Góngora y El Greco: dos genios cara a cara
Ana Rodríguez Fischer reúne al cordobés y el griego en el Toledo de 1609 en la novela 'El poeta y el pintor'
La poesía y la pintura no serán las mismas después de ellos. Es el año 1609 y Toledo asiste al encuentro entre Luis de Góngora y El Greco. A partir de esta sugerente premisa ficional, Ana Rodríguez Fischer ha construido El poeta y el pintor, una novela que acaba de publicar la editorial barcelonesa Alfabia y que constituye una reivindicación el arte y la belleza y del "encuentro, el diálogo y el reconocimiento" entre manifestaciones creativas.
El "primer estímulo" a la hora de escribir El poeta y el pintor era, según la autora, fue pensar: "y estos dos, ¿qué se dirían, cómo se mirarían?". Porque "en las ideas previas que se tienen de ellos siempre se ha impuesto el Góngora de los grandes poemas poemas, el Polifemo y las Soledades, como artista apolíneo, mientras que la imagen tradicional de El Greco es la del dionisiaco arrebatado". El "único dato cierto" que existe sobre las conexiones entre ambos, más allá de una posible coincidencia en un viaje juvenil del cordobés en 1588, "cuando la corte estaba en Toledo", y leves indicios sobre otros encuentros nunca confirmados, "es el aprecio que Góngora sentía por El Greco", ejemplificado en el soneto que le dedica en 1614, cuando muere el pintor: "Esta en forma elegante, oh peregrino, / de pórfido luciente dura llave, / el pincel niega al mundo más süave, / que dio espíritu a leño, vida a lino...".
Una fuente a la hora de dar forma a El poeta y el pintor (lo que en principio se postuló como "un librito de relatos" acabó siendo esta novela) fue, además de la poesía de Góngora en gozosa relectura, su epistolario, que, "aunque pertenece a una etapa posterior" al año en que se encuadra la obra, "da una visión más próxima de la persona, del hombre real". Especial atención prestó Rodríguez Fischer "a la poesía menor, en la que hay muchos datos autobiográficos, mucha referencia a la vida cotidiana, se ve al Góngora más terreno". También buceó en los manuscritos de El Greco, a los que el Museo del Prado dedica actualmente una exposición (visitable hasta el 29 de junio) "y que son unas anotaciones que realizó en el Tratado de arquitectura de Vitrubio: hay datos sobre arquitectura y cuestiones mucho más técnicas, pero apunta cosas que tienen que ver con su pintura, son textos muy espontáneos que permiten acceder al personaje".
Góngora admira "la independencia, la libertad, la heterodoxia de El Greco, su rebeldía, porque en los últimos años fue prácticamente un marginado". Escribe en su soneto: "Yace el Griego. Heredó Naturaleza / Arte; y el Arte, estudio; Iris, colores; / Febo, luces -si no sombras, Morfeo-. / Tanta urna, a pesar de su dureza, / lágrimas beba, y cuantos suda olores / corteza funeral de árbol sabeo". Rodríguez Fischer pone de manifiesto la pasión del cordobés "por la plasticidad, por el sensualismo, por la realidad, el énfasis en el color que está en toda su poesía", además de "su actitud y su posición en la España de la época".
La escritora fue "muy selectiva" a la hora de recrear el Toledo de la época porque no quería "hacer una novela histórica en la que el marco se comiera a los personajes". "Me han dicho que el ambiente y la atmósfera están muy bien recreados pero yo no cargo ahí cosas: selecciono unos detalles lo más sugerentes posibles y que de alguna manera reboten en el lector", explica.
Góngora y El Greco, que en esta obra se burlan de una España cada vez más sombría, coinciden en que "elevaron considerablemente el nivel de la poesía y el arte de su tiempo y lo proyectaron a la modernidad". El pintor, recuerda, "empezó a ser revindicado por los impresionistas franceses, por nuestros modernistas del fin de siglo y la Generación del 98", mientras que el autor de las Soledades fue recuperado "por los poetas del 20". Dos figuras que "depuraron el canon, la ortodoxia" de sus respectivos lenguajes.
Autora de Objetos extraviados (premio Lumen en 1995), sobre la pintora de la Generación del 27 Maruja Mallo, Batir de alas (1998), Ciudadanos (1998), Pasiones tatuadas (2002) y El pulso del azar (2012), sobre la Guerra Civil y decarácter epistolar, Rodríguez Fischer apunta que después de El poeta y el pintor "seguramente la próxima será una novela más actual". "Me gusta cambiar", añade esta asturiana que es profesora de Literatura Española en la Universidad de Barcelona.
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