La moda flamenca

La gente del 98 y el flamenco | Crítica

Eugenio Cobo analiza la actitud hacia el flamenco de los escritores de la generación del 98: Baroja, Unamuno, Dicenta y los hermanos Machado

Pío Baroja incluyo el poema “Café cantante” en sus ‘Canciones del suburbio’.
Pío Baroja incluyo el poema “Café cantante” en sus ‘Canciones del suburbio’. / Grupo Joly
Juan Vergillos

06 de mayo 2019 - 06:00

La ficha

La gente del 98 ante el flamenco. Eugenio Cobo. Athenaica, 323 pp.

Unamuno escribió sobre el cante y el baile, y sobre los gitanos. Aunque su interés por los gitanos está mediatizado, como señala Cobo, por la lectura del Decálogo del gitano del poeta griego Kostis Palamás: una vez más los intelectuales españoles se ven seducidos por los gitanos literarios frente a su franco desinterés hacia los gitanos de carne y hueso. Lo cierto es que alguno de sus poemas tiene forma flamenca, aunque solamente el gran Vicente Soto se ha atrevido a ponerle voz flamenca a su Cancionero: se trata de unos tanguillos incluidos en el disco Entre dos mundos. Se ha extendido el tópico de que Unamuno abominaba del flamenco. Más bien hay que decir que este hombre que abominaba de tantas cosas, lo hacía también del flamenquismo ramplón imperante en su época. Así que este libro de Cobo rompe, con buen criterio, con ese tópico falso.

Una de las contribuciones fundamentales de esta obra es la constatación de que entre 1876 y 1895 "el flamenco fue no un espectáculo, sino una moda y un tipo de persona, un comportamiento: la chulería, el matonismo, el señorito chabacano". Es contra esto contra lo que se alzan algunas voces del 98, no contra la música y la danza jonda: "muchas veces, el flamenquismo era el aire que se respiraba en el barrio, sin que, a pesar de la palabra, tuviera poco ni mucho que ver con el flamenco. Esta confusión ha desorientado a la hora de hablar de antiflamenquismo, que con más propiedad incluso podría llamársele antitaurinismo". En Las inquietudes de Shanti Andía asistimos al deseo del protagonista de ser "un andaluz flamenco, un andaluz agitanado". Vemos, por tanto, que a finales del siglo XIX, flamenco es sinónimo de agitanado. De hecho, en la obra de Pío Baroja asistimos en su compañía o las de sus criaturas a los espectáculos de Los Naranjeros, El Novedades, La Marina y otros celebrados cafés cantantes madrileños. Todo este ambiente lo resume Baroja en el poema "Café cantante". De Ganivet tenemos que anotar su intuición para ver el origen negro en el fondo del fandango y de Blasco Ibáñez subraya Cobo el ambiente flamenco de La bodega (1905), novela ambientada en las viñas jerezanas. El vínculo de los hermanos Machado con el flamenco ha sido bien estudiado y de hecho, Cante hondo (1912), de Manuel Machado, es considerado como el mejor libro de coplas flamencas de autor de la historia. De Antonio Machado se olvida Cobo de sus Proverbios y cantares algunos de los cuales se han cantado, como quería Manuel, sin que sus intérpretes supieran la procedencia de los mismos. Firman al alimón La Lola se va a los puertos (1929) que es una comedia protagonizada por una cantaora y un guitarrista donde lo tópico y lo real se mezclan con buen arte, y en cuyo estreno cantó Angelillo.

Portada del libro de Eugenio Cobo.
Portada del libro de Eugenio Cobo.

Otros escritores que acuden al fino análisis de Cobo por su condición de aficionados o detractores de lo jondo son Juan Antonio Cabestany, autor del poema "Petenera y vidalita", o Nicolás Salmerón, que publicó en 1897 un cuento titulado "El café del cante", acaso la mejor descripción contemporánea de estos locales. Ese mismo año publica "La bailaora", donde nos describe Salmerón a una intérprete flamenca que interpreta "pasos de bolero", lo que evidencia que aún en esta época, aunque en realidad se refiere a una etapa anterior, no estaba claramente definida la diferencia entre lo bolero y lo flamenco. En la misma onda se sitúa la novela El baile de los Panaderos (1913) de Joaquín Dicenta hijo. Respecto a Joaquín Dicenta, cuya pareja era la bailaora Amparo de Triana, digamos que la protagonista femenina de su obra más famosa, Juan José (1895) es una cantaora.

En resumen podemos decir que la literatura finisecular está muy atenta al fenómeno flamenco que era, acaso, el más importante movimiento social de la España del momento. La diferencia con la producción literaria de creación actual es obvia. Bien es cierto que el flamenco hace mucho tiempo que dejó de ser un fenómeno social en nuestro país para convertirse en una forma musical y coreográfica más, y no precisamente la más popular.

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