Andrés Neuman: "El libro habla de ese momento en el que necesitamos que nos abrecen y nos cuiden y nos vemos abrazando y cuidando"
Andrés Neuman, escritor
Granada/Isla con madre es el último libro de Andrés Neuman. Posiblemente también es el más personal y a la vez el más universal del autor argentino afincado en Granada desde la adolescencia. Es la historia de un hijo que cuida de su progenitora, aún joven pero gravemente enferma. Ese intercambio de roles de cuidado a cuidador va dejando lugar a la despedida y a la muerte.
Con un leguaje tan aparentemente sencillo como bello, plagado de imágenes tan inesperadas como clarificadoras, cada una de sus palabras resuena con el dolor compartido y el respeto amoroso. No son poemas escritos desde el desgarro, sino desde una hondura lírica que les confiere una delicada sobriedad. Una delicadeza a la que ha podido contribuir el largo proceso de edición que se ha prolongado durante 15 años: desde las primeras servilletas escritas en secreto hasta que han visto la luz este mes en la editorial La bella Varsovia.
Porque Neuman escribió estos poemas cuidando de su madre en esos ratos muertos en las largas horas de espera en el hospital o en la soledad de la casa. La poesía se convertía así en una forma de dejar testimonio pero sobre todo en un refugio, un espacio –una isla de sentido– donde fijar la presencia amada. Pero aquellos textos permanecieron al fondo de un cajón sin que su autor se atreviese a releerlos.
–¿Qué le ha llevado a publicarlo ahora: la paternidad, la necesidad de cerrar ese duelo, el consuelo que otorgan los tres lustros transcurridos...?
–Todo texto tiene un tiempo de maduración. En este caso ese proceso se exageró muchísimo porque eran poemas muy dolorosos. Me ocurrió lo que no me había pasado en la vida: estar tantos años, no ya sin publicar, sino sin releerlos.
–¿Qué actuó como detonante de esa segunda lectura?
–Sacar estos papelitos de su bolsita, que atravesaba mudanzas y cambios de vida, se había convertido en una misión íntima con una mezcla de advertencia, tarea pendiente y temor. Y el detonante es una mezcla de cosas: fui padre y eso cambia las circunstancias. Eso también me enfrentó a la evidencia de que mi hijo nunca conocerá a la persona que me dio vida. El único modo de que tenga abuela es que se la narremos. Esa sensación hizo que se actualizase la necesidad de releer esos papelitos.
–¿Y qué sintió al volver sobre esos textos tan personales quince años después ?
–Podía haber ocurrido que no encontrarse en ellos un libro. En realidad, su verdadera función catártica, de refugio, se cumplió cuando los escribí. Es verdad que me asustaba que no me gustasen nada y esa espera más que un gesto de paciencia lo era ya de cobardía. Pero me llevé una sorpresa porque, si bien la mitad no sobrevivieron ni a la primera criba, el núcleo lo encontré extrañamente luminoso, había un dolor de despedida pero también la dulzura de la gratitud.
-¿Eso es lo que caracteriza a las despedidas de los padres?
–Todo ritual de despedida merece ser hermoso. Aquí hay un balance de la gratitud por la vida y la lengua dada. En este caso sentí que era textos con un fulgor y una intensidad especiales, aunque yo no tenía distancia. Por eso decidí compartirlos en mi círculo íntimo y la reacción fue tan emocionada, de tanta solidaridad e identificación, que fui dando pasitos. Pedí opinión a otros colegas y como la respuesta fue la misma, los mandé a la editorial. Así se consumó la metáfora de la isla.
–¿En qué sentido?
–Las experiencias más cruciales de nuestra vida las solemos vivir como si fueran única e incomunicables, imposibles de comprender por nuestro prójimo. En cualquier sentimiento extremo creemos que estamos aislados, pero en realidad la propia isla está unida mediante el mar con otras con las que puede formar un archipiélago. Ahí es cuando te das cuenta que la persona que está a nuestro lado sentada en una terraza puede estar cuidando o ha cuidado o está ella misma gravemente enferma. Descubres que la vida de tu prójimo, el que parece que se lo está pasando bien, está también atravesada por esas experiencias de las que no hablamos apenas.
–Ese reconocimiento a la figura materna, esa gratitud, está especialmente subrayado por la lengua de los poemas. Por ejemplo, el uso del voseo. ¿Lo había empleado antes así?
–No tan sistemáticamente. El modo de lengua argentino, y más concretamente el dialecto porteño, lo he utilizado en algunos relatos o en capítulos de novela por exigencias argumentales. Por ejemplo, cuando habla un personaje argentino, pero nunca había escrito un libro entero en el que la elección inicial fuera esta. Lo hice instintivamente pero luego reflexionando me di cuanta que tenía que ver con un homenaje a la madre y también a la lengua materna. La voz del libro tiene algo de vulnerabilidad y desamparo infantil. Hay un diálogo con la infancia, habla de ese momento en el que necesitamos que nos abracen y nos cuiden y nos vemos de pronto abrazando y cuidando.
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