Cien años de Francisco López Burgos

Aniversario

Este otoño se cumple el centenario del nacimiento del único granadino hasta la fecha poseedor del Premio Nacional de Escultura, autor de la Tarasca y de la Virgen de las Nieves

Cien años de Francisco López Burgos
Juan José Montijano Ruiz

19 de octubre 2021 - 05:00

Granada/Afirmaba Jesús Bermúdez Pareja, en contestación al discurso de ingreso de Francisco López Burgos en la Real Academia de Bellas Artes de Granada, que nuestro centenario paisano era el escultor de la espontaneidad y de la ternura. Y bien que no le faltaba razón alguna para afirmarlo.

El pasado 17 de septiembre se cumplieron cien años del nacimiento del, hasta la fecha, único granadino poseedor del Premio Nacional de Escultura. Es por ello que merecía, al menos, un emotivo recuerdo vista la abulia imperante en esta bendita ciudad nuestra para homenajear a todos aquellos que la hicieron grande fuera del ámbito poético, que, parece ser, el único léit-mótiv por el que se circunscribe y define la cultura de la ciudad alhambreña.

Retrato de López Burgos / Reportaje gráfico: J. J. Montijano Ruiz

Francisco López Burgos forma parte indeleble de la historia del ser granadino dado lo abultado y cercano de su producción. Decenas de rincones acogen parte de su legado sin que el ciudadano de a pie conozca la autoría del mismo. Esculturas religiosas, relieves, retratos, monumentos… el paisaje urbano de nuestra ciudad acoge una parte de su arte adornándolo, embelleciéndolo, enriqueciéndolo y evocando en aquel distraído viandante toda una caleidoscópica gama de sensaciones.

Durante mucho tiempo, el nombre de Francisco López Burgos parecía haber pasado a engrosar ese ostracismo cultural al que la inanición mental de quienes abanderan una determinada ideología, sea cual fuere ésta, habían relegado al autor, sin darse apenas cuenta de que la Cultura, así, con mayúsculas, está muy por encima de cualquier subterfugio político e ideológico. La Cultura no tiene ideologías, sólo crea y se sostiene por su canon de belleza sea cual fuere la heredad que ésta deja en quien la contempla. En quien disfruta de ella. En quien ve en su deleite un mecanismo de supervivencia vital y emocional capaz de crear las más variadas expresiones y sensaciones.

Francisco López Burgos era, un auténtico intérprete y creador de belleza. Un actante del arte. Un caballero con todas las acepciones que de mencionado vocablo puedan y debieran derivarse. Hombre sencillo, inteligente, simpático, sincero, solidario pero a la par solitario, como todos los genios, López Burgos había nacido en la calle Horno de la Haza número 2, donde sus padres, además de su vivienda, poseían uno de los escasos colegios privados de primera y segunda enseñanza existentes en la Granada de 1921: el Colegio de Nuestra Señora de los Dolores.

Más adelante, la familia se trasladará hasta la calle de Gracia donde tendría su estudio y trabajaría en buena parte de su producción, transcurriendo su infancia en el entonces populoso barrio de la Magdalena. A pesar de que no era buen estudiante, López Burgos, ya desde temprana edad, se quedaba embelesado contemplando el arte imaginero de don Antonio Barbero, quien, visto el interés del muchacho, le entregó su primer trozo de arcilla con que el despertaría su inherente vocación artística.

Desgraciadamente, los imponderables del destino hicieron que el progenitor emprendiese el “juanramoniano” viaje definitivo, quedando el pequeño de tan sólo nueve años huérfano de padre. Más adelante acabó matriculándose en la Escuela de Arte y Oficios y compaginando sus clases de dibujo artístico con un empleo de aprendiz en un comercio, hecho éste que no soportaba.

Tras la guerra, Francisco López Burgos trabó amistad con el posterior ilustre imaginero Aurelio López Azaustre, gran amigo suyo, mientras proseguía sus estudios de modelado al tiempo que entraba a trabajar en una oficina cuyo director, Jacobo Guitar de Victo, viendo las innegables cualidades para la escultura del joven, decide enviarlo a Madrid. Allí, en la capital, trabará amistad con otros jóvenes que, como él, sentían el revulsivo de dedicarse al arte en sus más variadas manifestaciones: José Tamayo, Tico Medina, Manuel Benítez Carrasco o Gil Tovar además de coincidir y aprender del ilustre Mariano Benlliure.

