"Hoy día con la pandemia lo que nos ayuda a mantenernos a flote es la cultura"
Entrevista Gerardo Rodríguez Salas | Escritor
El profesor ahonda en el dolor por la perdida de un ser querido en su primer poemario, titulado 'Anacronía' (Valparaíso), donde hace un viaje (interior) por Nueva Zelanda y Granada
Granada/"Se te apagó la luz aquella tarde. Lejos del alquitrán tu corazón pulsaba en mis oídos". Gerardo Rodríguez Salas (Granada, 1976) perdió a su hermano hace tiempo. Ha sido ahora, 19 años más tarde, cuando el escritor se ha atrevido a publicar un poemario en su honor. El crítico literario ahonda en el dolor por esta perdida en Anacronía (Valparaíso) donde traza una cartografía de Nueva Zelanda y Granada, dos lugares clave en su vida. "El libro lo terminé hace tiempo, pero cobró un significado nuevo estos meses. En mi caso yo no me pude despedir de él. El decir adiós alguien sin poder despedirte cuesta. La imposibilidad ahora de despedirse de un ser querido está presente con esto del virus. Ha sido un momento muy catártico en un momento difícil. A mí me ha dado mucha luz", se sincera el profesor titular de Literatura Inglesa de la UGR, que reconoce que ha necesitado "mucho tiempo para encajarlo y escribirlo desde la distancia". El resultado de este ejercicio de memoria es un primer poemario luminoso y a la vez amargo donde lo innombrable se hace verso.
-En primer lugar, ¿cómo está pasando estos meses de pandemia?
-Como todos: subido a una montaña rusa. Vivimos momentos duros de no asimilar la realidad, el momento diatópico en el que estamos metidos. Pero, por otro lado, a mí me ha servido para conectar con mi lado creativo.
-¿La literatura ayuda a verbalizar lo no dicho en voz alta?
-Sí. Y a descubrirlo. Muchas veces tú tampoco encuentras las palabras. Algunos lectores me dan las gracias por ponerle palabras a lo que ellos no saben expresar. Yo mismo he necesito mi tiempo para encontrar las palabras exactas. Es un viaje, como el propio libro indica, en que no sabes encontrar la palabra perfecta. Es un proceso de descubrimiento. Esas palabras ahí. Tú tienes que rescatarlas y dotarlas de significado. Pero lo importante es ese viaje, ya que no hay una respuesta para todo. Con este poemario he buscado las palabras a un dolor que no sabía como expresarlo.
-"Te fuiste y me aplastó la oscuridad más absoluta", escribe. ¿Por qué el dolor que causa la perdida de un ser querido inspira tanto?
-Hay poemas y literatura para todo. Cuando estás enamorado, estás tan metido en la idea de vivirlo que casi que no te preocupa sentarte a escribir una poesía de amor. Normalmente es la perdida lo que provoca esa necesidad de escribir. Al final la escritura se convierte en una herramienta. Teresa Gómez me lo dice en la contraportada, que de alguna manera la memoria se convierte a través de la poesía se convierte es esa herramienta bien afilada que hace que puedas rescatar ese dolor y exorcizarlo. La literatura es reparadora. Siempre ha sido así. Muchas veces se ha recurrido a ella para intentar sanar, para sacar todo ese dolor que no puedes sacar de otra manera. Se convierte en un proceso de aprendizaje. Es un viaje hacia la reparación. No se consigue totalmente, pero sí que se sirve para entender ese dolor.
-¿Se puede entrenar la memoria a través de la literatura sin salir herido?
-Herido tienes que salir. Las heridas y las cicatrices están ahí. Es necesario visibilizarlas. Hay un poema titulado Moko kauae, que es el tatuaje que las mujeres maoríes llevan en la barbilla. Es un poco lo que digo. La ausencia es ese tatuaje que te quema, te chamusca, la piel. La herida no la puedes tapar y no pasa nada por mostrarla. En cualquier proceso de reparación debes pasar por ese daño.
-¿Le ha costado mucho escribir estos versos?
