Muere Ayala, el gran observador de las tragedias del siglo XX
El escritor fallece en su casa de Madrid a los 103 de edad al no haber conseguido reponerse de una bronquitis que minó su salud.
Exprimió la vida hasta apurar la última gota, mezcla de whisky y miel, un combinado al que él le atribuía su longevidad. Francisco Ayala agotó el martes su existencia poco después del mediodía, en su casa de Madrid, a los 103 años, siete meses y 18 días de vida. Una bronquitis no del todo curada que había padecido el pasado agosto había estado debilitándole en las últimas semanas hasta que su cuerpo se rindió a la muerte. "Lo que no hay derecho es a vivir tanto", se había quejado durante el pasado mes de julio en el último acto público en el que estuvo presente. Con él murió ayer uno de los grandes escritores y intelectuales españoles que dio el siglo XX.
No era amigo de funerales ni actos pomposos, aunque en los últimos años tuvo que asistir a más de uno de ellos y, precisamente, en su propio nombre. Dio orden estricta de que, una vez fallecido, su cuerpo fuese incinerado en la más estricta intimidad familiar, sin alharacas ni fuegos artificiales. Su cadáver fue trasladado desde su casa de Madrid hasta el tanatorio de San Isidro, en donde fue velado hasta la mañana de hoy. Será incinerado como él quería.
"El cuerpo le fallaba desde la bronquitis que padeció en verano", comentaba ayer el poeta Luis García Montero, quien tantas veladas compartió con el escritor a base de whisky y buenas charlas. "Pero se ha conservado lúcido hasta el último momento. Él mismo decía que estaba asistiendo a su propia posteridad con ese sentido del humor que le caracterizaba". Un sentido del humor que conservó hasta el último instante. "He hecho lo que tenía que hacer y se acabó", había dicho Francisco Ayala en su última comparecencia pública. "No cabe otra cosa que dar mil gracias a todos". "Me siento conmovido y avergonzado por seguir despertando tanta atención a pesar de ser alguien que apenas si puede andar y apenas si puede hablar. Y no digamos pensar: eso ya ni se aspira a ello".
La noticia de su muerte creó ayer un revuelo mundial. El Taiwán News daba una crónica en su página web. Igual que el New York Times, The Guardian, el Washington Post y toda la prensa de Latinoamérica. La muerte de Ayala rivalizó con la de otro gran centenario, Claude Lévi-Strauss. Fue un día negro para la intelectualidad mundial.
Las reacciones, ayer, no se hicieron esperar. La muerte de Ayala era previsible y él mismo se quejaba de vivir tanto. Pero no por ello dejó de producir un enorme impacto a nivel nacional. El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, manifestó que Ayala fue "uno de los grandes humanistas de nuestro tiempo, uno de los mejores españoles".
Para Luis García Montero, que fue el responsable de los actos de conmemoración del centenario de Ayala en 2006, con el escritor desaparece el último vestigio de la Generación del 27. Antonio Gala, por su parte, manifestó que Ayala era "un escritor espléndido al que se leía menos de lo que merecía". El Ayuntamiento de Granada, por su lado, hará ondear hoy la bandera a media asta en todos los edificios oficiales.
Nacido en Granada el 16 de marzo de 1906, Francisco Ayala se trasladó a Madrid en su infancia y allí completó sus estudios. Luego fue profesor en la Universidad de La Laguna, Tenerife, desde 1934 hasta el final de la Guerra Civil española (1936-1939).
Tras la contienda se exilió a Argentina, donde permaneció hasta 1950, pasando después a Estados Unidos, antes de regresar a España en 1960, instalándose definitivamente en Madrid en 1978.
Autor de obras como El boxeador y un ángel, Historia de la libertad y Cervantes y Quevedo, Ayala tiene en su haber varios premios, entre ellos el Cervantes, el más importante de las letras hispanas, que ganó en 1991, al que se sumaba el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. En 1984 había obtenido el Nacional de Narrativa por Recuerdos y olvidos y era doctor honoris causa de varias Universidades españolas y extranjeras.
El literato, autor de obras como Muertes de perro e Historia de macacos, fue homenajeado el 16 de marzo pasado con motivo de su 103 cumpleaños por las autoridades españolas con la reedición de su obra Glorioso triunfo del príncipe Arjuna.
