Discreto y entregado

Álvaro Salvador - Catedrático de Literatura de la Universidad de Granada

21 de septiembre 2019 - 09:36

Lo mejor de ser profesor, son los alumnos. Los alumnos brillantes que hacen mejor al profesor, que se transforman en discípulos mejores que el profesor y finalmente en amigos y compañeros entrañables. Eso fue Rafael Juárez Ortiz. Siempre me gustó su nombre de revolucionario mexicano, tan poco adecuado para un hombre tan tranquilo, tan sereno, tan noble, aunque también tuvo Rafa sus años locos.

Le conocí en el curso 1977- 78, junto a otro grupo estupendo de estudiantes con los que pusimos en marcha uno de esos proyectos utópicos, impensables hoy en día, la revista Letras del Sur, que quería ser la revista cultural de toda Andalucía.

Pero Rafa quería ser poeta, y lo fue. En los veranos de esos años, sostuvimos una correspondencia que todavía guardo, en la que él me escribía desde su Estepa y nos intercambiábamos opiniones sobre lo divino y lo humano. Él era una persona ideal para las confidencias y también en esos años, entre una década y otra, compartimos muchas personales en las que nos hablábamos de nuestras crisis profesionales, de pareja o literarias. Estuve a punto de ser su socio en una aventura que lo llevó a la madurez, como persona y como poeta, rodeado de libros y que constituyó, para nosotros sus amigos, un nudo de complicidad y de camaradería: la Librería Al-Andalus. Allí conocimos que Javier Egea era un genio, allí nos dimos cuenta de que los primeros poemas de Angeles Mora se parecían muchísimo a los que, por entonces, escribíamos otros poetas granadinos, allí planeamos un recibimiento maravilloso a Jaime Gil de Biedma editando con el también llorado Julio Juste aquellas carpetas, Postrimería, ¡qué título! y a Rafael Alberti con la revista Trames que muy pronto se transformó también en una preciosa colección de mini libros.

Tuve el enorme honor de que confiara un epílogo para su primer libro La otra casa (1980) que editó en los míticos Cuadernos del Sur de Ángel Caffarena y en el que yo decía: "Las sombras de esta poesía son muchas… Cernuda, Gil de Biedma, Cavafis, Eliot, un cierto Machado… Pero ¿acaso nuestras sombras no son la conciencia de nuestra propia existencia?" Y he tenido la suerte de poder reseñar uno de sus últimos libros, Medio siglo, para afirmar con toda sinceridad que "su poesía reflexiva, contemplativa, en la línea central de la mejor poesía andaluza… testimonia la maestría de un poeta excepcional, cuya obras es sin duda una de las más valiosas del panorama poético nacional."

Alguna vez la oscuridad se asomó a la serenidad de nuestro querido amigo, en muchas de aquellas noches locas de la juventud o un día aciago en Roma frente a un cajero automático, y siempre fue vencida por su sonrisa irónica, de John Silver civilizado y tierno. Hasta hoy, hasta hoy en que ha decidido irse, "ir y quedarse, y con quedar partirse/ en esta vieja casa en la que cada/ rayo de sol da gloria de vivirse".

Adiós amigo, tú serás siempre en mi corazón "uno de aquellos que gritan en la plaza", discretos y entregados.

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