Filomena o la importancia de un buen nombre

Ciencia abierta

¿Quién decidió que la tormenta que nos deja ahora helados se llamara Filomena?

Numerosos puntos de España han quedado colapsados las nevadas generadas por la borrasca Filomena / Efe
Francisco González García

12 de enero 2021 - 05:30

Granada/Desde hace unos años la Real Academia Española y la Agencia Efe se inventaron lo de buscar la palabra del año, una forma más de animar el cotarro en esos días tontos en que despedimos el año y celebramos todo eso que este año hemos celebrado aún a sabiendas de lo mal que estaba la cuestión sanitaria. Ya sabemos que las buenas intenciones las carga el diablo y este año la palabra fue "confinamiento". Puede que para la palabra del 2021, aunque para diciembre veremos que habrá podido transcurrir, el nombre elegido sea el de algún anticiclón que nos tueste de calor en julio o quizás alguna otra borrasca que nos inunde con riadas en abril. Por ahora, claro, el premio se lo lleva la "Filomena".

En España, si los datos del Instituto Nacional de Estadística no fallan, había en el censo de 2019 un total de 8.227 mujeres con ese nombre, con una edad media de casi 72 años (parece que no se utiliza ya mucho). Es probable que nunca en la vida de esas mujeres su nombre haya sido tan popular, al menos en Madrid y aledaños. No consta que ningún varón haya sido bautizado como Filomena, pero si hay censados 264 varones como Filomeno y 139 varones como Filemón (quizás sus padres sea admiradores de Ibáñez, ruego que me disculpen la broma). No hay ningún Mortadelo ni Mortadela (o su número es menor a 20 en toda España, según me dice el INE). Y no crean que es broma pues con el nombre de Patrocinio (mi madre se llamaba así) aparecen 5.821 mujeres y 551 varones (¡qué cosas!, diría mi madre, llamar a un hombre así…).

En definitiva, comprobaran ustedes que la cuestión de poner nombres, no a las personas, sino a los eventos naturales relativamente efímeros, aunque las borrascas y anticiclones nos parezcan eternos en ocasiones, tiene su "aquel". En esta ocasión el nombre de la borrasca es poco usual, pero recuerden que en 2020, antes de lo del virus, nos afectó una bautizada como Gloria que provocó varias muertes en España por inundaciones en enero del 2020. En la temporada 2017-2018 se nombraron 9 borrascas y en la 2018-2019 fueron 13. Para la temporada 2019-2020 se inició con el nombre de Amelie y se propusieron los nombres de Bernardo, Cecilia, Daniel, Elsa, Fabien, Gloria, Herve, Inés, Jorge, Katerine, León, Myriam, Norberto, Odette, Prosper, Raquel, Simón, Teresa, Valentín y Wanda.

Las borrascas en 2020-2021 / C. A.

En la temporada 2020-2021 se han propuesto los nombres que pueden ver en la imagen, por ahora nos ha llegado hasta la Filomena. Imaginen que para abril nos llega la "Lola". Esto de bautizar a las borrascas no es cuestión de escritoras caprichosas sino de la Universidad de Berlín que desde 1954 decidió dar nombre a las borrascas con más impacto sobre el tiempo. Con la lógica kantiana propia, los alemanes llamaron a las borrascas con nombre de mujer y a los anticiclones con nombres de varón. Un año antes, los Estados Unidos comenzaron a llamar con nombre de mujer a los huracanes que azotaban sus costas. En 1978 se vio que eso de achacar todos los males a nombres de mujeres no era muy justo y el servicio meteorológico americana, de acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial, optaron en 1979, que lo suyo era alternar nombres de varón y mujer. Al principio de cada temporada se eligen unos nombres que van denominando a los huracanes y borrascas según zonas. Todo consultable por internet, claro.

Dado que a los Europeos nos gusta mucho imitar a los americanos (ya saben Papa Noel, Halloween, Viernes de compras, Happy birthday to you…), en 2015 Reino Unido (que entonces todavía era de la Unión Europea) e Irlanda (que también lo era y sigue siendo de la Unión) decidieron poner sus nombres a las borrascas que fueran más peligrosas para la población, dado la velocidad de sus vientos y nivel de precipitaciones. Y claro en 2017, los servicios meteorológicos de Francia (Meteo-France), España (Aemet) y Portugal (IPMA) decidieron que no íbamos a ser menos y acordaron nombrar a sus borrascas con nombres fácilmente reconocibles en los tres países (se admiten apuestas sobre algunos de los nombres elegidos para este año… Gaetan debe ser muy popular en Francia) y que los medios de comunicación los utilizaran para, al parecer, llegar más fácilmente a la población y alertarla de los peligros. Ya saben, que viene la "Filomena".

No crean que lo de dar nombres propios a fenómenos naturales es una cuestión solo de la física de la atmósfera. Como muy bien saben todos nuestros queridos estudiantes, en las Ciencias es muy común utilizar epónimos, es decir nombrar algo (objeto natural o artificial, ley natural, etc.) utilizando el nombre de una persona. La denominación así formada se denomina epónimo. Todos conocemos el teorema de Tales y el de Pitágoras, la regla de Ruffini, la ley de Gay-Lussac, la constante de Planck, las leyes de Mendel, la cisura de Silvio, la trompa de Eustaquio, el número de Avogadro, la ley de Murphy (aun por demostrar del todo, aunque todos la experimentamos muchas veces) etc., etc., etc.

Los epónimos son muy habituales en el lenguaje científico

El uso de los epónimos es muy común en diversas disciplinas científicas, y también en geografía, aunque puede traer algunos problemas. En el caso de las Ciencias ocurre que los epónimos no informan en absoluto de la realidad que describen y sería mejor utilizar otros términos más objetivos. Esto es particularmente cierto, por ejemplo, en la nomenclatura anatómica, de hecho el Comité Internacional de Nómina anatómica ha prohibido su uso, aunque la tradición sigue nombrando a la cisura de Rolando, en vez de llamarla "surco central" o la trompa de Falopio en vez de "trompa uterina".

Otro problema de los epónimos es que pueden usarse nombres de los que se creían primero descubridores y luego reconocerse que hubo otros científicos anteriores que hicieron el descubrimiento. Entramos en el peligroso campo de poner y quitar nombres con las susceptibilidades que eso crea en muchos campos, incluso de la Ciencia, amén de crear una tremenda confusión entre nosotros. Pongamos un ejemplo, digamos que neutro, que puede ilustrar el problema de cambiar los nombres. Los nombres de los planetas derivan de los dioses romanos: Mercurio, Venus, Tierra (Terra), Marte, Júpiter, Saturno y Neptuno.

Siendo puristas los dioses griegos son bastante anteriores, por lo tanto sus nombres deberían ser: Hermes, Afrodita, Gea, Ares, Zeus, Cronos y Poseidón, respectivamente (Urano es caso singular). Puestos a cambiar epónimos, América tendría que llamarse de forma diferente y nuestros estudiantes podrían confundirse. Hay cosas que mejor no tocarlas y mucho menos los nombres.

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