"Los mensajes de la ultraderecha calan; veo a gente joven cuestionar la igualdad"

Entrevista a la poeta Nieves Chillón

La autora granadina traza en el libro 'Arborescente' (Pre-Textos) un viaje donde aparece su genealogía llena de mujeres, el drama de los refugiados, la maternidad, la sangre y la naturaleza

La poeta y profesora Nieves Chillón (Orce, 1981), en una imagen reciente / G. H.
Isabel Vargas

25 de enero 2021 - 05:00

Granada/"Las cajas de zapatos / guardan las almas de los pájaros / hay un niño en la nieve / cuando su mano es todavía / del tamaño de una nuez / esa desproporción de fuerzas". La noticia de un pequeño refugiado sirio muerto y congelado en una zona montañosa fronteriza libanesa motivó a Nieves Chillón (Orce, 1981) a escribir. Su indignación ante tal suceso se plasma en la primera parte de Arborescente (Pre-Textos) donde la autora advierte del sino de tantos migrantes en Europa: el sufrimiento, la muerte y posteriormente el olvido. La escritora traza un viaje con varias paradas: el drama de los refugiados, su genealogía llena de mujeres, la maternidad, la sangre, la herida, el desgarro, la naturaleza.

Un libro lleno de evocadoras imágenes y escrito desde una mirada crítica en el que Chillón cuenta que tiene la necesidad de sacarse la poesía como la leche de su teta (de lo contrario se enquista). La escritora, nominada recientemente en los Premios Andalucía de la Crítica por Arborescente, presentará este martes el poemario reconocido con el Premio Juan Gil-Albert. Lo hará online, en el canal de Zoom del Ateneo de Granada (ID 665 785 8476; código: 370763), acompañada del poeta Juan José Castro. Antes atiende amablemente al teléfono desde Huéscar, el pueblo donde vive y da clase de Literatura.

-En primer lugar, ¿qué tal ha pasado estos meses de pandemia?

-Por suerte, bien. Tengo dos niños pequeños. Han llevado bastante bien estar en casa y seguir las rutinas aquí durante el confinamiento. Tanto ellos como yo hemos podido trabajar. Hemos sabido adaptarnos. Hay gente que lo ha pasado fatal. A mí me ha pillado una época en la que no salgo por mis niños pequeños. No he echado de menos lo de fuera demasiado. He echado de menos mi familia, un poco de vidilla. En lo que se refiere a la familia, la escritura y el trabajo, todo bien. No me puedo quejar.

Portada del poemario / G. H.

-Arborescente se publicó en pleno confinamiento. ¿Qué puede ofrecer la poesía frente a la precariedad, las prisas y la desmemoria propias de este sistema neoliberal?

-Los lectores de poesía no son un ejército. Muchas veces los lectores de libros de poesía son otros poetas. La poesía puede ofrecer un mensaje que está, que no deja de sonar, aunque parezca pequeño y que no va a llegar muy lejos. Ese mensaje puede provocar un pequeño movimiento en otro poeta o en otro lector. Un pequeño efecto dominó de cosas positivas. Ya sea un libro de poemas duro o reivindicativo. Como si no lo es. La poesía supone un mensaje constructivo. En mi caso, quiero que sea además un mensaje crítico. La gente necesita alimentar su espíritu, esa parte que lo físico no le proporciona, con pandemia o sin pandemia.

-Su libro se abre con unos versos que definen bastante bien la sociedad de hoy: "Aquí nadie mira a nadie más de dos segundos ni siquiera el pájaro". ¿Le aterra en lo que nos estamos convirtiendo: en cíborgs individualistas ajenos a los problemas colectivos?

-Sí. Somos una sociedad individualista a todos los niveles. Es una sociedad del "yo no quiero que venga el de fuera porque me va a quitar lo mío". Son formas de estar educadamente en sociedad: no mirar, no ocupar el espacio del otro. Puede entenderse como me ha dicho: un signo de individualismo. Somos una sociedad egoísta que se puede manifestar en muchos gestos.

-Sí, como que nos sea indiferente la muerte de refugiados intentando cruzar el Estrecho. Parte del poemario está dedicados a ellos, a los que se dejan la vida intentando buscar una vida mejor.

