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Al campo no le salen las cuentas. Las movilizaciones comenzaron hace meses en Alemania, Países Bajos, Polonia o Rumanía pero no preocuparon demasiado a Bruselas y abrieron pocos telediarios. Eso es algo que consiguen los agricultores franceses, con sus fortísimos sindicatos, poniendo en jaque a todo el país. Lo vimos la semana pasada con los tractores a las puertas de París a modo de avanzadilla de lo que vendría después: el efecto dominó. Cada región tiene sus propios condicionantes, como es el caso de Andalucía o Cataluña con la sequía, pero hay un decálogo de exigencias compartidas que deberían dejar poco espacio a la política.
El problema es que, más que políticos de altura dando respuesta a las demandas de uno de los sectores estratégicos de nuestra economía, lo que hay es populismo e intereses entrecruzados. Es lo que ha ocurrido con el Gobierno francés, debilitado y profundamente cuestionado por su nueva ley de inmigración (regresiva y manifiestamente anticonstitucional), cuando ha querido desactivar la rebelión del campo galo reavivando el fantasma de la “competencia desleal” contra España.
Paradójicamente, es la extrema derecha la que no deja de sumar apoyos en el sector primario. Y de una forma muy preocupante en toda Europa si se confirma que las elecciones de junio van a ratificar el giro populista que ya estamos viendo en Italia, Alemania e incluso Francia con el partido de Le Pen condicionando toda la agenda de Macron. No es un temor infundado. Ya hay un sondeo del Consejo Europeo que da la victoria a los partidos populistas en nueve países.
En paralelo a la movilidad de los programas Erasmus, el gran eslabón de unión y de configuración real de la Unión Europea, históricamente ha sido la PAC la línea de acción comunitaria que más calado ha tenido en todos los países. Hoy, son justamente las exigencias agroambientales de Bruselas el punto de rebelión que más se repite en los frentes de esas tractoradas de protesta que están paralizando carreteras y que pueden provocar problemas de desabastecimiento.
La transición ecológica no se puede soslayar, pero sí se puede (y debe) negociar y temporizar teniendo en cuenta los múltiples factores que se combinan de forma diabólica en el sector agrario (el pesquero ya toma nota) hundiendo su rentabilidad. Hablamos de economía pero también de política. De la que puede contribuir a hacer más Europa o la puede dinamitar.
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