Los hijos marcados

La patria perdida | Crítica

Una imagen del filme serbio de Vladimir Perisic.
Una imagen del filme serbio de Vladimir Perisic.
Manuel J. Lombardo

15 de junio 2024 - 11:40

Ficha

**** 'La patria perdida'. Drama, Ser-Cro-Fra, 2023, 98 min. Dirección: Vladimir Perišić. Guion: V. Perišić, Alice Winocour. Fotografía: Sarah Blum, Louise Botkay. Intérpretes: Jovan Ginic, Jasna Duričić, Miodrag Jovanović, Lazar Ković, Pavle Čemerikić.

El serbio Vladimir Perišić se toma su tiempo entre película y película (la anterior, Ordinary people, era de 2009) para seguir mirando con pesimismo y dureza a la historia reciente de su país y a las huellas y heridas aún abiertas que la guerra fratricida de los años 90 y las sucesivas traiciones y renuncias políticas han dejado en su presente.

En La patria perdida volvemos a 1996, durante el periodo convulso de la autoproclamada República Federal de Yugoslavia de Milošević, para seguir de cerca y en la intimidad a un adolescente que ve como su entorno se desmorona cuando su madre, líder política y dirigente socialista, empieza a ser señalada como parte y cómplice de un proceso de corrupción que ha alterado los resultados electorales con tal de mantenerse en el poder.

Perišić observa y sigue de cerca a este adolescente errante (extraordinario y rocoso Jovan Ginic) en sus encuentros familiares, en la relación con la madre (no menos estupenda Jasna Duričić, a la que recordarán por Quo Vadis, Aida?) marcada por el enigma, la mentira y la incomunicación, pero sobre todo en ese entorno escolar donde su nueva condición de “hijo de una traidora” va marcando poco a poco un carácter opaco y agriado y un aislamiento que lo abocan a la frustración incluso a las puertas de un primer flirteo amoroso.

La patria perdida asume así con sequedad y valentía, entre texturas analógicas fieles a la reconstrucción de aquellos días pre-digitales, el periplo de una toma de conciencia y el sendero de una decepción de raíz psicoanalítico-freudiana que funcionan como caja de resonancia de los estigmas y quiebras de toda una generación, la del propio cineasta, que aún hoy no ha ajustado cuentas ni superado los traumas heredados de una guerra cruenta y una transición política y social siempre a medio hacer.

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