La Alhambra más poliédrica se muestra en Granada
Arte
El Palacio de Carlos V acoge una exposición con obras de todo tipo inspiradas por el complejo nazarí desde su declaración como monumento nacional en 1870
Van a faltar velas para las celebraciones de la Alhambra este año. A falta de pocos meses para que se cumpla el centenario del Concurso de Cante Jondo, ese certamen con el que Lorca, Falla y compañía hicieron historia en la Plaza de los Aljibes, a las espaldas de esta ubicación se celebra otra efeméride, la de los 150 años desde que el complejo nazarí fue declarado monumento nacional. La fecha no es más que una excusa –en realidad son 152 años– que sirve de hilo conductor a Sobre la Alhambra en el arte moderno, la exposición que hasta el 15 de mayo acoge la capilla del Palacio de Carlos V y que muestra cómo el monumento ha ejercido de fascinación e inspiración a numerosos artistas, nacionales y extranjeros, en más de un siglo de historia.
150 años contados a través de casi 140 piezas que dan buena cuenta del embrujo que el "paisaje místico de Granada" –en palabras de Rocío Díaz, directora general del Patronato de la Alhambra y Generalife, durante la presentación– ha ejercido en el mundo del arte, no solo desde en el ámbito plástico, mayoritario en la muestra, sino también en otras disciplinas como la fotografía, la literatura, la cartelería o el cine, y con nombres propios como Albéniz, Zorilla o Val del Omar, entre otros muchos.
De hecho la exposición se abre –o se cierra, según el comisario de la misma, Eduardo Quesada– con Granada 1974, una pequeña película del director granadino, donde puede apreciarse la afluencia del público en el monumento a mediados del pasado siglo y donde ya están presentes muchos de los rasgos estilísticos del autor de Aguaespejo Granadino.
Esta primera parte de la muestra, agrupada para el nombre de La Alhambra en el mundo, refleja cómo era el monumento en los años 70 del XIX y es donde mejor se plasma esa influencia en todas las artes. Con el concepto de “reproductibilidad técnica” de Walter Benjamin de fondo, esta primera sección recoge todo tipo de documentos, que incluyen desde una edición de sus poemas dedicados por José Zorilla a la ciudad de Granada hasta una reproducción, firmada por Rafael Contreras, del templete del Patio de los Leones, una de las pocas que quedan en territorio nacional y no han emigrado. En medio de ambos extremos se encuentran verdaderas joyas históricas como una fotografía de Charles Mauzaisse, cedida por el Museo del Prado, donde puede apreciarse a la familia Madrazo en el patio del Cuarto Dorado de la Alhambra, durante una visita de Federico de Madrazo para conocer a su nieto, Mariano Fortuny.
Es con el Fortuny padre con quien da comienzo la segunda parte de las cinco que componen la exposición, esta vez bajo el nombre Del Romanticismo al Naturalismo, que refleja el esplendor del naturalismo pictórico tanto en la Alhambra como el Generalife, y que tiene en El patio de la alberca en la Alhambra (Fortuny, 1870-1872) una de sus mayores joyas.
La obra, un óleo sobre lienzo, era casi una leyenda urbana –solo se conservaba una fotografía en blanco y negro en el estudio del artista– hasta que el año pasado fue encontrado por el conservador del Museo Nacional de Arte de Cataluña Francesc Quílez y la documentalista del centro Mireia Berenguer. Ahora los granadinos, y visitantes, que se acerquen a la capilla del Palacio de Carlos V podrán disfrutar de este cuadro, que permite, en palabras de Quesada, “ver cómo se hace un Fortuny”, ya que para un ojo entrenado, y sin duda el del comisario lo es, se pueden apreciar infinitos detalles que ayudan a conocer mejor el modus operandi del artista.
