Tribuna Económica
Carmen Pérez
“I n Gold We Trust”
Icónica Sevilla Fest
Los hombres se van, la música se queda; el mito persiste, la obra persiste, la leyenda es inmortal. Las melodías compuestas por Ennio Morricone, quinientas en sus 70 años de carrera, atraviesan generaciones y siguen removiendo las entrañas de los cinéfilos de todo el mundo. Andrea Morricone, su hijo, ha dado vida a esta herencia con un gran espectáculo, un homenaje que imaginó el propio Maestro antes de dejarnos hace ya dos años: El Concierto Oficial de Celebración. Anoche tuvimos el placer de disfrutarlo, por única vez en nuestro país, los más de 2.600 espectadores presentes en la Plaza de España, formando parte de la programación de Icónica Sevilla Fest.
Fue una noche especialmente conmovedora. Bajo la batuta de Andrea, la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla interpretó una gran selección de extractos de las partituras de Ennio Morricone durante casi dos horas y cuarto, en dos bloques separados por un descanso de veinte minutos, contando con el apoyo del coro cordobés Ziryab, dirigido por Stefano Cucci, una banda italiana con piano -Antonello Maio-, guitarra -Rocco Zifarelli-, bajo -Giovanni Civitenga- y batería -Maurizio Die Lazzaretti-, con detalles lucidísimos de todos ellos como solistas en distintas ocasiones, más la cantante soprano Ángela Nisi, sobresaliente en algunos momentos bellísimos.
Desde el dulce inicio, con Il Potere degli angeli, pudimos apreciar la comprensión profunda e impecable, por parte de Andrea, del trabajo de su padre; siendo él mismo un gran compositor, quedó claro a medida que las diversas bandas sonoras llenaron la velada, desde Los Intocables de Eliot Ness, al principio, hasta La misión, al final, que Andrea estaba inmerso en la música de Ennio Morricone. Además, los extractos de las películas que se proyectaron sobre la música fueron un placer añadido, especial, y se insertaron estableciendo un ritmo muy preciso que, en lugar de constituir una sucesión de diferentes títulos, formaba un todo, prácticamente una sola pieza musical. Las películas son hitos culturales, eternas, congeladas en el tiempo, y ya fuese el extracto de la relativamente reciente Los odiosos ocho, de Tarantino, o los extractos mucho más maduros tomados de la filmografía de Sergio Leone, todos y cada uno de ellos desencadenaron recuerdos únicos y personales en la audiencia. Entre las piezas pudimos ver también algunas reflexiones reveladoras, incluso autocríticas a veces, del propio Morricone y de algunos de los directores para los que compuso: Tarantino, Tornatore, Joffé; comentarios cálidos, respetuosos y profundamente llenos de amor y admiración hacia él. Sus partituras tienen un efecto edificante en las películas, y se ubican junto a Shakespeare en el panteón del más grandioso Arte, dijo Jeremy Irons antes de iniciarse los bises.
Todo fue comenzar a sonar el tema principal de Los Intocables para que recordásemos el genio de Morricone escribiendo melodías exquisitas que podían acompañar la violencia más brutal en la pantalla. Con The strenght of Righteous y Victorius veíamos el papel protagonista de Robert de Niro, que pasó desde ahí a Érase una vez en América, con su poderosa serie de clips mientras sonaba su tema principal o el Tema de Deborah. Siguió La leyenda de 1900, el primero de los guiños de la noche al director Giuseppe Tornatore, dando paso a un dúo de partituras tan diversas como las de El clan de los sicilianos, con unas brillantísimas líneas del bajo eléctrico de Civitenga, y la ya casi olvidada Supongamos que una noche, cenando… cuyo tema principal, a partir de la sinuosidad de la bossa nova, mezcló el encanto de los años 60 con sonoridades de investigación, dodecafonía y exotismo; fue muy curioso escuchar a Morricone diciendo antes de que la Sinfónica sevillana enlazase estas dos piezas, cómo a partir de elementos iguales había llegado a construir dos músicas tan diferentes; lo comparó con las distintas construcciones que pueden hacerse usando para ello ladrillos iguales. Fue entonces cuando llegó la hora de las películas de Sergio Leone. Es increíble cómo el uso simple de tres notas para la armónica, interpretadas anoche aquí por Diego Villegas, que reforzaba el plantel de músicos de la ROSS, pueden arrastrarnos a la tristeza y a la belleza; fue fascinante como, a través de El hombre de la armónica, nos introdujo en el Tema de Jill con el que nos desgarró Ángela Nisi. Los dos cortes, de la película Hasta que llegó su hora, fueron el núcleo de un bloque de verdadero y exultante éxtasis, combinados con otros de El bueno, el feo y el malo y ¡Agáchate, maldito!, que puso fin a la primera parte.
