Nunca te sueltes | Crítica
No te sueltes cuando el mal acecha
Jesús Ortega, investigador y escritor
Granada/Jesús Ortega (Melilla, 1968) presenta mañana por la tarde en la Huerta de San Vicente su último trabajo La caja de la alegría, un ensayo publicado en Comares sobre la historia de este mítico espacio, tan trágicamente ligado a la vida y la obra de Federico García Lorca. La obra es un detallado y delicioso repaso desde sus días como residencia familiar del poeta hasta su conversión en museo y lugar de memoria.
No en vano, el escritor e investigador que firma ahora la primera monografía dedicada por extenso a la Huerta de San vicente es un excelente conocedor de la misma. Desde 1997 ha coordinado las actividades culturales de la casa-museo y, aunque desde 2015 es responsable del proyecto Granada ciudad de la Literatura Unesco, ha comisariado exposiciones dedicadas a la misma como Álbum. Una historia visual de la Huerta de San Vicente.
–El libro, según sus palabras, trata de ser la “biografía de un lugar”. ¿Biografía es sinónimo de su historia?
–Cuando digo que La caja de alegría es la “biografía de un lugar” estoy personificando el espacio de la Huerta de San Vicente. Se trata de una licencia poética, una personificación que tiene mucho de afectivo, porque mi libro está más cerca del ensayo que del estudio académico, y porque desde hace 25 años me siento vinculado estrechamente con la Huerta. Al hacer la biografía es como si me diera el permiso de incluir tanta memoria como historia, tanta ciencia como literatura. Eso sí, todos los datos son veraces, no hay nada inventado. Yo diría que el libro es la narración de las vicisitudes de un espacio que empezó siendo casa de campo familiar y terminó convertido en lugar de memoria, en museo, en destino de peregrinación cultural. Un espacio marcado por su relación con la vida, la obra y la muerte de Federico García Lorca. Esa relación lo condicionó de manera determinante.
–¿Cuáles han sido las fuentes de este trabajo?
–Pues sobre todo las conversaciones que he mantenido con los protagonistas vivos de la historia de la Huerta de San Vicente, miembros de las distintas ramas de la familia García Lorca y de las familias de guardeses que han cuidado la Huerta desde 1940 hasta los años 90. Para dilucidar qué escribió realmente Federico García Lorca en la Huerta he ordenado los datos que se desprenden de sus propias declaraciones así como de los hallazgos de biógrafos y especialistas académicos dispersos en diversas ediciones críticas. Para todo lo demás, he recurrido a bibliografía de todo tipo, no solo las investaciones canónicas sobre el asesinato de Lorca y los hermosos textos memorialísticos vinculados con la Huerta. Ah, y he pasado decenas de horas deliciosas en la Hemeroteca de la Casa de los Tiros.
–Aunque es una obra de investigación trufada de constantes citas dice usted que está más cerca del ensayo que del estudio académico. ¿Es también el texto otra forma de aproximarse a la historia reciente de la ciudad de Granada?
–Yo he querido ser riguroso en los datos y al mismo tiempo generar un texto atractivo, fácil de leer por diversos tipos de públicos, especializados o no. Como dice el historiador Ivan Jablonka, la historia y la literatura tienen vocación narrativa, pues ambas cuentan sucesos, tejen intrigas, ordenan acontecimientos, ponen en escena personajes. Me gustaría que mi ensayo se leyese como una novela. Creo que es una forma estupenda de producir conocimiento sobre la historia de nuestras ciudades.
–Arranca con la cotidianidad familiar de una casa de campo de la Vega de Granada. ¿Cómo era esa vida diaria?
–Era una delicia. El paisaje consistía en una mezcla única de huerto y jardín. El sonido de las acequias era un arrullo permanente, y Sierra Nevada y las colinas de la Alhambra y el Albaicín podían verse desde cualquier rincón. En torno a la terraza, la placeta, el jardín, el huerto o el carril de entrada los García Lorca se pasaban los días leyendo, jugando, descansando, conversando, paseando, recibiendo a amigos y familiares y, sobre todo, festejando a los niños, los hijos de Concha García Lorca y Manuel Fernández Montesinos. En una de sus cartas Federico dice que se pasa el día haciendo tonterías y comiendo exquisita fruta. Era fundamental para él sentirse arropado por su familia, la sensación de nido maternal que desprendía la Huerta. Si escribió tanto allí fue porque se sentía querido y a salvo, y con la tranquilidad necesaria para la concentración en el trabajo artístico.
–¿Todo era la alegría de los juegos infantiles veraniegos o había también sombras? ¿Cuáles eran esos “exilios interiores, ausencias y silencios” a los que hace referencia?
–Los exilios interiores, ausencias y silencios a que me refiero son los posteriores a 1936. La Huerta pasó de ser un paraíso familiar a una casa con un triste aire de aislamiento y olvido. Como dice Isabel García Lorca, tras el asesinato de Federico todos los miembros de la familia pensaban constantemente en él aunque nunca pronunciasen su nombre. Hay que imaginar lo duro que debió de ser pasar dos años de guerra civil, hasta el otoño de 1938, encerrados en la Huerta de San Vicente, sometidos al recuerdo mudo de la tragedia y a constantes registros y vigilancias. Las fotografías de esos años muestran a los adultos vestidos de luto, y a los niños, los hijos de Concha, de medio luto, con sus corbatas o lazos negros resaltando en los vestidos blancos. Todos tratan de sonreír. Los silencios densos también envolvieron a los primeros investigadores extranjeros que se atrevieron a acercarse a la casa, desde finales de los años 40 hasta mediados los 60. Y el exilio interior fue una experiencia conocida para los miembros de la rama de la familia García Lorca que se hicieron cargo de la casa a partir de 1940, Vicente López y Carmen García. Ellos cumplieron su misión de conservar el edificio, los muebles y ciertas pertenencias y obras.