Pero, con permiso del autor de La vicaría, el gran protagonista de esta parte de la exposición es Joaquín Sorolla, pues de los pinceles del valenciano han salido más ‘alhambras’ (llegó casi al medio centenar) que de ningún otro, muy por encima de artistas locales como José María Rodríguez-Acosta, también presente en esta parte de la muestra.
La relación de Sorolla con Granada fue más que prolífica, como se encargó de señalar Quesada, de ahí su presencia, casi única, en la exposición. Pero se trata de un Sorolla transformado, alejado de los rasgos que tradicionalmente definen su obra. “Sorolla en Granada es otro pintor, se caracteriza por las tonalidades apagadas y una luz cenicienta, típica de un día lluvioso”, explica el comisario, definiendo de paso, irónicamente, el día con el que la ciudad recibió la inauguración.
Pero los artistas locales también pintaron la Alhambra y en esta parte de la exposición se encuentran nombres como el ya mencionado Rodríguez-Acosta con obras como Muros de la Alhambra (1903), donde se refleja la Cuesta de los Chinos, conocida popularmente como“cuesta de los muertos” por conducir al cementerio y cuya composición transmite claramente ese carácter lúgubre, reconocible incluso para los visitantes que no conozcan el por qué de este sobrenombre.
También pinta en casa José María López Mezquita, que aporta obras como Patio de los Arrayanes (1904), donde se aprecia este lugar con una belleza inusual, especialmente si se tiene en cuenta que el artista realizó esta obra con tan solo 21 años.
Pero el tiempo pasa y el visitante no puede (debe) quedarse mucho tiempo en esta segunda parte. Tampoco puede durar eternamente el Naturalismo, que poco a poco comenzó a desmoronarse, abriéndose brechas desde dentro y enfocando la pintura hacia la vanguardia, primero, y la abstracción, después. Es en este punto donde se encuentra la tercera parte de la exposición, que lleva precisamente por título La crisis del Naturalismo.
Aquí el testimonio documental que se plasmaba de la Alhambra y el Generalife en la anterior etapa empieza a quedar relegado a un segundo plano, y los artistas de esta época (donde se encuentran nombres como Gómez Mir, Denis o, de nuevo, Val de Omar) viran hacia la experimentación.
Esa experimentación termina por desencadenar en La plena Modernidad, la cuarta sección de la exposición, donde se aprecia que para los creadores (aquí se deben citar nombres como José Guerrero o Eusebio Sempere) empiezan a tomar la Alhambra no como un tema, sino “como algo que llega realmente a afectar al lenguaje con el que la Alhambra es tratado”, tal y como lo definió el comisario.
Más allá de las obras, este apartado tiene un interés extra, la posibilidad de ver la cripta del Palacio de Carlos V, que sirve como sala de exposiciones provisional y permite disfrutar, a la par de los cuadros, de su belleza arquitectónica.
En esta misma parte se puede apreciar uno de los elementos reflejados hasta el infinito en las anteriores, el Patio de los Arrayanes, que sirve como puente entre la cuarta y la quinta sección, ofreciendo, si se ve desde la cripta, una panorámica de la que rara vez se puede disfrutar.
Ya en la última sección, Epílogo Posmoderno, se recogen las obras de artistas que habían desarrollado la gran parte de su obra pictórica en la modernidad, con nombres como Soledad Sevilla, Julio Juste o Pérez Villalta.
De este último destacan los cuadernos dibujados, junto a Frederic Amat, durante sus visitas a la Alhambra, conectando directamente con los que hacían, en el siglo XIX, Joseph Pennel o Gustave Doré, cerrando así el círculo al que apuntaba Quesada al inicio de Sobre la Alhambra.
El monumento granadino es una fuente inagotable, sin principio ni fin, para artistas de toda índole y el siglo y medio recogido en el Palacio de Carlos V es solo un pequeño ejemplo de la cantidad de obras y autores que han bebido de ella y que se la han llevado en el corazón y en sus pinturas alrededor del mundo. Ahora, durante unos días, esas ‘alhambras’ regresan a su casa para el disfrute de todos.
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