Arte en medio del desconcierto

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El Guggenheim de Bilbao ofrece en 'Arte y China después de 1989' una reflexión colectiva sobre el presente desde la perspectiva del complejo lugar en el mundo del gigante asiático

Arte en medio del desconcierto
Juan Bosco Díaz-Urmeneta

28 de mayo 2018 - 02:37

Medio año antes de que cayera el muro de Berlín (1989), iniciando el ocaso de la Unión Soviética y el socialismo real, el Gobierno chino, en la plaza de Tiananmen, cortaba a golpes de tanque el tiempo de relativa tolerancia iniciado en 1985 y comenzaba su rauda marcha hacia la economía de mercado. En pocos años se privatizó la mitad de la economía y China pasó a ser el primer prestatario del Banco Mundial. Occidente bendijo el proceso: en 2001 China entró en la Organización Mundial de Comercio y recibió el premio de los Juegos Olímpicos de 2008. La falta de democracia nunca incomodó mucho a los neoliberales (lo testimonia uno de sus mentores, Hayek); más difícil es saber por qué Occidente acepta la falta de libertades y la degradación de la cultura china. En ese medio, contradictorio y desconcertante, trabajan los artistas chinos. La muestra abarca justo los años decisivos de 1989 a 2008.

Destaca, de entrada Huang Yong Ping, su Teatro del mundo y El puente, instalación que contiene serpientes, tortugas y otros animales. Los árboles no han dejado ver el bosque o, mejor, el ruido mediático ha enturbiado el alcance de estas obras. Poseen al menos dos lecturas, muestras del desconcierto ya señalado. La cristalera que rodea a los animales remite a una sociedad sujeta a vigilancia, en la que cualquier iniciativa crítica puede de repente ser sin más suprimida. Pero también estas obras, al señalar el impulso animal a tener su territorio, son metáfora de la política actual: pocas ideas y menos valores porque sólo importa la extensión y la influencia, la geopolítica: expansionismo territorial ruso, penetración económica china, afán de Estados Unidos por lograr, a cualquier precio, zonas desde las que ejercitar la fuerza.

Yendo a las dos líneas de actuación del Estado en China, si Geng Jianyi insiste en el autoritarismo burocrático mostrando fichas personales, solicitudes y certificados, el grupo El Elefante de Gran Cola subraya la desmesurada carrera hacia la normalización capitalista. Chen Shaoxiong, en una larga performance, señala el derroche de energía eléctrica, y Lin Yilin transporta de una acera a la otra, en una avenida de ocho carriles, un murete de 50 bloques de hormigón ligero. Lo desplaza bloque a bloque, sin que el muro nunca se deshaga, y lo hace ante el CITIC Plaza (aún en obras), el edificio entonces (1990) más alto de Asia.

Fuera del citado grupo, Zeng Fanzhi traza, en un cuadro con ecos de Guston y Bacon, un paralelo entre el cuerpo humano y las piezas a la venta en una carnicería. Chen Zhen, ante un eslogan gubernamental, "En el año 2000 cien millones de personas tendrán coche propio", construye Parto precipitado: la figura tradicional de un dragón hecha con cámaras de bicicletas, medio de transporte habitual en China durante décadas. Queda aún el humor, como el del hongkonés Kwan Sheung-chi. Para China, ciudades como Hong Kong son molestas en política pero ventajosas para la economía. El autor ironiza con tal ambigüedad en un breve vídeo en bucle, Ceremonia del izado y arriado de banderas en el tendedero de mi casa: las banderas china, británica y de Hong Kong se despliegan y repliegan velozmente por tan domésticos alambres.

¿Qué es de la cultura china en su rauda marcha hacia el capitalismo y en plena globalización? Al menos dos problemas: la incorporación del arte chino al circuito internacional y el deterioro de la propia cultura. Subraya el primer aspecto Wang Gongxin: un pavimento minimal interrumpido por un círculo (¿pozo o alcantarilla?) y en su fondo un vídeo, unas nubes que apenas se mueven. En Pekín es el cielo de Nueva York; en Nueva York, el de Pekín. Yan Lei es más duro: en Aperitivo tacha a las bienales de dispositivos de mercado y tráfico (de drogas). En cuanto al segundo aspecto, junto a las obras de Ai Weiwei, que pudimos ver hace poco, la instalación de Chen Zhen, la planta octogonal de una pagoda, coronada de bambú y sin embargo llena de residuos de electrodomésticos y estatuillas kitsch de Buda.

Queda hablar de la utopía. Los artistas chinos también lo hacen. Destacaré sólo dos obras. Ou Ning evoca la comuna Bishan con documentos, un vídeo y una gran piedra, como las que usaban para canalizar el agua de zona pantanosa donde se inició la colonia de artistas que la hicieron habitable (e incorporaron al ella a los habitantes del entorno). Hace un par de años, el proyecto cerró por orden gubernativa. Cao Fei realiza un cuidado vídeo en una factoría Siemens que fabrica lámparas Osram. Recoge primero los automatismos de la producción: encuadres, planos y montaje los convierten en rigurosa obra de arte formal. Narra después el proceso de trabajo y a su rutina añade un ballet entre irónico y fantástico. Acaba con la toma frontal, cargada de respeto y de ternura, de obreras y obreros en sus puestos de trabajo. El título, Utopía ¿de quién?, habla por sí mismo.

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