Y comienza a dar a luz sus primeras creaciones, casi todas ellas, generalmente, por encargo, y de temática religiosa.

El estudio del autor, emplazado en el número 32 de la calle de Gracia, vio salir del mismo numerosas tallas e imágenes, entre ellas un hermoso crucificado en madera policromada que la mismísima Eva Duarte de Perón llegó a admirar y tener entre una de sus más preciadas adquisiciones. Junto a ello, numerosos tronos, imágenes y retablos configuran diariamente el devenir de un escultor cuyo trabajo, paulatinamente va adquiriendo suma importancia. Coadyuvan a su éxito el hecho de haber ganado la Tercera Medalla Nacional de Escultura en 1952 con motivo de la celebración de la Exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid gracias al busto que realiza a su buen amigo, Paco García Carrillo.

Un año más tarde y, a petición de Antonio Zayas y Fernández de Córdoba, uno de los hombres más enamorados de Sierra Nevada que la ciudad encontró nunca, lleva a cabo de una de sus más ilustres y celebérrimas creaciones: una imagen de una virgen que, bajo la hermosa advocación de Nuestra Señora de las Nieves, se pretende entronizar en el pico del Veleta, a nada menos que 3.400 metros de altitud.

Coincidiría en Madrid con José Tamayo, Tico Medina o Manuel Benítez Carrasco

La poderosa imagen, que congracia elegantemente con la iconografía paisajística, es llevada a cabo en torno a un remolino de nieve que se convierte en manto para abrigar y dar cobijo a la Señora quien, entre sus brazos, sostiene al hijo dormido. Con esta delicada obra le fue concedido el primer Premio Nacional de Escultura que hasta la fecha ostenta un granadino. Corría el año 1954.

Precisamente y, dentro de sus obras menos conocidas, sobresale la que el autor del presente trabajo dio a conocer en una magna investigación acerca de la Pública de las fiestas del Corpus al adscribir a su autoría la cabeza del actual maniquí que procesiona cada miércoles de feria por las principales arterias del centro de la ciudad (La Tarasca de Granada, Círculo Rojo, 2020). Fue entonces un auténtico revulsivo puesto que ningún investigador ni técnico de Cultura o restaurador del Ayuntamiento granadino conocía la autoría de mencionado maniquí.

Busto de la Tarasca

En 1955, el entonces presidente de la Comisión Municipal Permanente, don Lorenzo Martínez-Dueñas López, deseaba renovar y darle mayor realce a la Pública de las fiestas, encargándole a López Burgos una nueva pareja de gigantes consistentes en una dama y caballero cristianos, representando en su iconografía a un extinto caballero de la Reconquista y a su alter ego femíneo. Junto a ello se le hace partícipe del deseo de reemplazar la cabeza del maniquí de la Tarasca (realizado el año anterior por Antonio Martínez Olalla junto al cuerpo del escultor catalán Andrés Lledó del año 1931 amén del dragón de Francisco Morales González que, tras distintas restauraciones por parte de Luis Molina de Haro, llevaba procesionando desde 1883). López Burgos llegó a afirmar al respecto que “su profesión no era hacer muñecos” pero que había aceptado su realización habida cuenta de que el Ayuntamiento de su ciudad se lo había pedido. Remarcaba además una curiosa anécdota: “Las mujeres de los artistas tienen celos de las mujeres que hacemos. Tengo miedo de lo que diga mi mujer cuando vea ésta, porque desde luego, no le está mal lo de bombón, ¿eh?” contestaba ante la belleza de la cabeza recién tallada y que hasta la fecha de escribir estas líneas prosigue deambulando impertérrita y tan fresca y lozana como el año de su nacimiento allá por el 8 de de junio de 1955.

