Grandes catedrales de cristal

Divulgación Proyección del documental en el Parque de las Ciencias

Juan Manuel García Ruiz desentraña los misterios de cuevas con enormes 'estatuas' transparentes esculpidas por la tierra · Hoy presenta la película 'El misterio de los Cristales Gigantes'

Una de las fotos de la investigación, en la impresionante Cueva de Naica.
Una de las fotos de la investigación, en la impresionante Cueva de Naica.

Pasar más de ocho minutos delante de los impresionantes cristales de yeso de la Cueva de Naica puede poner en peligro la vida de una persona pero contemplarlos sólo un segundo es una sensación comparable a la que se pueda sentir ante las pirámides de Egipto o la Capilla Sixtina. "Con más de diez metros de altura desde el suelo al techo y un color parecido al brillo de la luna, aquello es un monumento natural extraordinario. Algo parecido a una catedral de cristal".

Cuando el cristalógrafo del CSIC Juan Manuel García Ruiz pisó por primera vez este palacio de cristal oculto bajo el desierto mexicano de Chihuahua salió de su pecho una carcajada de felicidad inmensa. "Nada más entrar sentí un golpe de calor, se me empañaron las gafas y me eché a reír". Comenzó así un trabajo de investigación que inició en el 2002 un hallazgo casual en Cuenca, cuando un grupo de arqueólogos descubrió las minas romanas de Segóbriga descritas por Plinio el Viejo en el tomo 36 de su Historia Natural como "la de los mejores cristales de Hispania". El cristal era en el imperio romano una materia prima muy cotizada y Segóbriga, una ciudad minera muy valorada por su riqueza. A finales del siglo I d. C., sin embargo, descubrieron la tecnología para fabricar vidrio plano y abandonaron la mina de Cuenca. Siguieron llamando a ese vidrio sintético cristal, pero aquello era muy diferente: "los átomos que forman el cristal están ordenados como un ejército perfecto, los del vidrio, no".

El tesoro cuyo misterio quiso desvelar el científico -la composición y formación de estos cristales puros- estaba repartido por diversas cuevas del mundo: desde las minas de Segóbriga, a la geoda más grande y transparente de Europa en la mina Rica de Almería, las profundidades volcánicas de la cordillera andina en El Teniente o la grandiosa Cueva de los Cristales de Naica. En esta última es donde llevó a cabo su investigación más completa, que ahora ve la luz en un documental realizado con Javier Trueba y cuyo título es El misterio de los Cristales Gigantes.

Subraya el experto que los cristales aún guardan muchos misterios y volverá allí con su equipo en abril, pero uno de los grandes secretos que desvela la investigación sobre la Cueva de Naica es su lentísimo proceso de formación -crecen sólo unas 50 o 60 micras por siglo, algo parecido al grosor de un cabello-. También la temperatura a la que empiezan a formarse, a partir de los 56 grados, una "cifra mágica". Todo gracias a las particulares condiciones de la sierra de Naica, donde el magma caliente debajo de la montaña favoreció la mineralización y aparición de la anidrita, un mineral azul compuesto por sulfato de calcio sin agua que al bajar la temperatura muy poco a poco va disolviéndose y fundiéndose con las aguas subterráneas hasta cristalizar. Son tales las condiciones extremas de la cueva mexicana para los humanos, con un casi 100% de humedad, que para conseguir un solo plano del documental Trueba debía grabar toda una semana. "Nosotros", explica García Ruiz, "entrábamos cinco veces al día sólo ocho minutos porque es el tiempo máximo que tu cuerpo puede aguantar. Si lo sobrepasas, comienzas a sentir cómo tu cuerpo empieza a cocerse por dentro". Mientras los científicos hacían su trabajo, una persona vigilaba fuera el tiempo que pasaba y a los ocho minutos "gritaba que saliéramos rápidamente".

Trabajar a ese ritmo tan lento mereció la pena porque, dice García Ruiz, "los que estudiamos los cristales tenemos el sueño de hacerlo en un laboratorio natural como esta cueva". Un laboratorio inmenso que ofrece el raro color del brillo de la luna porque tiene en su interior "pequeñas burbujas que son el registro de su formación" y que los científicos pudieron estudiar hasta afirmar su hipótesis de la composición de anidrita. Nada tienen que ver con los cristales que conocemos. Ni por su tamaño ni por su belleza. La tierra los ha ido esculpiendo muy lentamente a lo largo de aproximadamente medio millón de años con los mejores materiales y la tierra los ha guardado hasta ahora como un tesoro que los humanos "no pueden destruir".

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