Ayala estaba casado con la hispanista estadounidense Carolyn Richmond y era padre de una hija, Nina, fruto de su primer matrimonio con la chilena Etelvina Silva.
El intelectual y académico de la Lengua ha aportado "una visión amplísima de la Historia de España y de nuestro siglo", declaró ayer la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde. La consejera andaluza de Cultura, Rosa Torres, destacaba tras visitar su capilla ardiente que "fue un hombre muy vitalista que nos hizo pensar y tener la ilusión de que nunca iba a faltar, por su fortaleza intelectual y física".
La Sociedad General de Autores y Editores (SGAE), que en los últimos años había presentado a la Academia Sueca su candidatura al Premio Nobel de Literatura, al que fue eterno aspirante, manifestó su "profundo pesar" por el fallecimiento del intelectual.
"Con la muerte de Francisco Ayala, el escritor más querido, se cierra la gran literatura española del siglo XX. Ayala amó la vida pese al desesperanzado exilio y las ingratitudes, repartió generosidad por dos continentes y él fue el intelectual modélico en el que se reconoce lo mejor de nuestra cultura", declaró por su parte la directora del Instituto Cervantes, Carmen Caffarel.
Ayala fue "el primero en depositar un legado secreto en la Caja de las Letras del Instituto Cervantes", poco después de cumplir 100 años, y dejó estipulado que el legado se hiciera público en 2057, recordó Caffarel.
El director de la Fundación Príncipe de Asturias, Graciano García, institución que le concedió su máximo galardón en 1998, lamentó la muerte del escritor y recordó que era la personalidad "más longeva y una de las glorias más elevadas de los galardonados con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras". García destacó que era "un apasionado de la vida que, retornado del exilio, invitó a la la convivencia sin perder la memoria". "Ha sido el prototipo del intelectual de nuestro tiempo, con una amplia formación sociológica y literaria que le ha permitido analizar el mundo con agudeza y ecuanimidad", añadió.
Francisco Ayala murió en el único día en que no leyó el periódico. Siempre quería estar al tanto de las cosas, de todo lo nuevo, de cualquier avance tecnológico. Muchos le llamaron este año "el abuelo de Facebook" porque era tal vez el usuario más longevo registrado en esa red social de internet. Tenía su propia página, que ayer se llenó de mensajes de condolencia y, sobre todo, de agradecimiento por su obra y por su vida, por su honestidad y por su sabiduría.
El autor de Recuerdos y olvidos era un ser lúcido que analizaba con una precisión de cirujano el mundo de hoy. "Procuro adaptarme a los avances, porque veo que mucha gente se niega a ello y se separa del mundo. Pero yo quiero estar en el mundo en el que los demás están hoy día, no en el que estuvieron hace 30 o 50 años", afirmaba en una entrevista poco antes de su 103 cumpleaños, el último. Ahí confesaba también su secreto para hacerse querer y respetar: "No tratar de imponer nada. Vivir y dejar vivir".
"Uno tiene que hacerse solidario con la vida que ha vivido, pero no puede asumirla como propia, sino como un espectáculo al que se asoma". "Lo vivido ahí está, y ¡adelante con lo mío!", decía en aquella misma entrevista, jugoso de vitalidad y, esencialmente, curiosidad por las cosas. Aunque eso no ocultaba su lucidez crítica: "Ahora lo que está pasando es muy duro y desalentador. Todo ha bajado a un nivel ínfimo y no me parece que sea agradable el ambiente humano de estas fechas", opinaba.
Su muerte consiguió algo inesperado ayer: Partido Socialista y Partido Popular coincidieron en resaltar la enorme visión del escritor y su talante vital. La Universidad de Granada propuso además realizar una serie de grandes actos relacionados con su obra y el Ayuntamiento lloró su muerte con sinceridad. Cuando a Francisco Ayala se le concedió la Medalla de Oro de la ciudad, en 2006, el escritor se sintió embargado por la emoción: se había paseado por medio mundo hablando de su ciudad, Granada, y ahora eran los granadinos los que pronunciaban su nombre con orgullo.
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