Falla y París: utopía y realidad
Aniversario de la Muerte de Falla
La estancia del músico en la ciudad, fantaseada tiempo antes, impulsó su creatividad pero le hizo atravesar condiciones precarias
Granada/El primer viaje de Manuel de Falla a París no fue en el 1907. Mucho antes de bajar del tren en Gare d’Orsay –en los bordes del río Sena– aquel verano de 1907, Falla ya había estado en París: desde su imaginación tan fértil y precisa, ya había paseado por las calles de la capital. Había acudido a la Exposición Universal de 1889, como demuestran su dibujo en tinta negra y su reseña en El Burlón, la revista que se inventa durante su adolescencia. El joven Falla viaja a través del asiduo estudio del idioma. Amante de la lengua francesa, graba su nombre con tijeras en el lomo de un diccionario bilingüe, como se graban nombres en la corteza de un árbol. Con mucha elegancia, caligrafía menús gastronómicos imaginarios para sus amigos, ofreciéndoles “jambon glacé”, “champagne” y “fritures de riz au lait”. ¡Cuánto parece chocar estos placeres de la imaginación con la apariencia austera de Falla!
El trabajo de la imaginación es un rasgo muy importante de la personalidad artística de Manuel de Falla. Pero la imaginación no es simplemente dejar que se desarrolle solo algún flujo de conciencia que –con un poco de suerte– dará a luz una idea bella, genial. La imaginación es un trabajo ascético, un trabajo muy riguroso y penoso que se tiene que cultivar en el día a día para no perderse, como un pianista perdería su virtuosismo al dejar de practicar sus gamas y arpegios. Así trabaja Falla, con la precisión y la soledad de un orfebre para crear un mundo, construir una utopía, Atlántida todavía por venir.
Si Falla se sube en el tren un día de verano de 1907, es para nutrir su imaginación al contacto con los artistas de su época. ¿Qué ciudad más adecuada que el París cosmopolita de los principios del siglo XX para estudiar las creaciones más contemporáneas de toda Europa? El trabajo solitario del compositor está contrarrestado por la riqueza de los intercambios con sus amigos: Paul Dukas, Claude Debussy, Maurice Ravel, Igor Stravinsky, Isaac Albéniz, Joaquín Turina… Manuel de Falla tiene ansias de profundizar su conocimiento musical, estudiando con empeño las partituras y los escritos de sus contemporáneos, aprovechando la visita en casa de algún artista para apuntar consejos, acudiendo a los teatros y las salas de conciertos. Y cuando una obra le parece importante para su estudio, no duda en asistir a varias representaciones de la misma, como es el caso de Pelléas et Mélisande de Debussy, o Ariane et Barbe-Bleue de Dukas. Una sola audición no basta para entender desde el interior el lenguaje musical, los colores armónicos y melódicos, la orquestación, la escritura vocal...
Falla no sólo se interesa en la música, sino también en otras formas de expresiones artísticas que nutren su arte, como el teatro, por ejemplo. Varias veces va a escuchar a Sarah Bernhardt, actriz emblemática de la declamación del francés, cuyo trabajo prosódico influenciará el papel del Pregón en El retablo de maese Pedro.
No hay ningún compositor que haya estudiado como Falla el arte de su tiempo. Este estudio profundo es el trabajo previo de todas sus composiciones. París vio nacer algunas de las obras fundamentales de su catálogo como las Cuatro piezas españolas, las Trois mélodies, las Siete canciones populares españolas o Noches en los jardines de España. La confrontación con una mirada extranjera es lo que permitió a Falla construir una identidad musical original, redescubrir la música española y contribuir a su resplandor.
Hoy, Manuel de Falla es una figura icónica de la música occidental. Sin embargo, este compositor, que todo el mundo admira, no siempre tuvo el reconocimiento económico que se merecía, muchas veces teniendo que trabajar gratis, compaginando sus creaciones artísticas con otros trabajos que perjudicaban su arte. En su estancia parisina, vivía en condiciones tan precarias, que a veces no tenía ni para comer. ¿Cuántos Manuel de Falla viven hoy, en condiciones precarias, sin que les hagamos caso? El arte también es trabajo. Si no tratamos a los artistas e intelectuales con el reconocimiento que merecen, el arte, y el pensamiento humano están destinados a morir.
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