Una mirada amable

Festival de las Minas | Crítica libro

Patricio Peñalver reúne las crónicas que publicó en La Verdad en torno al Festival de las Minas

Rocío Márquez ganó la Lámpara Minera en 2008. / Alberto Domínguez/Grupo Joly
Juan Vergillos

15 de octubre 2018 - 06:00

La ficha

'Festival de las minas' Patricio Peñalver. Fundación cante de las minas, 500 pp.

Patricio Peñalver ha sido un testigo excepcional del Festival de las Minas desde el año 1992. Fue el inicio de una segunda edad dorada del Festival que tiene en los galardones recibidos por Miguel Poveda (1993) y Rocío Márquez (2008) sus grandes hitos. Peñalver ha dado fe de estas y otras peripecias mineras a través de sus crónicas en el periódico La Verdad.

El autor ofrece una mirada amable, de cronista a la vieja usanza, sobre los hechos que está narrando. Y los trufa en ocasiones con entrevistas con los protagonistas y también con muchos testigos anónimos de los hechos que en estas páginas salen así, por unos instantes, de su anonimato. Porque a Peñalver le gusta hablar con el público, con los aficionados que cada agosto se dan cita en la localidad murciana.

Portada del libro de Peñalver.

Los estilos mineros son tardíos en la historia del flamenco. Y por eso son, acaso, los más bellos del repertorio jondo. Los crearon los profesionales del cante que acudieron a La Unión al calor de los cafés cantantes que florecieron conforme el plomo, el hierro y el zinc surgían de la tierra. Creadores como Antonio Chacón de Jerez o El Rojo el Alpargatero de Callosa del Segura, Alicante que se establecieron durante largas temporadas en el pueblo murciano.

En realidad la primera fiebre del oro flamenca tuvo lugar en la provincia de Jaén, en los municipios de Linares y La Carolina entre otros, y allí surgió el cante por tarantas que es el estilo que define todo el repertorio minero. Es decir, todos los cantes mineros, casi, son tarantas. Más tarde el negocio de la minería, y del cante, se traslada a Almería y finalmente a la Sierra de La Unión, cerca de Cartagena.

Surgen de ese modo las variedades de tarantas que hoy conocemos como minera y cartagenera de Chacón. La cartagenera del Rojo el Alpargatero tiene más influencia, al parecer, de la malagueña que de la taranta por lo que podemos considerar que es un estilo más antiguo. Y ya en pleno siglo XX un gitano llamado El Cojo de Málaga confeccionó diferentes modalidades de tarantas, entre ellas las llamadas, hoy, murciana y levantica.

El taranto no es sino la proyección hacia al baile de estos estilos mineros. Los historiadores del flamenco no se ponen de acuerdo en afirmar quien fue el primero que bailó dichos estilos aunque hay una mayoría que se inclina por el nombre de Carmen Amaya.

En esto llegó el Festival de La Unión. La primera edición, que lógicamente no está recogida en esta obra, se llevó a cabo en 1961 y tenía la intención de reivindicar los estilos mineros en una época en la que, al parecer, estos gozaban de menos popularidad que en los primeros años del siglo XX.

En las primeras décadas de vida del festival encontramos a nombres tan emblemáticos del cante como Canalejas de Puerto Real, Enrique Orozco y, por supuesto el héroe local Pencho Cros. Por cierto que Peñalver recoge una breve entrevista, muy interesante, con el cantaor de La Unión, maestro que fue de Miguel Poveda. También jóvenes intérpretes como Luis de Córdoba, que también aparece entrevistado en este libro.

Pero, como digo, esta obra se centra en aquella segunda edad de oro del festival que contempló asombrado el triunfo de Miguel Poveda en 1993. Es interesante que en la primera crónica que hace Peñalver del cante de Poveda señale que "no tuvo su noche, se alargó demasiado". Hasta los maestros tienen sus noches, ¿verdad?

Por las páginas de esta obra nos vienen a la memoria las noches heroicas de Enrique Morente, que ofreció en La Unión su última actuación, o Rocío Márquez, cuyo galardón en 2008 rompió una larga tradición de cante masculino y bronco. Voces dulces también la de Gema Jiménez, que celebró su Lámpara Minera con un chocolate con churros en un vaso de plástico, o Ricardo Fernández del Moral que se alzó, inopinadamente, con todos los premios en 2012 acompañándose él mismo a la guitarra.

De todo ello da cuenta Peñalver incorporando también la proyección estrictamente local de los vencedores en las últimas ediciones. O las innovaciones en las bases del concurso con la feliz incorporación de un premio para instrumentistas.

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