-Vivimos tiempos convulsos de crisis económica, crisis de valores, crisis sanitaria. La verdad es que hay indignación y hay sufrimiento. El sufrimiento de los inmigrantes a mí me toca. Es una parte constitutiva del libro, que tiene una serie de rutas. En la primera narro poéticamente la historia de un niño refugiado que atraviesa las montañas y que muere intentando emigrar. Es una noticia real. Esta indignación que a mí me produce el sufrimiento del niño lo plasmo en la escritura. A mí la poesía me ha servido para canalizar mi indignación y mi sufrimiento. Luego a mí me surge una duda: yo estoy aquí cómodamente escribiendo. ¿No puedo estar haciendo una cosa hipócrita? Quizá algunos vean como un postureo utilizar un tema tan duro y tan crudo como la inmigración. Me genera sufrimiento y a la vez me reafirma en que lo que tengo que hacer es escribirlo.

La autora, en otra foto / G. H.

-¿Está visibilizando la crisis de los refugiados de alguna manera, no? Al menos lo nombra y no se silencia…

–Sí. Esa es la conclusión a la que llego. ¿Para qué la poesía? A mí la poesía me sirve para canalizar mi indignación ante estas circunstancias. Yo estoy bien, pero no puedes estar totalmente bien viendo ciertas cosas que pasan a tu alrededor. Debemos empatizar. Por eso, ese mensaje a volumen muy bajito que es el de la poesía está ahí y no para de hablar. La poesía es una forma de luchar.

-En la segunda parte del libro traza su propia genealogía llena de mujeres (aparece su abuela, su madre, Anne Sexton). ¿Qué mujeres le han marcado a nivel vital y poético?

-A nivel vital, cuando yo ya tomo conciencia de quien soy, una mujer que vive en el ámbito rural que está atravesada por el mundo que hoy habitamos, un mundo interconectado, entiendo el valor de las mujeres de mi familia, mujeres humildes y estrechamente vinculadas con lo rural. Para mí son una referencia. En lo literario, hay un momento en que tienes la necesidad de conocer a las autoras olvidadas y silenciadas, en que tu biblioteca se abre a las autoras. A mí no me ha llegado hasta que no he tenido veintitantos. Mi biblioteca, mi educación y hasta mi propio voz poética ha sido patriarcal absolutamente. Gracias al esfuerzo de profesoras y compañeras poetas empiezas a tener referentes femeninos: Anne Sexton, Erika Martínez, Ana Rossetti, Anne Carson, Rosalía de Castro, Olalla Castro. Hasta llegar aquí he recorrido un camino y he tenido que abrir los ojos.

-¿Gestos como leer a una autora es un gran paso en la revolución feminista?

-Sí, claro. Simplemente buscar autoras, interesarse por ellas y darles esa oportunidad. Las clásicas nunca han sido clásica porque estaban silenciadas. Comprar literatura que se está haciendo por parte de plumas de mujeres. Ese es un gesto feminista revolucionario. Ya lo es comprar un libro.

-¿Hemos avanzado como sociedad en materia de la igualdad en los últimos años?

-No hay un avance, hay un cambio. Hay gente joven que empieza a estar hastiada, a mostrar desconfianza hacia el discurso feminista. Los mensajes de la ultraderecha calan y son muy fáciles de repetir. Un mensaje es desconfiar de los discursos feministas. Veo a gente muy joven y a compañeros de profesión cuestionar cuestionar la igualdad, el discurso feminista. Parece que se han superado ciertas desigualdades, pero hay mucha gente que se está posicionando de una forma extrañísima respecto a la pirámide y el iceberg de las violencias. Ese famoso iceberg que se dibuja, lo que se ve y lo que no se ve. Ahí no está pintado el cuestionar todo, que debería incluirse. Cuestionar la igualdad es un pasó atrás importante.

Uno de los poemas de 'Arborescente'

Un latido de uñas

se enreda en hilo blanco

y llega a la raicilla de los dientes

a unos ojos de color indeciso a cada

cabello sembrado en la almohada

cada dos o tres horas

tengo que sacarme la leche

sacarme la poesía

cada dos o tres días

de lo contrario se enquista

duelen

la leche la poesía

en la luz del dolor o de la fiebre

la urgencia de una boca

quiere la leche igual que la poesía.

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