El segundo tramo se abrió con Theme For Ennio, el magnífico homenaje de Andrea, para violonchelo y piano, a la obra de su padre; Antonello Maio desgranó en directo las notas del piano, mientras Hauser, pregrabado, aparecía en la gran pantalla extrayendo del violonchello las notas más dulces de la noche. Fue una pieza minimalista comparada con la duración y belleza de la casi sinfónica Last Stage Coach to Red Rock, de Los odiosos ocho. Mientras sonaba esta melodía fueron particularmente emocionantes las imágenes del propio Maestro dirigiendo la partitura en los estudios Abbey Road. Verlo en pantalla, batuta en mano, era como si nunca hubiera muerto. Nos extasiamos con la magnífica Alexa Farré Brandkamp, concertino de la ROSS, insuflando vida a otra pieza de las más olvidadas, el Chi Mai de El Profesional, antes de que las lágrimas se desbocasen ante la belleza del Tema principal de Cinema Paradiso, vibrando con ecos sicilianos impregnados de memoria, con una dulzura llena de pesar, así como con el Tema de amor de la secuencia final de la película, que fue compuesto por el propio Andrea mientras todavía estudiaba en el Conservatorio, al que su padre solo añadió algunas armonías.
Las piezas se fueron sucediendo y con ellas volvieron los recuerdos que alguna vez se había llevado el viento de nuestro lado; todos evocamos dónde estábamos, que estábamos haciendo, con quién estábamos viendo Malena mientras nos enamorábamos de Monica Bellucci; las dos partituras de ella, Inchini ipocriti e disperazione y la de los créditos finales ayudaron a coagular ese olor a pasado que vuelve, esa dimensión nostálgica que impregnaba la película. Siguieron La batalla de Argel, Investigación sobre un ciudadano libre de toda sospecha, Sostiene Pereira, La clase obrera va al paraíso -qué maravilloso trabajo de la sección de cuerdas-, Queimada; la música se adueñó por completo de la Plaza de España. La música como elemento tanto metafísico como tangible, para Ennio Morricone se traducía en geometría emocional, en escalas hiperbólicas de notas flotando en el vacío, sonidos hilados. Una mezcla de arcaísmo suspendido. No pocas veces incluso parece elemental en su progresión. La música, dirigida por Andrea, también se adueñó de todos nosotros; fue a la vez música culta y popular, sencilla y misteriosa, nos golpeaba el corazón con acentos de trompeta, fugas de cuerdas, arpegios de piano, flauta y guitarra, con el misterio del oboe cuando, para culminar la noche, llegamos a La Misión, ampliamente representada por el siempre exquisito Gabriel’s Oboe, el místico oboe del padre Gabriel, antes del crescendo de Falls, el rugido de la inmensa catarata de Iguazú, para hacernos temblar todo el cuerpo con On earth as it is in heaven. Tras las despedidas y saludos proverbiales, Andrea ordenó a todos los músicos y coristas que ocupasen de nuevo su sitio y les dirigió a todos en una interpretación de Here’s to you, la Balada de Sacco y Vanzetti, que adquirió una dimensión colosal en las voces del coro Ziryab sustituyendo a Joan Baez, que era quien la cantaba originalmente en la banda sonora de la película sobre los hermanos anarquistas italianos que Giuliano Montaldo dirigió. La encantadora Ángela Nisi regresó para un gran bis de Ecstasy Of Gold, el tema de El Bueno, el feo y el malo que ya habíamos escuchado antes con otros arreglos menos celestiales. Y mientras todos pedíamos más, Andrea levantó su batuta por última vez para repetir On Earth As It Is In Heaven, solo que ahora interpretada como un montaje sobre Ennio Morricone, que llenó la pantalla con imágenes desde niño a nonagenario. Con razón esta era una de sus composiciones favoritas y más ambiciosas, en la que muchas veces dijo reconocerse plenamente. Ha habido muchos libros publicados sobre él, o documentales sobre su trabajo. Pero la música se vive por encima de todo, y se escucha en lo más profundo del corazón. Y este concierto es probablemente la mejor manera de expresar el genio del gran Maestro. Pocas veces una pieza musical ha tenido un título tan acertado para el momento del cierre: Así en la tierra como en el cielo.
También te puede interesar
Instituto de la Cultura y las Artes de Sevilla (ICAS)
Teatro Lope de Vega de Sevilla: objetivo abrir en 2025Lo último
Tribuna Económica
Carmen Pérez
“I n Gold We Trust”
¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
La despedida de don Amadeo
El parqué
Nicolás López
Sesión de pérdidas
1 Comentario