Tribuna Económica
Carmen Pérez
T area para 2025
Julio Anguita. Político
"En España manda una cleptocracia". Es la manera que tiene Julio Anguita de decir que los ladrones de medio pelo se han adueñado del país. Podría decirlo más llanamente, pero el ex coordinador de Izquierda Unida vive un continuo combate contra "la pereza mental". Esta tarde presenta en el Paraninfo de la Facultad de Derecho Combates de este tiempo (El páramo), donde recupera antiguos discursos y artículos que cobran ahora plena actualidad.
-¿Qué le parece la inhabilitación del juez Garzón?
-Me acuerdo de una obra de Ugo Betti, Corrupción en el Palacio de Justicia. Esto es una auténtica vergüenza, en nuestro país no existe la Justicia, es sólo una tapadera para mil y una prevaricaciones. Es la imagen de lo peor que ha dado España desde Fernando VII. Lo que hoy está gobernando, lo que hoy está instalado en la Justicia, lo que hoy está instalado en los entresijos del poder es la mayor miseria que uno puede encontrar a cualquier nivel.
-Respecto a 'Combates de este tiempo', ¿qué le ha sorprendido más al revisar sus discursos de los últimos 30 años? ¿No ha cambiado nada o todo ha cambiado para peor?
-Los editores me dijeron que había una serie de escritos en los que se adelantaba la actual situación que estamos pasando, en concreto los que se refieren al Tratado de Maastricht. En el fondo era verificar cómo los problemas de hoy hunden sus raíces en un tiempo inmediato.
-¿Un visionario, si me permite la expresión?
-No tengo ningún problema, el visionario siempre se ha visto como alguien que está fuera de la realidad, pero muchas veces ser visionario significa estar más dentro de la realidad que los demás, es el que ve más que los demás, no porque tenga ninguna capacidad especial, sólo es que no se deja engañar.
-¿En qué medida se engaña al ciudadano y en qué medida se deja manipular?
-El ser humano tiene una condición de pereza mental. Culturalmente, el pueblo español, sobre todo a partir del siglo XIX con Fernando VII y el predominio de la Iglesia, es un pueblo que tiene miedo a pensar, lo que se trasluce en una sensación de comodidad, de pereza, aceptar cualquier cosa aunque ellos mismos duden de que sea cierta. Yo voy por la calle y la gente se cree que la reforma laboral nos va a sacar de la crisis, una mentira más que la gente acepta para no tener que enfrentarse a la realidad. Siempre he dicho que todo el mundo se equivoca, incluso los pueblos, pero hay que obedecer lo que diga el pueblo aunque se equivoque.
-¿El pueblo ha tenido más errores que aciertos?
-Los hombres y mujeres que prefieren enfrentarse a la realidad y debatir deberían tener más influencia, pero es una lucha que tiene el ser humano contra la propia inteligencia. Existe la tendencia a la pereza, a satisfacer las necesidades inmediatas sin pensar a qué precio se pagan... Pero esta es la gran tragedia humana.
-Uno de los discursos más curiosos del libro es el que pronunció en 1985, siendo alcalde de Córdoba, denunciando el proceso de 'mitificación' que los políticos y los medios estaban haciendo de su persona... ¿Sentía que le estaban 'santificando'?
-Sabían que no iba a repetir mandato y se estaban preparando para las próximas elecciones con una técnica muy sencilla: este hombre es excepcional pero el partido que le sustenta no tiene cualificación.
-Pero también puede pasar que un líder inapropiado opaque a una militancia activa...
-El problema de fondo siempre es el colectivo porque le sigue soportando y se aliena en él, bien por prebendas bien por eso de no pensar.
-¿Ha pasado algo así en Izquierda Unida?
-En Izquierda Unida hubo una época, alrededor de 1996, donde el esfuerzo fue despreciado. La evidencia de un discurso que fue elaborado muy colectivamente chocó con un entorno hostil de medios de comunicación y fuerzas políticas, de tendencias que hablaban del europeísmo que en el fondo es lo que nos ha llevado a la moneda única y a todo lo que tenemos aquí. Yo sentí aquel choque porque era un discurso muy justificado y meditado que iba a contracorriente y también en Izquierda Unida se sintió ese miedo escénico.
-De aquellos tiempos quedó su famosa coletilla de "Constitución, Constitución". Y eso que no era usted un ferviente defensor de la Carta Magna...
-Yo soy lector de Peter Stucka, un escritor soviético que hablaba del uso alternativo del Derecho. Cuando me acusaban de que yo proponía cosas de la Unión Soviética yo les decía a los poderes establecidos que lo que yo quería era que cumplieran con esa Constitución que decían que era tan magnífica, porque el sistema vive a costa de prostituir sus propias leyes. La Constitución es un pingajo que no cumple absolutamente nadie y los primeros que la incumplen son los poderes públicos.
-A lo largo del libro hay también una defensa del político lúcido, mesurado, que sabe explicar sus proyectos y sus ideas. ¿Entra Rubalcaba en esta categoría?
-Eso son imágenes. En el fondo, tanto el señor Rubalcaba como el señor Rajoy defienden la misma política, el proyecto de Europa que salió de Maastricht. Lo demás es pura anécdota.
-Desde el primer momento saludó con entusiasmo al movimiento 15-M. ¿Cree que por cierto 'puritanismo' perdieron la oportunidad de intervenir en la escena política?
-No, están bien como están, no hay prisas. Les sigo apoyando aunque creo que deben organizarse mejor y que deben abrirse a esas capas de la sociedad que se quedan confortablemente en sus casas pero que necesitan que vaya alguien a moverlas. El 15-M es una fuerza extraordinaria que necesita quitarse de encima cierto narcisismo, no considerarse tan estupendos... Deben buscar la manera de participar políticamente, lo que no quiere decir que se tienen que transformar en un partido político. Tienen que asumir que inciden en la política, que inciden en el mundo porque lo quieren transformar. Estamos en una civilización del uso y tiro y las cosas se plantean con unas prisas tremendas. Pero no hay prisa.
-¿Nota en la calle que la gente quiere que vuelva a la política?
-Es una moda. Por favor, no me pida que vuelva, no me venga con milongas ahora... En el fondo, no todos, están pidiendo siempre la última novedad, el último juguete que me evite pensar y afrontar mi destino. Hay un trasfondo de pereza mental.
-En una carta dirigida a Felipe González anticipa con 20 años de antelación la crisis del ladrillo. ¿Tan claro se veía venir?
-Era el discurso que proponía Felipe González de que hay que quitar las normas, liberar parcelas para que todo el mundo construya, lo mismo que ahora propone Rajoy en las playas. Es el discurso de un ejército de ocupación sobre su propio país, es el discurso de Atila que en vez de arrasar Roma arrasa su propio país. Es propio de un país que ha llamado empresario a cualquier desalmado y fuerzas de progreso a cualquier ladrón que se ha enriquecido de manera desmesurada.
-Con tantos vaticinios cumplidos años después, ¿qué futuro le espera a este país?
-Lo veo muy mal. El problema de los que nos situamos en la izquierda es cómo evitar que la gente desorientada caiga en las garras del fascismo, porque van camino de ello. El fascismo persigue la inteligencia y la cultura y la sustituye por el taconazo, por el rito, por las cosas que galvanizan las tensiones de la gente.
-¿Entiende que un obrero en paro o un mileurista vote a la derecha?
-Claro que sí, es lo más normal. Eso de que los dominados son rebeldes es una mentira piadosa. Cuando la gente está dominada y, no lo olvidemos, tiene que comer, no se puede permitir ser rebelde.
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