Antonio Gades: la pasión y el rigor

Cuando se cumplen 10 años de su muerte, sus obras siguen siendo referencias indispensables La compañía que lleva su nombre acaba de estrenar su pieza 'Fuego'

Antonio Gades: la pasión y el rigor
Rosalía Gómez

15 de agosto 2014 - 05:00

Como Paco de Lucía y tantos otros artistas del flamenco, Antonio Esteve Ródenas (Elda, Alicante, 1936-2004) entró en el mundo del flamenco por pura necesidad material. En su caso, además, porque siempre tuvo la virtud de tropezarse con "los buenos", como acaeció con Pilar López. Maestra entre las maestras, doña Pilar fue capaz de ver el enorme potencial que se encerraba en ese delgado y humilde adolescente nacido de la Guerra Civil, que apenas había tomado unas clases de baile con uno de sus bailarines. Le puso el nombre de Gades y se lo llevó por los escenarios del mundo con su compañía de danza. Fueron años (de 1952 a 1961) en los que Antoñito, que por entonces quería ser torero, aprendió a aprender, cosa que no dejaría de hacer hasta el último de sus días. De su maestra no solo aprendió de danza (en sus distintos géneros) y de música -ese amor por la música que doña Pilar inculcó en todos sus "niños", entre los que se encontraba también Mario Maya- sino que, como él mismo ha repetido durante toda su vida, aprendió la ética de la danza. Una ética y un rigor que acompañaron siempre a este artista incapaz de doblegarse, tanto como bailaor como en su faceta posterior de coreógrafo.

En su lanzamiento como artista individual también tuvo que ver otro hombre "bueno" del arte que fue Giancarlo Menotti, director del Festival dei due Mondi de Spoleto (Italia). Él confió en el alicantino, lo hizo bailar con Carla Fracci y lo lanzó a los escenarios más importantes del panorama internacional del momento, empezando por el de la Scala de Milán.

En el flamenco, Gades eligió la austeridad de Escudero -de quien pronto lo nombraron sucesor artístico- y el baile reposado de Faíco y El Gato, para convertirse en uno de los mejores bailaores de la segunda mitad del siglo XX. Su carta de presentación, su farruca, ha brillado igual en la solemnidad del escenario que en la madrugada de las calles barcelonesas, donde la inmortalizó Rovira Beleta en su inolvidable película Los Tarantos.

Su éxito internacional como intérprete le permitió seguir viajando por el mundo y, al tiempo que visitaba museos y admiraba las grandes obras de la pintura universal, ideaba sus ambiciosos proyectos coreográficos y fundaba su propia compañía, una agrupación democrática que sufrió numerosos avatares porque, entre otras cosas, a la ética y al tesón que lo caracterizaban, había que unir una pasión que no lo abandonaría hasta su muerte y que, en algunos momentos, lo llevó a tomar decisiones tan drásticas como la de 1975 cuando, a punto de salir a escena en Bolonia, al conocer la noticia de las últimas sentencias de muerte firmadas por Franco, no sólo suspendió la función sino que disolvió la compañía hasta que, cuatro años más tarde, sus amigos cubanos lo convencieron -así nos lo contó la maestra Alicia Alonso en su última visita a la capital andaluza de que la danza era su único medio válido de expresión. O como, después de ser nombrado director del primer Ballet Nacional Español en 1979 por Jesús Aguirre (a la sazón Director General de Música), poco después de un año, unas polémicas declaraciones en una gira por Venezuela provocaron su cese y lo llevaron a la creación de un Grupo Independiente de Artistas de la Danza (GIAD) en el que se integraron artistas como Cristina Hoyos, José Antonio, Luisa Aranda y otros.

Sin restarle méritos a su baile, es su labor de creación coreográfica y dramática, enriquecida y universalizada por su colaboración con el director de cine Carlos Saura (otro encuentro verdaderamente crucial en su camino), lo que lo mantienen en unas cotas artísticas tan altas que nadie, hasta el día de hoy, ha podido ni siquiera igualar. Y de toda su producción, que incluye también un Don Juan y en la que nos hemos quedado sin un hipotético proyecto último sobre Don Quijote (sobre la novela de Cervantes), son sólo tres los trabajos que le han procurado la mayor parte de sus numerosos y merecidos reconocimientos.

Crónicas del suceso de Bodas de Sangre, inspirada en la célebre pieza de Lorca, fue el primero de sus grandes éxitos dramáticos. Estrenada en Roma en 1974 con él mismo y Cristina Hoyos como protagonistas, y llevada a todos los cines por Saura en 1981.

A esta le siguió la inmortal Carmen, nacida para el cine con Laura del Sol (en 1983) antes de pasar al teatro (con Cristina Hoyos hasta 1988 y luego con Estela Arauzo como protagonista) y cosechar éxitos por todo el planeta.