-¿Qué libros se fraguaron realmente sobre ese escritorio que hace sólo unos días se denunció que se resquebraja?
–En ese escritorio de nogal se ha creado muchísima obra. Hay que resaltarlo. He tratado de fijar de la manera más nítida posible lo que de verdad escribió, corrigió, trabajó, pasó a limpio o ideó allí. Impresiona saber, por citar las más conocidas, que Federico García Lorca escribió en él buena parte de La zapatera prodigiosa (1926) y de la Oda al Santísimo Sacramento del Altar (1928), que escribió entera Así que pasen cinco años (1931), Bodas de sangre (en apenas veinte días de agosto de 1932), Yerma (entre 1933 y 1934), gran parte de Doña Rosita la soltera (en 1934) o Diván del Tamarit (entre 1931 y 1934). Mi pequeña aportación, además, consiste en afirmar que durante los últimos días de agosto y los primeros de septiembre de 1931 García Lorca redactó en ese escritorio su famosa Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros.
–En 2014 comisarió la exposición Álbum. Una historia visual de la Huerta de San Vicente. ¿Fue esa exposición el origen de este libro? En aquella investigación descubrió que algunas de esas imágenes, algunas muy populares, estaban mal datadas. ¿Qué más ha descubierto mirando esas imágenes?
–Efectivamente, La caja de alegría es la transformación en libro de los textos y las reflexiones vertidas en el catálogo de aquella exposición. Los textos están corregidos, ampliados y modificados para que puedan ser leídos de manera mucho más fluida y narrativa. Y, lógicamente, de las casi trescientas imágenes de Álbum han quedado unas sesenta en el libro. En Álbum demostré, entre otras cosas, que la datación en 1935 que en tantos libros se ha repetido de las fotografías de Federico y Constantino Ruiz Carnero en la terraza de la Huerta era incorrecta, pues son de 1931. Fue un proceso absolutamente fascinante enfrentarme a lo que las fotografías dicen además de lo que aparentan decir.
–Agradece el apoyo de la familia a sus investigaciones, ¿ha sido imprescindible?
–Absolutamente. Sin el apoyo de Laura García Lorca, Concha Fernández-Montesinos, Vicente y Bernabé López García, Claudio de Casas o Ana Gurruchaga no hubiera llegado muy lejos en mi investigación. Les agradezco de corazón su generosidad.
–¿Cómo han contribuido a su conservación los guardeses del inmueble? ¿Está en deuda la ciudad también con la memoria de ellos?
–Mi libro reivindica la memoria de las sucesivas familias de guardeses que cuidaron las tierras desde 1940. Me refiero a las familias Correal Delgado (1940-45), Guerrero Salinas (1946-1966) y Correal Trescastro (1966-1993). Algunos de sus miembros han nacido incluso en la casa de los guardeses, hoy oficinas de gestión de la casa-museo. La ciudad está en deuda con todos ellos, por supuesto, en tanto que contribuyeron decisivamente al cuidado de las tierras y de ambas casas. Evaristo Correal y María Trescastro participaron activamente en los procesos de museización de la casa principal a comienzos de los años 70. Su contribución a la conservación de la Huerta de San Vicente como lugar de memoria ha sido fundamental.
–El espacio en sí mismo es un símbolo de la lucha entre el desarrollo urbanístico y la conservación paisajística, en este caso de la Vega. ¿Cuándo corrió más peligro?
–A comienzos de 1975 hubo un Plan Parcial de Ordenación Urbana Granada-Oeste que contemplaba la Huerta de San Vicente como suelo urbanizable. Fue la primera vez que hubo un movimiento público de apoyo a la Huerta en tanto que lugar de memoria vinculado con Federico García Lorca. El escándalo fue sonoro en la prensa local y nacional. Francisco García Lorca, hermano menor de Federico, dijo por primera vez en una entrevista en prensa que la familia tenía la intención de convertir la Huerta en museo. El dictador aún vivía. La reacción fue tan robusta que el Ayuntamiento tuvo que dar marcha atrás. En los años ochenta la polémica ciudadana para proteger la Huerta se centró en la construcción de la Autovía de Circunvalación, y en los noventa en el diseño del parque García Lorca.
–¿Puede este libro reivindicar la importancia de la Huerta de San Vicente?
–La Huerta de San Vicente no necesita de este libro para que se aprecie su importancia. Es un lugar excepcional, como han captado perfectamente los miles de visitantes que durante estos años han acudido a verlo desde todas partes del mundo. Es evidente que la Huerta pertenece al patrimonio espiritual de la ciudad, como dijo Francisco García Lorca en 1975, y que por tanto hay que procurarle el máximo apoyo y cuidado, desde todos los puntos de vista. En este sentido mi libro es un intento de aportación de la mayor cantidad de conocimiento posible sobre este espacio único. También es un homenaje, el cierre de una deuda personal con un lugar que amo. Y creo que cubre un hueco que era necesario cubrir, pues hasta ahora no existía ninguna monografía dedicada por extenso a la Huerta de San Vicente. Si se convertirá o no en texto de referencia, lo dirán los lectores.
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