España, el sentimiento

Tomás Navarro Granada

21 de marzo 2014 - 05:00

Geografía e Historia suelen marcar un territorio. Y todo cuanto acontece en el mismo se estudia, analiza y conforta una identidad. Pertenecer a uno de estos espacios asume símbolos, iconografías y valores que refuerzan sus raíces identitarias tanto en lo político como en lo deportivo -por citar dos pilonos asimétricos pero unidos en su misión emocional- que sedimentan un sentimiento colectivo de pertenencia a un territorio, a un país o Estado o a un club deportivo y donde los que lo comparten, a su vez, se atan colectivamente al pasado, presente y futuro de ese espacio común.

España es un viejo territorio que según su espacio vital peninsular se expandió por siglos del mismo hacia territorios continentales próximos y lejanos sin importarle las distancias geográficas. Y con los españoles se expandieron también lengua, costumbres, cultura, emociones y sentimientos que aún hoy perviven y mantienen su eco en tradiciones, festejos y herencias repartidas acá y allá por donde España dominó otros espacios. Pero antes de esa España inicática, el territorio peninsular estuvo compuesto de tartésicos metálicos, íberos autónomos, fenicios matemáticos, griegos comerciales, cartagineses geógrafos, romanos de ley, bárbaros germánicos, sefardíes itinerantes -y sobre todo ello- árabes de linajes áureos.

Esta mezcla tan variada del solar español ha dotado la país de una configuración sentimental y emocional sólo comparable con el marco geográfico e histórico de la Península Indostánica, donde allá también la diversidad -a ratos también acosada por la uniformidad- ha sabido abrirse paso utilizando para tal fin los sentimientos identitarios no excluyentes que a su vez se cargan de emociones mutisentimentales y donde su fuerza es capaz de aunar credos religiosos distintos y políticas diversas hacia un único marco de Estado para la convivencia común y que no puede ser otro más que la democracia.

El espacio de España en el siglo XXI -como su propia historia relata- evoluciona, progresa o da saltos retrógrados hacia su pasado, nos instruye al plantear periódicamente lo que creemos que somos ¿de dónde venimos y a dónde vamos? Y fruto de esa agitación democrática que aúna patrias chicas y por tanto emociones primitivas que atan al español medio con su "hormiguero natural y primigenio" que puede estar entre el Norte o por el Sur... o del Este al Oeste y que abarca desde una pedanía a una gran urbe, se plantean sobresaltos territoriales que dejando lo político a un lado, agitan también emociones y sentimientos compartidos por todos donde se plantean agravios y desencuentros del pasado lejano con las ambiciones desmedidas del futuro incierto y que siempre tratan de dotarse de instrumentos capaces de englobar sentimientos identitarios con el discurso de la incertidumbre porque todo miedo surge de la incomprensión mutua ante un reto convincente.

Por ello la "ciencia" en las emociones y los sentimientos que arropa todo cuanto acontece en estas finas esencias emocionales y substancias sentimentales que mueven al ser humano a pensar y decidirse no es otra que la poesía. El poeta es un agitador a ratos universal, a ratos suicida, donde sus emociones vitales serán las nunca satisfechas, pues las que encuentra satisfactorias no le placen por su inmediata conversión en vulgaridad. La masificación para el poeta es su Némesis y prefiere huir al monte a vivir de yerbas y raíces antes que verse atado de pies y manos a la esclavitud de una sociedad de consumo identitario donde élites avariciosas de poder mundano intentan valer sus frustraciones históricas como butaca de preferente en el concierto de otra nueva España que -quiérase o no- otra vez muda su vieja Piel de Toro peninsular para proyectarse en su inmediato futuro.

El poeta brama contra toda injusticia que no refleje el aunar las emociones populares o íntimas y privadas como genuinas emociones y sentimientos legítimos. El poeta odia el discurso manipulador que pretende domesticar espíritus, numerarlos y después sacrificarlos en el altar de la desventura por el capricho sesgador de una minoría que utiliza su inteligencia como tijera caprichosa donde poder cortar sus particulares trajes territoriales. El poeta es forjador de un humanismo prófugo de uniformidad y repudia el mensaje único porque sabe que es dinamita para atentar contra la libertad de pensar, de escribir, de experimentar y de vivir. El poeta y su poesía son altares librepensadores donde en el yunque de su forja los versos que escribe son verdades encriptadas de minuciosos mensajes donde razón y corazón son el terreno que abona la belleza de su planta y da el nombre a su flor aunque otros la llamen locura.

Granada es española y no tiene prejuicios por ello. Se sabe más vieja por su honda historia anterior a la forja del Estado ya que antes fue pura soberanía bajo el paraguas diverso de Al Ándalus y, luego a la par que la toma Occidente, se sedimenta con otra aportación genial para su amplio tapiz que corona su diversidad: la cultura gitana. El poeta hispánico no desecha nada de lo genuinamente español, pues puede escribir también en catalán, valenciano, mallorquín o vasco, en bable o incluso ya en romaní, árabe o hebreo. Pero el poeta hispanoamericano que en su latinidad española se fija en la herencia poética como un vademecun de sentimientos universales suele mirar al sur de todos los sures y allí donde otea el desgarro sentimental hispánico y su imposible emocional construye el mayor altar de la poesía para que su humanismo perviva sobre todas las demás materias que, como el sexo y el dinero, el oro y el poder mundano, siempre pretenderán domesticarlo.

Así la poesía del sur de España y Granada como su bastión inmortal apostó desde muy antiguo por su vitalidad revolucionaria ¿O acaso no resulta revolucionario amar a alguien y ser plenamente correspondido? Y por su sendero del pasado, su camino del presente y su proyección de futuro la poesía de Andalucía en su taller granadino continúa abriendo nuevos espacios sentimentales y emocionales como un ejército de versos y encuadres que se baten a diario con no poco valor y otro tanto de coraje contra todo tipo de invasiones materialistas que confunden, seducen y domestican el cerebro, el corazón y el alma humana para aumentar sus emolumentos convirtiendo a las personas en más ladrillos para su infame muro del "divide et impera". Las élites traidoras eligen a los paraísos fiscales como plataformas de impunidad que protegen sus expolios y robos multinacionales, los poetas eligen todo lo contrario: a personas dignas de ser libres para poder elevarse en el sentimiento con la poesía que los refleje en toda su humanidad.

Por eso España, el nombre de España, es sofisticadamente sagrado para quien no necesita disfrazarlo entre la enseña nacional ni lo agita provocador como búnker para canallas. El poeta que ama a España lo hace entre sus versos, entre sus palabras, entre sus paisanos, paisaje y paisanaje, porque lo que ve y siente el poeta no es otra cosa que una noble y gran máquina que es capaz de defender la variedad y la diversidad de sus sentimentales territorios desde la mejor de las perspectivas: amando a su componentes y respetándolos en sus cosmovisiones de emociones particulares donde -es el sentimiento sobre lo español y no sólo su flameante bandera- el verdadero adelantado de sus emociones magnéticas más íntimas y tradicionales como son la libertad para pensar y para crear. Y eso ocurre en igualdad en cualquier latitud y longitud de la antigua Iberia porque poesía y solidaridad provienen de una misma marca equilibrada donde el sentimiento común hacia el mismo espacio de convivencia no será nunca fruto de la lógica administrativa sino de la magmática sentimental. Y España es un sentimiento privado y general que emana de esta fuente que tiene sus acuíferos bajo el inaccesible centro de la tierra.

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