'Carmen' baila contra la violencia de género
67 festivaL DE MÚSICA Y DANZA Concierto a Dúo
La Compañía Nacional de Danza llevó a escena una versión atrevida y contemporánea de la novela de Merimée
Granada/No hay Carmen que se le resista a la Compañía Nacional de Danza en manos de su director artístico José Carlos Martínez. Cinco años después de estrenar su oscura y moderna adaptación de la novela de Merimée, obra del coreógrafo francés Tony Fabre, la formación se embarcaba en otro gran proyecto: crear una nueva versión del ballet en dos actos. Con la ayuda del actor y dramaturgo Gregor Acuña-Pohl, el bailarín sueco Johan Inger elaboró "una historia contra el maltrato y la violencia de género que huye de estereotipos y clichés para convertirse en un relato universal", resumió ayer en una entrevista con Granada Hoy. Y eso fue lo que vio el público en el Teatro del Generalife pasadas las 22:40.
Inspirado por la vivencia de un amigo que sufrió en primera persona las consecuencias de la violencia doméstica, Inger colocó por momentos en el escenario a un niño vestido de blanco y con una pelota en las manos -"es a él al que afecta, en cualquier caso, la violencia de los adultos", señaló el coreógrafo-. La imagen del amor romántico insano, las consecuencias nefasta de los celos incontrolados del protagonista masculino -Don José- y la angustia del abandono se plasmaron en los movimientos de la bailarina YaeGee Park, que se convirtió en testigo de la historia y compañera del espectador.
La protagonista de la obra, Carmen, la cigarrera, no tardó mucho en entrar a escena. Ataviada con un traje rojo -un moderno diseño del fallecido David Delfín-, la bailarina catalana de cabellos rubios Elisabet Biosca desprendió frescura y sensualidad en cada movimiento. La sugerente coreografía de Inger conjugó a la perfección la técnica clásica -en la que se asienta el cuerpo de baile de la Compañía Nacional de Danza- con el lenguaje contemporáneo. Hasta el punto de mezclarse con gestos como un abrazo y sensuales caricias sin parecerle raro al público.
Ese viaje hacia el abismo de José -interpretado por el bailarín belga Daan Vervoort de forma magistral- por sus celos enfermizos, esa involución en sus sentimientos, se manifestó con un progresivo oscurecimiento de la escena, que osciló del luminoso blanco del primer acto a las sombras del segundo.
El ballet ideado por el artista sueco no se basa en la estética costumbrista y flamenca sino en la de un siglo XX urbano. Espacios definidos por estructuras de tres lados construyeron, a partir del gris y el negro, un ambiente que trasladó al espectador a la década de los 60 del siglo pasado; mientras que los espejos y paisajes industriales sostuvieron la escenografía minimalista que sugirió más que concretó.
La música, que no se interpretó en directo, también jugó un papel fundamental. La compañía se sirvió de la partitura de Bizet y Shchedrin, pero añadió el trabajo de Marc Álvarez, una partitura realizada exclusivamente para el montaje de Inger.
Fiel a la novela de Mérimée, el ballet centró su atención en el desamor de José quien, incapaz de soportar la libertad de su amada, inició un descenso a los infiernos. Al final de la noche, los bailarines principales -Biosca y Vervoort- llevaron a cabo una danza que supo reflejar, cual espejo de nuestros días por desgracia, las consecuencias terribles y a veces funestas de la violencia de género. Carmen bailó contra la violencia machista y se liberó de sus cadenas.
La protagonista femenina de 'Carmen' clavó todas sus coreografías
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