Françoise Sagan, entre recuerdos

La escritora francesa recorre las grandes pasiones de su vida en una recopilación de textos publicada por la editorial ElCobre · Orson Welles, Jean-Paul Sartre y Billie Holiday, entre otros, desfilan por sus páginas

Fotografía de Eric L. Wheater utilizada para la portada de 'Desde el recuerdo'.
Fotografía de Eric L. Wheater utilizada para la portada de 'Desde el recuerdo'.
Alfredo Asensi

26 de enero 2009 - 05:00

Vivió deprisa, con riesgo, literariamente. Una vida de excesos, libros, divorcios, viajes, alcohol e irreverencia. De sobredosis, contradicciones, fraudes fiscales. Era lúcida, burguesa, vertiginosa, distinta. Françoise Sagan, una de las más pasionales y brillantes escritoras francesas del siglo XX, regresa a la actualidad literaria con la publicación de Desde el recuerdo (ElCobre Ediciones), una recopilación de estampas autobiográficas por primera vez traducidas al español.

Sagan, fallecida hace cinco años, relata en la obra sus encuentros con grandes mitos del siglo XX como Orson Welles, Billie Holiday o Jean-Paul Sartre. Con desprendimiento y cinismo, con sinceridad y entusiasmo, la autora de Buenos días, tristeza repasa algunas de las aficiones y adicciones a las que se entregó sin reservas, entre ellas el juego, la velocidad y la lectura.

amigos y admirados

La Carta de amor a Jean-Paul Sartre ("Ha sido usted hombre tanto como escritor, jamás ha pretendido que el talento del segundo justificara las debilidades del primero ni que la felicidad de crear autorizara por sí misma a despreciar ni descuidar a sus allegados ni a los demás..."), publicada por Sagan en 1980 en el periódico L'Egoïste, supuso el punto de partida de una intensa amistad que duró un año, hasta la muerte del filósofo. Sagan conducía al pensador, ya ciego, por las calles de París, por discretos restaurantes donde cenaban cada diez días. "Me encantaba tomarle la mano y que él me tomara el espíritu", escribe la novelista, que defiende el legado intelectual del filósofo frente a "los subterfugios empleados por esos falsos intelectuales que le querían por padre".

Muchos años antes, en el Festival de Cannes, Sagan conoció a Orson Welles, con el que volvió a tener encuentros en los años siguientes e incluso proyectos que nunca se realizaron: "Era un hombre inmenso. De hecho, era colosal. Tenía los ojos amarillos, se reía de modo atronador y paseaba por el puerto de Cannes, entre su multitud despistada y sus suntuosos yates, una mirada a la vez divertida y desengañada, una mirada amarilla de extranjero".

Sagan lamenta el gusto de Welles por el despilfarro, sus conflictos con la industria del cine, la tragedia de "un hombre inmenso en todo, condenado a vivir entre liliputienses sin imaginación y sin alma". Y describe la presencia de Welles en sus personajes: el feroz Kane, el orgulloso Arkadin, el oscuro Otelo, "todos ellos monstruos, solitarios: el precio de la inteligencia en su cenit".

Algunas de las páginas más precisas y soleadas de esta obra autobiográfica tienen como protagonista a Tennessee Williams, a quien Sagan visitó en 1954 en su casa de Key West (Florida), donde vivía con su amante, Franco, y su amiga Carson McCullers, "la mejor, si no la más sensible, escritora de la Norteamérica de aquel entonces". Williams y McCullers eran "dos genios, dos solitarios a los que Franco llevaba del brazo, a los que permitía reírse juntos, soportar juntos esa vida de proscritos, de parias, de emblemas y desechos que era por entonces la vida de cualquier artista, de cualquier norteamericano marginal". Sus variados encuentros en ciudades diversas componen la crónica de una singular amistad que incluyó la adaptación por parte de Sagan de Dulce pájaro de juventud para un teatro parisino.

Una de las mujeres más admiradas por la francesa fue Billie Holiday, que una noche en París, después de cantar "con ojos bajos", saltándose estrofas y apoyada en el piano "como en la borda de un barco sobre un mar embravecido", le anunció: "De todas formas, querida, moriré muy pronto en Nueva York, entre dos polis". "Le juré que no, por supuesto -escribe la autora de Una cierta sonrisa-. No podía ni quería creerla. Toda mi adolescencia acunada por su voz, fascinada por su voz, se negaba a creerla. Y cuál fue mi absoluta estupefacción cuando, meses después, al abrir un día el periódico vi que Billie Holiday había muerto la noche anterior, sola, en un hospital, flanqueada por dos policías". En la memoria sentimental de la escritora siempre tuvieron un hueco principal las sesiones de la cantante en la sala de Eddie Condon en Connecticut, de cuatro a once de la mañana, envuelta en humo y en la seda de una voz inolvidable.

pasiones y excesos

El juego y la velocidad centran sendos capítulos en Desde el recuerdo. El primero fue una constante en su vida desde los 21 años. Sobre los tapetes verdes, afirma, dejó "solamente los restos sobrantes de un tren de vida no de lujo sino de sueño": un sueño que para ella se traducía "en la ausencia de toda preocupación material". Su defensa vertiginosa y casi poética del juego (condensada en recuerdos y anécdotas de atmósfera nocturna y peligrosa, momentos definitivos en los que un golpe de suerte cambia el rumbo de una vida) sólo está destinada a sus "correligionarios". No intenta convencer, simplemente defender que "se nace jugador como se nace pelirrojo, inteligente o rencoroso".

En páginas musicales, reflexivas y desafiantes, Sagan habla de su pasión por la velocidad: "No se trata de un placer turbio, difuso ni vergonzoso. Es un placer preciso, exultante y casi sereno el que provoca ir demasiado deprisa, independientemente de la seguridad de un coche y de la carretera que recorre, de su capacidad de adherencia al suelo y quizá también de los propios reflejos".

Así, entre ídolos y contradicciones, excentricidad y literatura, construyó Sagan su vida violenta, azarosa, compleja y fértil.

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