Ecologismo y arte: una simbiosis necesaria
Ciencia abierta
Diferentes formas de expresión artística manifiestan su preocupación por el deterioro ambiental
Nadie debería hoy dudar de la situación límite a la que hemos llevado a nuestro planeta Tierra por la voracidad humana, y que algunos han venido a denominar con razón "estado de emergencia planetaria"; las manifestaciones del mismo son ya más que evidentes y la pregunta que nos resta por hacer es si queda alguna posibilidad de revertirla o nos acercamos peligrosamente a un punto de no retorno.
Mientras que organismos, gobiernos, grandes multinacionales y acuerdos internacionales solo practican una política cortoplacista y de parcheo, nuestro medio se deteriora irremediablemente. ¿Y la sociedad qué hace o puede hacer para contrarrestar, aunque sea parcialmente, esta deriva suicida? Afortunadamente aquella dispone de múltiples mecanismos para puentear esa visión egoísta del presente. Entre ellos la Cultura, en general, y el Arte como una de sus manifestaciones más genuinas, ha hecho y tiene mucho por hacer en la concienciación social sobre esta crisis ambiental, de forma que ello supone un indicador más de la necesidad de la vinculación Naturaleza-Sociedad-Economía para poder afrontar los grandes retos ambientales a los que nos enfrentamos. A ello nos referiremos en este artículo.
Hasta la Revolución Industrial la percepción humana de los límites de la Naturaleza fue escasa, más allá de la mera supervivencia y obtención de recursos que se aparecían como inagotables, aunque con algunas excepciones como la caza o la extracción abusiva de recursos forestales. La creciente concentración urbana y el radical cambio de modus vivendi respecto a la vida rural conllevó a la par una cierta nostalgia de lo bucólico, casi siempre desde una postura económicamente desahogada. Quizás el referente histórico más reconocido de este enfoque sea el filósofo Jean-Jacques Rousseau para quien la clave de una buena educación estribaba en la vuelta a lo natural, libre de convencionalismos sociales, por cuanto la Naturaleza representaba lo primitivo, esencial y valioso de la Humanidad.
La literatura con estos rasgos ha experimentado un crecimiento progresivo y así se considera al escritor norteamericano Henry David Thoreau, nacido en 1817, con su obra Walden o La Vida en los Bosques, como uno de los primeros precedentes de este tipo de literatura. En ella, el polifacético personaje relata sus más de dos años de vida solitaria en una cabaña construida por él mismo. En cierto modo la Naturaleza ha sido una constante en la literatura infantil y adulta, aunque con muy diferentes enfoques, bien con un fin descriptivo, aventurero o con uno antropomórfico (atribuyendo a los seres vivos cualidades humanas); no obstante, su carácter militante es relativamente reciente y no siempre con un carácter exclusivo. Un ejemplo podría ser el del gran escritor castellano Miguel Delibes, que se podría definir como un cazador ecologista, donde la preocupación por el deterioro del planeta es una constante en su obra cinegética. Por otro lado, existe una literatura con un fin de denuncia explícita, como el clásico de La Primavera silenciosa (1962) de Rachel Carson, premonitorio del colapso ambiental que se nos viene encima.
Otras formas de arte, como las artes plásticas (desde las primeras pinturas rupestres) o la música han mantenido una relación con desigual implicación, normalmente en el pasado como fuente de inspiración y/o representación (es el caso de la Sinfonía Pastoral de Beethoven o los Girasoles de Van Gogh).
La pintura clásica de naturaleza 'muerta' (por ejemplo, bodegones) o los cuadros de caza son motivos archiconocidos con una orientación a este respecto muy desigual. Sin embargo, a finales de los años 60 del pasado siglo van tomando forma movimientos con un compromiso ambiental más intenso, como es el caso del Land Art, donde la intervención artística se produce sobre la propia Naturaleza (un ejemplo sería el Bosque Pintado de Ibarrola), el Ecovention (ecología e intervención), con el objetivo de recuperar espacios degradados para nuevos usos, el Land Reclamation, que se plantea recuperar zonas degradadas, o el propio arte ligado al Reciclaje, entre otros.
Es quizás el cine, el séptimo arte, el que más influencia social ha logrado y, por tanto, el que más puede contribuir con sus producciones a ese deseable cambio en la forma de relacionarnos con nuestro entorno. Desde que en 1922 se filmara el documental Nanuk el esquimal por Robert Flaherty intentando recrear la vida de este pueblo del norte de Canadá, se han ido sucediendo un rosario de películas con una complejidad creciente en su relación con el mundo natural, oscilando entre un carácter estético y otro más ecologista. Algunos títulos de películas, tanto españolas como extranjeras, que responden a estos diferentes perfiles y sin ánimo de ser exhaustivos podrían ser: El hombre que plantaba árboles (1987), Gorilas en la niebla (1988), El río de la vida (1993), Hacia rutas salvajes (2007), Avatar (2009), La tierra prometida (2013), El olivo (2016), El faro de las orcas (2016), El niño que domó el viento (2019) o la muy reciente As bestas (2022).
El Arte no ha permanecido ajeno a las corrientes de pensamiento a lo largo de la historia, siendo el ecologismo una de las más vitales en la actualidad. Parece evidente de lo dicho hasta aquí que no puede hablarse de un Arte ambiental propiamente dicho como un subtipo coherente con claros principios y normas, pero sí que existe una progresiva sinergia entre el Arte y los problemas socio-ambientales que sin duda rema a favor de un cambio radical en la forma de ver y conectar con nuestro planeta.
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