que salen al campo. A partir de ser nombrado San Cecilio santo oficial de Granada, en 1601, los granadinos suelen subir en romería al recinto religioso en donde están las supuestas reliquias. El motivo de esta fiesta es el cumplimiento del voto que hizo el Ayuntamiento de Granada en 1599 con motivo de la peste que diezmó a la población en ese año.

En los ochenta se hicieron concursos gastronómicos.
En los ochenta se hicieron concursos gastronómicos. / Juan Ortiz

En cuanto a la abadía, fue una antigua escuela de pensamiento teológico de donde salió el dogma de la Inmaculada Concepción y más tarde Facultad de Derecho. Tiene cinco siglos a sus espaldas y su pequeño museo de tres salas puede presumir de albergar La Virgen de la Rosa, del flamenco Gérard David, obras de otros pintores como Gómez Moreno, y un fondo bibliográfico envidiable, que incluye originales de Averroes. Además de los libros plúmbeos, que se encontraban en el Vaticano y fueron devueltos a Granada en el año 2000. Tiene un magnífico claustro con pavimento de canto rodado y galerías con pilares toscanos. Hasta 1975 estuvo funcionando con colegio e internado y a partir de ahí vino su decadencia. Recuerdo que tuve cierta amistad con Jesús Roldan, el que era abad en los años ochenta y único residente de la abadía. Me llamaba cada vez que sufría un robo o un expolio para sacar la noticia en el periódico y que las autoridades se concienciaran de que había que mantener vivo aquel monumento. En abril de 1985 los ladrones se llevaron de allí un retrato de Francisco de Saavedra atribuido a Goya además de otras valiosas obras de arte como cuadros, relieves y objetos de culto de gran antigüedad. Los cogieron del museo, que carecía que cualquier medida de seguridad, a excepción de un perro que ladraba cuando se acercaba alguien para que el abad se despertara. Aquella noche el perro desapareció y los ladrones, en su huida, olvidaron unas valiosísimas cartas del conquistador Pizarro a Carlos I. Como cosa curiosa, el cuadro robado, el de Goya, fechado en 1797, fue recuperado años después porque un desconocido fue a entregarlo al museo del Prado. A raíz de aquel robo la Junta de Andalucía inició un proyecto de rehabilitación del conjunto monumental. Jesús Roldán me llamó entusiasmado para comunicármelo, por fin se habían dado cuenta de que había que mantener ese legado. Jesús Roldán vivió nada menos que 12 años solo en aquel impresionante complejo monumental y extramuros.

El concejal comunista

Cuando los socialistas alcanzaron la alcaldía de Granada tras el fallido intento del añorado Antonio Camacho, allá por 1980, no tenían ni idea de cómo gestionar las tradiciones religiosas, ni qué hacer en las procesiones, ni si había que ponerse chaqué o si había que besar la urna en la que se encuentran los pretendidos restos de San Cecilio. El gobierno progresista que salió de las urnas quería modificar muchas actividades que estaban ancladas en el tiempo y no sabían exactamente cómo hacerlo. Fue un joven concejal comunista el que los sacó del atolladero. Este joven concejal había pertenecido al PCE en la clandestinidad cuando estaba estudiando arquitectura en Sevilla, conocía como nadie la ciudad en la que había nacido y sabía dónde y por qué se habían construido muchos edificios históricos. Se llamaba José Miguel Castillo Higueras, había sido elegido edil por el Partido Comunista de España y se iba a dedicar durante los años que duró su mandato a revitalizar tradiciones que estaban de capa caída, como la romería de San Cecilio sin ir más lejos. José Miguel Castillo era un niño bien que provenía de una familia adinerada y fueron muchas las mentes granadinas que no concebían tal desbarajuste social e ideológico. Hay una famosa anécdota que retrata perfectamente esas aparentes contradicciones con las que él, sin embargo, ha vivido siempre en total armonía.

José Miguel besa la urna con las cenizas de San Cecilio.
José Miguel besa la urna con las cenizas de San Cecilio. / Juan Ortiz

En plena campaña electoral a las elecciones municipales de 1979 viene a Granada a Granada Santiago Carrillo y lo primero que hace es llamar a la de su correligionario José Miguel Castillo Higueras. Se pone al teléfono una criada a la que el líder comunista pregunta:

–¿Está el camarada José Miguel?

La criada dice que va a ver y cuando vuelve le suelta al comunista:

–No. El señorito camarada ha salido.

4-El arzobispo Méndez Asencio (de espaldas) charla con autoridades de Granada en 1983.
4-El arzobispo Méndez Asencio (de espaldas) charla con autoridades de Granada en 1983. / Juan Ortiz

José Miguel Castillo era comunista, pero se jactaba de llevar pañuelos bordados por las monjas de Santa Isabel la Real. Esas aparentes contradicciones entre lo que se era y lo que se pretendía ser es los que los periodistas por aquellos años queríamos incluir en nuestras crónicas. Nos interesaba el morbo que podía imprimir el que un Ayuntamiento gobernado por socialistas y comunistas asistiera y participara de los eventos religiosos. ¿Besaría Antonio Jara el anillo arzobispal? ¿Se arrodillarían los concejales ‘rojos’ en la función religiosa de San Cecilio? ¿Besarían la urna donde están las reliquias? Habría quien no lo aceptara en su interior, pero si algo aprendieron los socialistas en los primeros años de la democracia es que no se puede ir contra una tradición de muchos años. Por eso José Miguel Castillo desempolvó trajes antiguos que había en los sótanos municipales, escudriñó actas y remodeló protocolos y ceremoniales para conseguir que los concejales pudieran participar sin ningún tipo de suspicacia en los actos religiosos de la ciudad. Pajes y maceros en grandes cantidades volvieron hacer acto de presencia para escoltar a las comitivas municipales. Desde entonces el Ayuntamiento participa de lleno en la romería de San Cecilio, en la función religiosa, en el piscolabis del abad con cuajada de carnaval incluido y en la visita a las cuevas donde se encuentran las reliquias del santo.

Gratis, hasta las puñaladas

Pero normalmente la vida oficial va por un lado y la vida del pueblo va por otro. Los vecinos que suben ese día se desparraman por los alrededores de la abadía a disfrutar de un día de campo. Esa jornada el Ayuntamiento suele colaborar en el jolgorio ofreciendo gratis habas, bacalao y salaíllas a los asistentes, algunos de los cuales repiten en la cola para no dejar por embusteros a refranes como “gratis, hasta las puñaladas”. También se reparte a voluntad vino del terreno para que, después de unos tientos, no nos parezcan sosos los bailes autóctonos que en la explanada del campo fútbol se practican, como el de la reja o la zambra.

Por la tarde la gente que quiere visita las cuevas a donde se hallaron las reliquias. Aquellas cuevas son como las que han habitado muchos años los vecinos del Sacromonte, pero con el halo del misterio y la religiosidad. Son como catacumbas encargadas de inquietar y de transmitir a los visitantes la intriga y el arcano que conducen a la fe. Hay unas piedras muy curiosas a las que se les atribuyen el poder de casarse y descasarse. Si una chica, por ejemplo, va y toca la campana de la vela el día dos de enero y el uno de febrero besa la piedra de la cueva del Sacromonte, solo le falta ir a la imprenta a encargar las tarjetas de boda. Y si, por el contrario, está casada y quiere divorciarse, no tiene más que besar la piedra de nuevo y pedírselo a San Cecilio. O sea que tanto como si quieres casarte como divorciarte, tienes que pasar por la piedra. Igual que en la vida.

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