Ignacio Zuloaga Visitante asiduo y mecenas de Granada

15 de marzo 2015 - 05:00

IGNACIO Zuloaga y Zabaleta nació en Eibar, el 26 de julio de 1870, en el seno de una familia de artesanos industriales e industriosos que abarcaban -a través de su abuelo, su padre y su tío- las artes aplicadas de la forja, la armería, el damasquinado, la orfebrería y la cerámica. Por tanto, desde niño vivió inmerso en un mundo de constante creatividad, en el que los dibujos y la realización de nuevos modelos eran fundamentales para la consecución de un negocio económicamente sano. En este ambiente no es raro que el joven Zuloaga despuntara y, desde fecha muy temprana, empezase a viajar fuera de su Euskadi natal. Así, con 17 años va a Madrid para conocer a los grandes pintores españoles y después a Roma y París, para recalar en Sevilla hacia 1896, donde abrió un taller que era tránsito habitual de gitanillas y torerillos que le servían de modelo y le enseñaron a hablar caló.

En 1899 se casa con Valentine Dethomas y realiza un gran viaje de novios, en el que parece ser que visita por primera vez Granada. Poco sabemos de este viaje y de si realizó algún apunte. Lo que sí sabemos es que en la exposición celebrada en Praga de la Unidad de Bellas Artes de 1905, según consta en su catálogo, se encontraba una versión del gran cuadro -dos metros por otros dos, aproximadamente- Danza gitana en una terraza de Granada. Decimos versión, porque en este cuadro la escena de bailaoras, tocaor y público se recorta sobre un paisaje de la Alhambra desde la Fuente del Avellano y a la derecha la amplitud del caserío y la vega; mientras que en la versión fechada en 1913, actualmente propiedad de la Fundación Masaveu, el fondo de la vega ha quedado cortado por un gran lienzo de murallas y torres, muy escenográfico, que constituye un ejemplo más de la iconografía de la Granada imaginada tan habitual entre los grandes pintores.

Sabemos también, por la correspondencia con su tío Daniel, que Zuloaga recorre Granada hacia 1907, mandándole elogiosas noticias sobre esta hermosísima tierra y su gitanería. El rastro a partir de ahí se diluye y habría un largo lapso de tiempo hasta que, en la rica comunicación que mantiene con Manuel de Falla desde 1913, sabemos de su visita a comienzos de 1921 -Falla, en carta de 1934 le decía así a Zuloaga, invitándole a volver: No olvide usted que el mes de enero es, casi siempre, excelente en Granada, con una 'luz de plata' maravilIosa…- Tampoco tenemos noticias de si esta visita fue productiva pictóricamente hablando, aunque ciertos cuadros realizados con posterioridad pueden haberse forjado de alguno de esos apuntes, a veces tan detallados y de sitios tan poco comunes, que reflejan una visita a la ciudad pausada y profunda, como la que de seguro realizase junto al músico gaditano.

De esta amistad con Manuel de Falla surgiría, poco más de un año después, un momento fundamental en la relación de Zuloaga con Granada -de la que dimos cuenta en estas páginas en marzo del año pasado-. Falla le pidió apoyo al pintor vasco para la celebración del Concurso de Cante Jondo ante el ayuntamiento de la ciudad y Zuloaga no lo dudó un segundo, enviando un telegrama en caló en el que anunciaba, además, su intención de dotar con mil pesetas de premio a la mejor siguiriya gitana que se hiciera. Premio que consiguió Diego Bermúdez El Tenazas. Parejo a esto, Zuloaga supervisó la decoración del escenario, propuso nombres de intérpretes y para el jurado, al tiempo que organizaba una de sus mayores exposiciones en la finca de Meersmans, en el pabellón dedicado a Museo que tenía lo que hoy es Carmen de los Mártires. Más de una veintena de cuadros entre los que resaltaban Las brujas de San Millán, El Cristo de la Sangre o el Retrato de la Condesa de Noailles, obras todas ellas distribuidas en grandes museos de España y América. Esta exposición, realizada con la idea de que coincidiera con las fiestas del Corpus de 1922 y concebida como una colectiva que sirviera de apoyo a los jóvenes artistas granadinos, finalmente fue una antológica de Zuloaga y se cobró una entrada de cinco pesetas que el artista obligó a repartir entre diversas asociaciones de caridad de la ciudad.

Lo curioso es que, pese al continuo contacto con Granada y el cariño especial hacia la tierra y sus gentes, demostrado con su generosidad sin límites, la representación pictórica de la imagen granadina es escasa; los cuadros que hemos comentado anteriormente ya son de por sí suficientes para que nuestro artista entre en esta serie, pero se echa en falta una mayor dedicación al paisaje granadino para sus grandes composiciones, como ocurre con Segovia, Toledo o Ávila. No obstante, existe un Retrato de dama, publicado en la revista Mvsevm de Barcelona, en el que una elegante señora vestida con mantilla -probablemente granadina- posa ante un paisaje aureolado de nubes, con un horizonte muy bajo, en el que se sitúan las montañas granadinas y, a la izquierda del espectador, una Alcazaba de la Alhambra y algo de caserío, casi como si fuera un bodegón. Algo así ocurre también con el magnífico Retrato de Manuel de Falla, que hoy se conserva en el Museo Zuloaga del castillo de Pedraza en Segovia. En él, un curtido Manuel de Falla, sentado con las manos juntas sobre las rodillas, prodigiosamente pintadas, se recorta sobre un cielo expresionista de azules, grises y amarillos; mientras que a la derecha un bodegón con un tintero, libros y partituras sirve de apoyo para una sección de la Alcazaba alhambreña, al tiempo que al otro extremo se descubre la imagen del Generalife.

En pocas obras más de Zuloaga he conseguido localizar la imagen granadina, pero hay una, especialmente curiosa, que también se produce a través de su amistad con el compositor. En 1928 se hará en la Ópera Cómica de París una nueva versión de El retablo de maese Pedro de Manuel de Falla y la puesta en escena correría a cargo de Zuloaga. Nuestro pintor realizó multitud de bocetos para los personajes y para la escena que finalmente se inspiraría en la Posada de Vizcaínos de Segovia y en cuyo patio estaba la tartana que cobijaba el teatrillo de marionetas. Pues bien, en esa tartana, uno de los escenarios desarrollados por Zuloaga es una copia, casi literal, del relieve del banco del retablo de la Capilla Real de Granada en el que Boabdil abandona la Alhambra por la Puerta de la Justicia.

Hasta aquí la historia granadina de uno de los mayores pintores de la primera mitad del siglo XX en España, que se caracterizó por su generosidad para con sus habitantes y que en brillantes, aunque escasas, oportunidades eternizó la ciudad en sus lienzos.

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