La tribuna
¿España fallida?
Alberto Marcos, escritor
Granada/Para Alberto Marcos (Madrid, 1977), el mundo editorial es su hábitat natural desde hace muchos años y actualmente trabaja como editor en Penguin Random House. Ahora sin embargo irrumpe en él en su faceta de autor con una obra publicada en Páginas de Espuma: Hombres de verdad, una reflexión en la que se adentra en los modelos masculinos del siglo XXI.
Este segundo libro está compuesto por un total de nueve cuentos que ahondan en las inseguridades masculinas, a veces heredadas y casi siempre tapadas: un hombre que en el ocaso de su vida tiene una última cita con la persona de sus sueños; un treintañero debe lidiar con problemas de impotencia en plena cima sexual; un genial cineasta es incapaz de rodar de nuevo tras realizar su obra culmen; una pareja gay que viaja con sus madres a Fátima para pedir el éxito de su boda…
–En Hombres de verdad aborda los tabúes masculinos como la impotencia, ¿cuáles son los otros grandes tótem de los hombres?
–Yo creo que una de las carencias de lo que podríamos llamar masculinidad tradicional ha sido la expresión de los sentimientos: el hombre no podía llorar, mostrar debilidad. El otro gran tabú que aún persiste es el tema de los cuidados y los afectos. Por ejemplo, no era la figura que debía encargarse de cuidar a los niños. El hombre tenía más un papel de proveedor, ha vivido de puertas para afuera, en el ámbito de lo público. Esos son los roles tradicionales de la sociedad patriarcal que venimos arrastrando.
–¿Se desprecian ahora estas tareas del ámbito privado?
–En el libro hablo precisamente de la capacidad de seguir nuestro propio camino, que no tiene que ser el rupturista respecto a lo anterior. Si una mujer quiere dedicarse al cuidado de los hijos, que lo haga, pero que no sea algo predeterminado por el género. Se reivindica esa capacidad para cuidar y el territorio de los afectos, que también son responsabilidad del varón.
-En La vida en obras, su primer libro, había un relato que es el germen de este segundo titulado De qué hablan los hombres en los gimnasios y que ya abordaba lo que usted denomina “masculinidades tóxicas”. ¿Qué engloba ese concepto?
–Mi primer libro se publicó hace siete años y es un tema que siempre he tenido en la cabeza. Como varón que eres tienes que tener una actitud de competitividad respecto a otros varones. Si estoy por encima, mi hombría se ver reforzada, incluso mis relaciones con otras mujeres. Es un poco la traslación de la ley de la selva o la ley animal a nuestro mundo contemporáneo. Me parecen muy interesantes los escenarios exclusivamente masculinos en los que la testosterona está a flor de piel, pero en el nuevo libro hablo de cómo esas relaciones pueden ir cambiando.
-El prototipo de unas generaciones fue el hombre duro, el vaquero de John Wayne. Luego el exitoso, en lo profesional, lo amoroso y el deporte, al estilo John John Kennedy, y ¿ahora?
–Para conseguir esa identidad masculina antes, tradicionalmente, sólo había un camino: hacerse un hombre a través del silencio, el fortalecimiento incluso físico... El cambio de tipos de masculinidades lo que hace es abrir esos caminos de conocimiento de uno mismo y que quepan otros modelos.
-Ahora al hombre le toca explorar el territorio de la vulnerabilidad y la emoción pero, ¿a los hombres de una generación la única emoción que se les permitían expresar era la ira?
–Totalmente. Y tenía que ver con eso de ley de la selva, la biología, el macho y la testosterona. En el siglo XXI no tiene ningún sentido. Pero las conquistas no han terminado. Las antiguas masculinidades están muy presentes de otras maneras: la competitividad está en el éxito o la acumulación de capital.
-Ahora hay una nueva generación de sex-symbol masculinos que se pintan las uñas o usan perlas pero siguen haciendo ostentación de alto nivel de vida y de estar siempre rodeados de mujeres muy guapas.
–Una cosa es la estética y otra el comportamiento en su vida pública. Las nuevas masculinidades tiene que ver con algo más profundo que las uñas pintadas.
-Con el sexo esporádico, casual que permiten las apps y las redes sociales, ¿en el siglo XXI ha llegado el sexo anónimo?
–Las redes sociales han multiplicado las posibilidades de contacto con gente que no estaba en tu círculo social, gente muy lejana. Eso tiene una utilidad sexual pero también permite el anonimato en el sentido de no reflejar tu verdadera cara. Preferimos no mostrarnos como somos, exploramos desde la seguridad de una máscara. Esto tiene sus peligros pero también sus ventajas. Todo depende de cómo lo maneje uno.
-Bob Pop, que ha dedicado muchos elogios a su libro, comentaba hace poco que en el mundo gay es más fácil una felación que un abrazo. ¿Está de acuerdo?
–Él, que es muy inteligente y sensible, observa que el hecho de ser gay no le hace inmune a esos roles patriarcales sino que como hombres estamos condenados a repetirlos. Dentro del mundo gay hay mucha misoginia, mucho intento incluso de ser más hombre que ninguno. En esas apps para ligar hay mensajes tipo “sólo busco hombres muy hombres”. Se cae en la plumofobia y, claro, nos encontramos con una situación en las que los afectos una vez más quedan tapados o eliminados de la ecuación. Como mundo masculino no está exento de eso y puede ser más difícil un abrazo.
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