El centro flotante
Benarés, India | Crítica
En 'Benarés, India', no exactamente un libro de viajes, ni sobre la ciudad, Jesús Aguado describe sus impresiones íntimas durante sus visitas al lugar
La ficha
'Benarés, India'. Jesús Aguado. Pre-Textos. Valencia, 2018. 204 páginas. 19 euros
De la confesa y manifiesta devoción por India de Jesús Aguado saben de sobra los seguidores del escritor, poeta y traductor. Publica ahora este librito misceláneo, en el que caben memoria, elucubraciones filosóficas, citas de autores queridos por él y poesía y que supone su personal visión de una ciudad santa entre las ciudades santas.
No es la primera vez que Aguado escribe sobre ella: ya en 2005 nos adelantó sus impresiones sobre esta urbe, en la que ha vivido durante varios años y que ha visitado en muchas ocasiones, en La astucia del vacío. Cuadernos de Benarés.
En Benarés, India las impresiones de Aguado sobre la ciudad, y más concretamente, las repercusión de la ciudad en la persona del poeta -pues como tal se conforma y define frente a los otros- se desenvuelven en una cronología indefinida, pues no existen en el libro referencias temporales explícitas, más allá del inevitable paso de las estaciones que hacen avanzar el tiempo inexorablemente.
El lector no se enfrenta a un libro de viajes, ni siquiera a un libro sobre una ciudad, por más que sobre Benarés se podrían escribir miles de libros y todos distintos. Se trata más bien de un libro sobre el autor, sobre sus elucubraciones, sentimientos, pasiones y decepciones. Sí, está en India, claro, y el territorio inhóspito y exótico que lo cerca es insoslayable.
Benarés se asoma desde el corazón del autor, desde una mirada concreta que está dirigida sobre todo hacia el yo que escribe. Las costumbres, los paisajes, la gente que deambula, vive, trabaja y muere en la superpoblada urbe "siempre en obras" aparecen en estas páginas a través del crisol de la subjetividad.
El autor busca perderse para encontrarse y la ciudad parece un instrumento al servicio de esta búsqueda.
En ocasiones comprendida, la mayoría de las veces soportada como una hermosa utopía o una desgarradora esperanza, Benarés es la tierra propicia para encontrar "el centro" que Aguado busca incansable, ese centro que lo devuelva a lo esencial y le dé la paz necesaria para desproveerse de él mismo, enemigo principal y último en la aventura de vivir.
Ese centro parece estar en todas partes. En la vida caótica de la ciudad, en las mujeres que lavan y aceitan su pelo, en los santones, en los ingentes atascos, en las niñas que juegan con muñecas rotas, en los charcos donde esas mismas niñas dan de beber a sus gatos de trapo, en la "madre Ganges", por supuesto. Es un centro diluido y extenso, refractario a la razón, inevitablemente sutil; centro flotante hacia ninguna parte.
El poeta se hace carne en este libro para asumir su situación de privilegio en un país de poetas, en el que la poesía importa. La gracia divina de ser portador de la palabra sagrada le permite entrar en los templos a los que nadie entra sin que un cicerone lo acompañe; y le permite también hacer experimentos con la credulidad y las buenas intenciones de alguno de los habitantes de la gran ciudad: nos cuenta, por ejemplo, cómo hace creer al director de una fábrica de máquinas para trenes que está en Benarés para escribir un libro de poesía sobre cómo llegar a dios a través del ruido monótono y repetitivo -como un mantra- del tren.
Benarés es una postal desplegada vista desde el río. Sus habitantes son parte de ese paisaje místico, siempre sorprendente, siempre exótico. Muchos de ellos son extranjeros. Todos buscan encontrarse. Pocos lo logran. Luego están también los locales, tratados con devoción y casi siempre con respeto. Y niñas, muchas niñas: casi obsesiva la relación que establece con ellas.
Son símbolos de la frontera que da paso a la edad adulta, también de la crueldad del paso del tiempo, que las convierte de un día para otro en mujeres las más de las veces torturadas y humilladas. Son también representaciones de la belleza en la pobreza, de la intensidad de la vida cuando vivir es lo único que cuenta. El autor encuentra sentido trascendente a sus pies descalzos, a su hambre y a sus churretes.
Resulta interesante este despliegue de tipos humanos que Aguado se encuentra en su camino, gente sincera, amable, locos peligrosos, amigos para toda la vida e inquietantes fantasmas venidos de otro mundo. Y también están las mujeres. El Amor con mayúsculas, que es siempre desolador, hiriente, inevitable.
Son muchos los fragmentos de este libro dedicados a glosar las cuitas del corazón, a narrar encuentros de cuento que siempre tienen final triste, a dar por perdido lo ganado en una noche calurosa en la que todo a su alrededor se conjura para hacer posible el momento mágico. Llora el poeta el amor perdido, se revuelve el escritor contra la mala suerte, contra el karma adverso que lo separa de la mujer amada, amada durante semanas o durante apenas un instante, amada siempre.
Benarés es también la ciudad de los animales. Vacas sagradas, por supuesto, bueyes soñolientos, monos iracundos, ratas e insectos, pero también palomas que vuelan al atardecer y perros, muchos perros a los que dedica un emotivo fragmento.
Hay además espacio en este libro para la ficción disfrazada de verdad y para la verdad disfrazada de ficción. Anécdotas que resultan el punto fuerte de este volumen, como aquella de una vieja camiseta a rayas que el autor tira a la basura y que descubre, años después, sobre el cuerpo de un conductor de rickshaw; o la preciosa fábula del coleccionista de sellos que le suplica los de sus cartas cada vez que pasa a su lado.
Completan el volumen tres apéndices que condensan en pocas páginas lo mejor de este libro. Historias concretas como Una librería en Benarés. Montilal, 1987, sobre las vistas del autor a una asombrosa y oscura librería, llena de polvo, alguna que otra rata e incluso serpientes, que es también una deslumbrante semblanza de la ciudad y la vida en ella; el revelador periplo por el gran río recogido en Un pequeño viaje por el Ganges o el breve y hermoso ensayo Benarés: el espacio que piensa.
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