García Marruz: tardíos y merecidos premios

García Marruz: tardíos y merecidos premios
García Marruz: tardíos y merecidos premios
Milena Rodríguez Gutiérrez

14 de octubre 2011 - 05:00

HAY poetas que, de manera muy temprana en sus vidas, obtienen premios, galardones y el reconocimiento de la crítica. Hay otros que, por el contrario, y sin que a veces pueda explicarse muy bien por qué, tardan mucho más en ser descubiertos, o en recibir los parabienes de los lectores, de los estudiosos, de los críticos. Fina García Marruz (La Habana, 1923) pertenece a estos últimos. Ella es la única mujer dentro del Grupo Orígenes, sin duda el grupo literario más significativo de la poesía cubana, constituido por figuras como José Lezama Lima, Eliseo Diego, Gastón Baquero, Virgilio Piñera o su propio esposo, Cintio Vitier. Sin embargo, fuera de su isla natal, y a diferencia de sus célebres compañeros, su nombre era apenas conocido hasta hace pocos años. Cuentan que en 2007, cuando obtuvo en Santiago de Chile el Premio Pablo Neruda de Poesía Iberoamericana, buena parte de los lectores del país andino se preguntaban quién era aquella escritora de la que nunca habían escuchado hablar y a la que, por supuesto, no habían leído. Quizás algo parecido se haya dicho en España este año, en que Fina ha obtenido el Premio Reina Sofía, o se esté diciendo ahora mismo, cuando acaba de conseguir el Premio García Lorca.

En Cuba, sin embargo, Fina García Marruz, o sencillamente Fina, como allí se le conoce, es casi una autora de culto, y se le considera, con razón, la poeta cubana más importante. Como he escrito en otros lugares, la significación de la obra de Fina García Marruz sobrepasa el ámbito de lo femenino; es decir, Fina no es sólo la poeta cubana más relevante; es, también, el mayor poeta cubano vivo. Aunque esta segunda verdad se diga en la isla con mucha menos frecuencia, o no se diga (a los hombres, ya se sabe, sean o no escritores, les cuesta admitir verdades de este tipo, y reconocer que una mujer es no sólo la primera entre todas las de su sexo, sino que lo es también entre todos, hombres y mujeres).

Como puede advertirse en su Obra poética, editada en La Habana en 2008, Fina García Marruz es autora de más de 800 páginas de versos; y hablamos sólo de la obra publicada, porque se sabe (lo comentan sus críticos, sus familiares, a veces ella misma cuando abandona su natural timidez) que tiene en su casa muchos poemas inéditos. La de Fina es, así, una obra extensa y también intensa, en la que destacan tres títulos, Las miradas perdidas (1951), Visitaciones (1970) y Habana del Centro (1997), libros de libros, o sumas de libros, pues reúnen, cada uno de ellos, varios poemarios de la autora. Los poemas de Fina son a la vez fastuosos y sencillos; en ellos se cruzan lo alto y lo bajo, la gran cultura y lo cotidiano menor. En su obra, la infancia y la memoria ocupan un lugar central; infancia y memoria vistas, sin embargo, no desde la nostalgia, sino como tiempo que viene y se va, que regresa y que huye, y que se logra poseer apenas, sólo por un instante. Fina ha dedicado también hermosos poemas a su isla natal, a la poesía y a los poetas (léase, por ejemplo, su poema dedicado a Keats), al cine mudo (cine silente, se le llama a veces en Cuba), a la pintura de Rembrandt, o incluso a la gramática.

El verano del año pasado estuve en La Habana presentando la antología que preparé en Pre-Textos de Fina García Marruz, El instante raro. Fue un acto emotivo, celebrado en el Centro Cultural Dulce María Loynaz (otra gran poeta cubana), y Fina estaba allí; aunque no quiso sentarse en la mesa. Dijo que no, que ella prefería mirar desde el público. Al final, sin embargo, y ante la insistencia de todos, se acercó a la mesa, y leyó un poema. Tal como proponen sus versos, ella también se asomó y se ocultó, la escuchamos un instante y desapareció enseguida. El aplauso final fue largo, larguísimo. Y pienso que ese aplauso se une ahora al que acaban de darle en Granada con el Premio Federico García Lorca. Los premios, a veces, son justos, y aunque parezca que llegan tarde, llegan, en realidad, a tiempo. Justo a tiempo para reconocer a esos escritores que escriben huyendo de las distinciones y la fama; y, sobre todo, a tiempo para atrapar a los lectores, para decirles que hay un libro, un escritor, unos poemas, que los están esperando.

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