Viaja a Estados Unidos y dado el éxito una galería le propone trabajo en exclusiva

Académico de la Real Academia de Bellas Artes y profesor de Modelado y Vaciado en la Escuela de Artes y Oficios, las tallas, esculturas, retratos e imágenes de López Burgos no cesan de acarrearle beneplácitos, aplausos y enormes elogios: la Virgen Milagrosa o el Cristo de la capilla del Colegio Regina Mundi de Granada, el Fray Escoba de la iglesia de Santo Domingo, el San Juan de Dios que obra en el Hospital del mismo nombre, el monumento a Fray Leopoldo de Alpandeire en la residencia de Ancha de Capuchinos… relieves en barro o piedra como los de la fachada de la Caja General de Ahorros junto al escudo de la ciudad en la Plaza de Villamena, el escudo en bronce en el monumento a Isabel la Católica que, además, restaura y es el encargado de su traslado desde su ubicación, en el Paseo del Salón a su actual emplazamiento.

Viaja a Estados Unidos y allí, dado el éxito que alcanza su trabajo, concretamente en Arizona y México, una galería le propone trabajar en exclusiva para ella durante tres años. Y, como siempre suele suceder, han de venir foráneos para que los oriundos nos demos cuenta del potencial que encierran nuestros artistas. Precisamente sería durante una estancia en América cuando el actor Charlton Heston adquiera una de sus esculturas en piedra en 1965.

De regreso en su Granada, no para de trabajar y de hacer proyectos por encargo y que sirven para realzar el patrimonio artístico de la ciudad como la Niña del Columpio, el busto en bronce de Manuel de Falla o del doctor Carlos López Neyra, relieves del Colegio de los Hermanos Maristas, del edificio Seat en el Camino de Ronda, de la calle Manuel de Falla, del colegio José Hurtado, del colegio de sordomudos, el Cristo y la Virgen de la Luz de la iglesia de Santo Tomás de Villanueva…

Por encargo del Ayuntamiento de Marbella realiza una de sus obras más querida y conocidas: la Venus de Marbella así como la fuente en que está montada la escultura en uno de los espigones del paseo marítimo y el monumento a Víctor de la Serna en mencionada localidad.

Su incansable trabajo no cesa hasta mediada la década de los años ochenta en que, debido a su edad, a la pérdida de algunos de sus grandes amigos y a su jubilación como profesor en la Escuela de Artes y Oficios entró en un estado levemente depresivo acrecentado por la pérdida de su hijo Eduardo. Desde entonces, dejó de aceptar encargos y tan sólo realizó unas cuantas esculturas aun a pesar de que su creatividad en aquellos momentos era máxima.

Granada no debe olvidar a quienes la han engrandecido. Alejandro Dumas llegó a afirmar en cierta ocasión que era la ciudad elegida por Dios para morar, una vez se cansase de estar en los altares celestiales. Y Dios, necesita de sus hijos. De sus creaciones. De la belleza que exhalan todas y cada una de las creaciones de los artistas. Porque sus obras son inmortales. No existe el cuerpo. Pero existe su creación.

Emilio Orozco, gran amigo de Francisco López Burgos, al no encontrarlo sentado en su habitual banco de la Plaza de Gracia, tras su reciente fallecimiento aquel aciago 1996, llegó a espetar que “recordar es volver a la memoria del corazón, el tiempo que nos dejamos atrás y la vida misma ya derramada en él y con él perdida para siempre”.

El actor Charlton Heston adquirió una de sus esculturas en piedra en 1965

Granada tiene una deuda pendiente con el centenario del nacimiento de uno de sus hijos más ilustres. Federico, amante de la belleza. Del arte. De la creación, ya hubiese preparado algún ciclo de conferencias, un congreso, unas jornadas o un simple recital a los pies de alguna de sus esculturas. Granada ama a Federico. Amemos por igual a Francisco López Burgos. Emprendamos el camino de la reconciliación con nosotros mismos, con quienes nos han precedido, con quienes hicieron de Granada la cuna de la cultura en Andalucía y exportaron todo lo mejor que podían dar hacia otras poblaciones. Hacia otros pueblos. Hacia otras culturas. Granada se lo merece. Los granadinos también. Y Francisco López Burgos, desde los altares celestiales, donde continúa trabajando incansablemente, volverá a sonreír cada vez que un niño admire la belleza de su Tarasca o contemple extasiado cualquiera de sus creaciones, como su imagen de la Virgen de las Nieves.

Porque, como decía aquel bolero… “recordar es volver a vivir”… Vivamos juntos el centenario del nacimiento de nuestro hermano. De nuestro paisano. De nuestro artista. Sin ambages. Sin prejuicios. Con orgullo de granadinos.

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