Claroscuros cinegéticos

La caza ha estado íntimamente ligada a la evolución del homo sapiens, al punto de ser su único medio de supervivencia

Una perro en plena cacería / F. J. P. P.
F. Javier Perales Palacios

12 de febrero 2019 - 00:10

Granada/Las sociedades actuales se mueven y se han movido siempre entre dos polos ideológicos que suelen condicionar su quehacer diario y la forma de entender el mundo. Y no me estoy refiriendo a las derechas versus las izquierdas, o al capitalismo versus comunismo, aunque compartan algunas de sus esencias.

Estoy aludiendo a la dicotomía entre tradición y modernidad. En nombre de ambas se han venido sucediendo agrias polémicas, generalmente sin muchos visos de solución. Hoy me voy a fijar en una tradición muy nuestra como es la caza.

Aquella ha estado íntimamente ligada al surgimiento y evolución del homo sapiens, al punto de ser su único medio de supervivencia. Hasta el asentamiento de los primeros pobladores y gracias a la rudimentaria agricultura y a la domesticación de algunos animales, el ser humano solo podía disponer de algunos vegetales, pero la ingesta proteica solo procedía de la pesca y, en especial, de la caza.

Mucho ha llovido desde entonces y la caza fue transformándose en un medio de vida, en un complemento o en una actividad ocio-deportiva. Un ejemplo del primer caso es el de los trampeadores de América del Norte en el siglo XIX, quienes vivían de la venta de la piel de mamíferos salvajes, o el tráfico de marfil procedente de África.

Un ejemplo del segundo es el del medio rural español, donde hasta mediados del siglo pasado era frecuente que las familias de escasos recursos complementaran su dieta con el otrora abundante conejo, valiéndose de lazos o directamente con un arma de fuego.

La tercera opción tuvo sus orígenes en las élites políticas y económicas: los cazaderos reales, los safaris africanos o la caza del zorro en Inglaterra son buenas muestras de dicha opción.

Paulatinamente, y con el despunte de la clase media, se propició la extensión de esa actividad a amplias capas de la población. Ello devengó en toda una infraestructura legal, ambiental y económica que sustentó ese cambio en las costumbres sociales. Se exigieron licencias de caza; se impusieron periodos de veda y se prohibió la caza de un buen número de especies; se crearon figuras como los cotos, que limitaron esta actividad a los dueños de los terrenos o a sus arrendatarios; se vallaron muchos de ellos, impidiendo la libre circulación de personas o vehículos; se crearon empresas cinegéticas; se constituyeron federaciones de cazadores; se fomentó la cría de perros de raza...

En la jerga al uso, básicamente se habla de caza menor y caza mayor (o montería). La primera se refiere a las especies de poco porte, siendo las más abatidas el zorzal, la perdiz, la tórtola o el conejo; normalmente se practica en cuadrillas ayudadas de perros, pero también es frecuente hacerlo en solitario.

La segunda apunta a especies de mayor envergadura, autóctonas como el ciervo, el jabalí o la cabra montés, pero también alóctonas como el muflón. Se realiza en fincas de una considerable extensión, apostándose el cazador a la espera de los animales que son empujados por las realas de perros y por los ojeadores. Las armas utilizadas también han ido especializándose y mejorando su rendimiento; así surgieron las escopetas vulgarmente llamadas repetidoras, que son capaces de albergar hasta cinco cartuchos, soliéndose emplear para la caza menor; y los rifles con mira telescópica, con gran alcance y precisión, utilizados en la caza mayor.

Otras modalidades de honda tradición son la cetrería, la caza de la liebre con galgo o la de la perdiz con reclamo (caza del “cuco”).

Todo ello nos ha llevado a la situación actual, donde oficialmente en España tenemos en torno a 850.000 personas con licencia de caza que potencialmente se echan al monte cada año en los periodos permitidos.

La caza también ha impregnado otros medios sociales como el cine. Películas emblemáticas fueron Los santos inocentes o La escopeta nacional. Esta última caracteriza, con el agudo ingenio de su director Luis García Berlanga, la montería como lugar de encuentro idóneo para gestar negocios, comprar voluntades o captar influencias. La primera, basada en la novela homónima de Miguel Delibes, retrata también magistralmente el caciquismo rural de mediados del siglo pasado. Ello me sirve para reivindicar la figura de este inmenso escritor cinegético, dotado de un estilo y perspicacia en sus narraciones que hace las delicias de cualquier cazador y naturalista.

Viene al caso traer a estas páginas la caza, por cuanto se ha convertido en un nuevo tema que releja esa colisión entre modernidad y tradición. La primera es abanderada por las asociaciones animalistas y la segunda por los propios cazadores y por algunos partidos políticos según conveniencia.

Ahora bien, ¿podemos hacer una valoración sosegada de las implicaciones actuales de la caza? A ello me voy a referir brevemente.

Si adoptamos el común filtro de "luces y sombras", respecto a las primeras podríamos decir que, practicada legalmente y con criterios sostenibles, permite un mantenimiento de ecosistemas que de otra manera se hubieran visto más degradados, bien por prácticas agrícolas, ganaderas o urbanísticas.

A pesar de la aparente crueldad de la caza, los verdaderos cazadores aman la Naturaleza y se enfrentan a ella con el ánimo de poner a prueba sus sentidos y reflejos, lejos de un espíritu competitivo que solo prima la mejor percha lograda. Tampoco podemos olvidar la sintonía que se crea entre el perro y el cazador. Son, entre otros, valores a realzar.

En el otro extremo se sitúan otras actuaciones como el furtivismo o el uso de cebos envenenados; la búsqueda del mejor trofeo en la caza mayor, lo que actúa en un sentido inverso a lo que lo hace la propia dinámica natural, en la que los más fuertes sobreviven y lo transmiten a su descendencia; los que disparan a todo lo que se mueve sin reparar en las especies protegidas; los gestores y legisladores que no defienden a las poblaciones más vulnerables; los que usan armas cual ametralladoras, cuando, como defendía el citado Miguel Delibes, se debiera de disponer de un solo cartucho (oportunidad por oportunidad)...

Por ello, ante la polémica social suscitada, habría que preguntarse: la caza, ¿pero qué caza?

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