Darío de Regoyos, cuando lo habitual se convierte en arte
DARÍO de Regoyos (Ribadesella, 1857 - Barcelona, 1913) visitó Granada en varias ocasiones, desde la adolescencia, pues su familia se encontraba bien posicionada económicamente y solía viajar de forma habitual por España, conociendo ciudades como San Sebastián, Sevilla, Aranjuez o Granada. Sin duda, esto tuvo una influencia muy importante en el talante artístico del joven Regoyos, enfrentándose a su padre que no consideraba que la profesión de pintor fuera una forma digna de ganarse la vida. Fue, tras la muerte de su progenitor, cuando pudo asistir a clases con Carlos de Haes que rápidamente lo guió hacia la figura del pintor belga Joseph Quinaux y, por tanto, a salir del país y conocer la Europa de finales del siglo XIX, iniciándose así una gran amistad con otros artistas como Frantz Charlet, Théo van Rysselberghe y el poeta Émile Verhaeren, con quienes colaboraría y viajaría con asiduidad.
Uno de estos viajes, realizados por el grupo de jóvenes artistas, tuvo como destinos España y Marruecos en 1882 y, es probable, que pasaran por Granada con interés artístico, al menos para tomar apuntes, pues del año siguiente tenemos un óleo de la Torre de las Damas con el Generalife al fondo, en el que este último está bien posicionado, mientras que la torre está como reflejada sobre su posición natural. Es curioso notar el parecido con otra obra de igual tema que Martín Rico pintó en 1871, solamente que aquí se ha abandonado el preciosismo de Martín Rico por una pasta más dura y espesa, realizada con espátula e, incluso, un color más áspero y limitado, propio de los contactos norte-europeos en los que se estaba formando Darío de Regoyos.
Poco después de esta visita, nuestro protagonista entra en lo que se ha dado en llamar la serie de la España Negra a la que se superpondrían sus experimentos divisionistas, debidos especialmente a sus contactos con los más importantes pintores de este estilo como Signac, Seurat o Pissarro. Acompañando a este último, Regoyos estuvo pintando en 1895, desde un hotel volcado al paisaje de los muelles de Rouen, para que el anciano pintor (1830-1903) pudiera hacerlo cómodamente, algo que ya veremos que tiene una cierta importancia en la posterior obra granadina de Darío de Regoyos.
Poco después se entregaría al impresionismo, reforzando su gusto por el paisaje y por el paso del tiempo, en los juegos de luces al estilo de la gran serie de Monet sobre la Catedral de Rouen. Así, en 1905, constatamos una nueva visita a Granada, aprovechando que se había trasladado junto a Pío Baroja hasta Córdoba y, desde allí, Regoyos se traslada a Granada, siendo probablemente durante esta estancia cuando ejecutara el nocturno de la Capilla Real, propiedad del Museo de Bellas Artes de Granada, ya que por estas fechas o un poco después, hará una serie sobre la Catedral de Burgos, en la que asoman las tonalidades verdes tan características de esta pintura granadina. Pero será el viaje realizado en 1910 el que aporte un mayor número de trabajos, al menos veintiocho, sobre la ciudad y su paisaje. En octubre, la familia de Regoyos al completo se traslada hasta Granada y se alojan en la Plaza de Mariana Pineda número 15, 3º Izquierda, en un piso desde el que podía ver la Sierra y la Torre de la Vela, lo que le permitía pintar desde las ventanas o desde la azotea del edificio. Su estancia se prolongó hasta abril de 1911 y, de su amplia producción, sobresalen obras como Sierra de Mulhacen, propiedad del Museo de Bellas Artes de Bilbao; Sierra Nevada desde la acera del Darro, actualmente propiedad de la colección del Banco de Santander (recordemos que la colección del Banco de Granada pasó tras su quiebra al Banco Central y de ahí al Santander). Esta obra fue propiedad de su gran amigo Rysselberghe que se encargó de que fuera expuesto póstumamente en diferentes exposiciones de homenaje al pintor asturiano, a partir de 1914.
Otras obras de esta visita son la Salida del sol en Granada, también del Museo bilbaíno, en el que se muestra desde una perspectiva alta el compás del ex convento de San Francisco en la Alhambra, con la dehesa del Generalife al fondo. Es una vista cenital que, probablemente, fuera tomada desde la Pensión Alhambra de la calle Real del recinto monumental, lugar que más tarde fue residencia de Manuel de Falla y que reafirma esa costumbre de buscar posiciones elevadas y cómodas para pintar que ya ensayara con Pisarro en Rouen. Pero, si hay una obra especialmente hermosa, sin duda es el Camino de los neveros -colección particular-, en el que un carro tirado por una mula avanza por la orilla de una acequia, entre un paisaje de olivos que producen un continuo claroscuro que mancha de reflejos y sombras el entorno, mientras éste se abre a la monumentalidad de Sierra Nevada.
Con esta producción, Regoyos haría en el Salón Delclaux de Bilbao una exposición en la que logró vender ocho de las pinturas. Un año después, en 1912, consiguió realizar una exposición en el Salón Witcomb de Buenos Aíres, en la que había cuadros de distintas épocas y en la que estaba presente una magnífica Carrera del Darro que fue vendida al coleccionista González Araño de donde pasó al Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires. Una obra clara y luminosa con esos misteriosos paseantes que dan la espalda al espectador. Una escena cotidiana elevada a categoría estética.
En Granada no tengo noticias de que quedaran muchas obras suyas -existe una en el Museo del Instituto Gómez Moreno de la Fundación Rodríguez Acosta, un Paisaje con olmos, aunque no es de tema granadino-. Pero la historia siempre depara sorpresas y, hace aproximadamente un año, la catedrática Rosa Prieto Grandal salvó de la desaparición, en la basura, un pequeño retrato de gitana de perfil que bien podría pertenecer estilísticamente a la primera visita de 1883. Afortunadamente, su buen ojo ha permitido que esta joya quedara preservada en un domicilio particular granadino conmemorando el centenario del gran pintor.
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