Por último, y aunque Carlos Saura cerró su trilogía sobre Gades en 1986 con El amor brujo, fue sin duda Fuenteovejuna, estrenada en Génova en 1994 y en el Teatro de la Maestranza de Sevilla en 1997 (con él aún en el escenario), la obra de madurez del innovador artista. Tras más de dos años de preparación, con los 50 ya cumplidos y con un equipo de colaboradores entre los que destacan Caballero Bonald (autor del libreto a partir de la obra de Lope), Faustino Núñez como asesor musical y el gran folclorista Juanjo Linares, que se encargó de cuidar las danzas populares de Zamora, Extremadura y Andalucía que se entremezclaban en la historia, Gades logró, no traducir o ilustrar el texto de Lope -como suelen hacer los flamencos cuando se enfrentan a una pieza literaria- sino contarla por entero, mediante la música y la danza.

A pesar de los años, Bodas de sangre, Carmen y Fuenteovejuna, constituyen un corpus magistral que encierra toda la sabiduría de Gades, sus perfectas geometrías, sus penumbras -matizadas por su experiencia en los platós-, sus colores (los marrones de Goya, los ocres de Zurbarán...), las escenas corales, auténticos cuadros en movimiento, la ralentización como recurso dramático, la simplificación de las escenografías, reducidas siempre a unos pocos elementos (8 espejos y 4 mesas con sus sillas en Carmen o esos aperos de labranza que de pronto se convierten en armas en Fuenteovejuna) y, sobre todo, el abandono del virtuosismo por el virtuosismo para dotar de sentido al conjunto y descubrir con cada uno de los intérpretes cuáles son los impulsos que los llevan a actuar como lo hacen y no de otra manera.

En resumen, Gades llegó a una esencialidad tal que algunos de los bailaores y bailaoras actuales, inmersos en un mundo competitivo donde la técnica suple al sentido y sobre todo, a la pasión, consideran pobres de pasos sus coreografías cuando en realidad la falta de auténticos coreógrafos es uno de los males que aqueja al flamenco actual.

Por fortuna, para que su legado pueda ser conocido por todo el que lo desee o lo necesite, amén de las películas de Saura, existe la Fundación Gades, una institución ideada por él mismo unos meses antes de su muerte, acaecida el 20 de julio de 2004 y que hoy, diez años después, es una espléndida realidad gracias al entusiasmo de un equipo que encabezan su presidenta, María Esteve (hija de Gades y de Pepa Flores, Marisol) y su directora y útima esposa, Eugenia Eiriz.

Con sede en una antigua fábrica de harina, convertida en el Teatro García Lorca de Getafe (Madrid), la Fundación Antonio Gades mantiene con vida desde sus inicios a la compañía Antonio Gades, cuya dirección artística está en manos de Estela Arauzo y cuyo objetivo es el de difundir las grandes obras del artista, entre otras cosas Premio Nacional de Teatro y de Danza en varias ocasiones, manteniéndolas en vida y no como simples piezas de la arqueología dancística.

Un auténtico milagro si se considera su funcionamiento de compañía privada y, sobre todo, si se tiene en cuenta el descorazonador momento que vive la danza en España. Así, mientras los ballets van desapareciendo del panorama flamenco, la Compañía de Gades sigue viajando por todo el mundo con las pocas piezas que dejó el maestro y que, salvo por las reposiciones que ha hecho regularmente el Ballet Nacional de España o la Compañía Andaluza de Danza en los tiempos en que tenía a José Antonio como director, no habría modo de ver en los escenarios.

La nueva Compañía, compuesta por 31 personas, realiza un promedio de 90 espectáculos anuales con un reducido repertorio que acaba de aumentar este mes de julio con el estreno en España de Fuego, la versión teatral de aquel ballet que firmaron Antonio Gades y Carlos Saura inspirado en El amor brujo de Manuel de Falla y que se estrenó en el Théâtre du Châtelet de París, el 26 de enero de 1989 sin que nunca pisara escenario español alguno.

La pieza, cuyo estreno absoluto en España acaba de tener lugar este mismo mes en el madrileño Teatro de la Zarzuela, pasó también por el último Festival Internacional de Música y Danza de Granada y acaba de emprender una gira internacional antes de volver -esperemos- a otras ciudades andaluzas.

La finalidad de la Fundación Antonio Gades, sin embargo, como era deseo del mismo artista, no era sólo difundir sus obras sino la danza española en general, de ahí la enorme importancia que su directora le ha concedido siempre a su proyecto pedagógico, consistente en concienciar a los profesores de los colegios sobre la importancia de la danza española.

Retos difíciles, los que tiene ante sí la Fundación Antonio Gades, a la que deseamos una larguísima vida en beneficio de todos los amantes de la danza y del arte.

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