-Inicialmente no me planteé escribir esto. El dolor lo llevaba ahí. Todo ocurrió un día que baje al sótano. Ese viaje a Nueva Zelanda ocurrió. Fue un año después de la muerte de mi hermano. Me fui allí a acabar mi tesis doctoral. Durante ese viaje me enfrenté al dolor cara a cara. Guardaba de ese momento una especie de diario y un álbum de fotos. Bajé al sótano, vi eso y me dije: "Creo que necesito sacar esto en forma de escritura". Wordsworth decía que había que escribir desde la tranquilidad y el reposo esas emociones totalmente disparadas que tienes en el momento. Ahí me di cuenta de que había llegado el momento de escribirlo.
-Dedica una parte del libro a trazar una cartografía neozelandesa. ¿Qué ha aprendido de su cultura y sus gentes?
-La autora de mi tesis, Katherine Mansfield, es neozelandesa pero toda su vida literaria la pasó en Europa. La parte más creativa le viene de esos recuerdos de Wellington. En el momento que hago el viaje conecto con el imaginario de su obra. Además, la cultura maorí empezó a llamarme mucho la atención. Es esa otredad que quieres entender para conectar con tu propio yo. La cultural neozelandesa desde la perspectiva de la perdida suponía lo que supone un descoloque temporal y espacial. He aprendido todos estos elementos culturales y una memoria histórica. Para mí era importante conectar la memoria histórica de este país con la memoria histórica del Pacífico. Allí toda esa proyección postcolonial, el exterminio, el genocidio, el robo de niños maoríes parece muy lejano, pero la base es la misma que la nuestra. Esa perdida, esa verbalización de perder esos valores resulta lejana pero no tanto. Ha sido una manera de conectar desde lo personal a lo político.
-¿Qué destacaría de la autora de Fiesta en el jardín?
-Katherine perdió a su hermano de una manera muy absurda. Poco antes de su muerte, se encontraron y no tenían una relación muy estrecha hasta ese momento. Todos sus relatos con más corazón son los que vienen de Nueva Zelanda. La perdida de un hermano y todo lo que te abre exponerte a la muerte de alguien tan cercano de la forma más inesperada posible. Para empezar esa conexión. Ella es una escritora que ha pasado al canon literario por escribir relato corto y ser mujer. ¿Cómo se convierte alguien así en una figura tan central casi como Virginia Woolf? Eran amienemigas. Destacaría la sutileza a la hora de narrar escenas cotidianas pero cargadas de relaciones interpersonales que no siempre funcionan, con esos miedos a conectar con el otro. Como palpita una preocupación política y cultural pero desde la trivialidad aparente. Tiene una destreza brutal parar narrar situaciones muy cotidianas con una proyección y sutilezas impresionantes.
-En su primer poemario aparecen menciones a Javier Egea, Luis García Montero, Ángeles Mora, Álvaro Salvador o Teresa Gómez. ¿Cuánto le ha influido la generación de la otra sentimentalidad?
-Muchísimo. Ángeles Mora escribió el prólogo de Hijas de un sueño. Mis comienzos literarios lo asociaría a la otra sentimentalidad. Cuando comencé la facultad tuve una asignatura de crítica literaria y la profesora la enfocó a la poesía granadina. Esa sensibilidad me traspasó desde el primer momento. Ese tipo de poesía, que justamente juega con lo personal y ve como trasciende a lo político y a anima revisar el concepto de historia, ha sido una base fundamental para mí.
-Los teatros, los cines, las salas y los museos han cerrado. ¿Deberían considerarse esenciales?
-Sí. También entiendo la emergencia sanitaria. Tal vez buscando una fórmula para que asistir a estos eventos fuera segura y rentable para el propio evento cultural. Son muy necesarios. Entiendo que un libro te lo lees en casa y tienes ese espacio. Habría que buscar una manera de hacer entornos seguros y que se pudieran potenciar. Hoy día con la pandemia lo que nos ayuda a mantenernos a flote es la cultura. Necesitamos de la cultura más que nunca en todas sus proyecciones.
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