Diálogo sensato a dos voces geniales
'Guerrero / Vicente' | Crítica
El Centro José Guerrero hermana la obra del granadino con la de Esteban Vicente, dos gigantes de la expresión abstracta, en una magnífica exposición
Granada/Ha sido esta una exposición muy esperada desde el momento mismo de su anuncio. Los nombres de Guerrero y Vicente son activos importantes e imprescindibles para el conocimiento del gran y del mejor arte español del siglo XX; han sido los más válidos exponentes del expresionismo abstracto en la pintura de nuestro país; fueron los que, desde Estados Unidos, trajeron la gran abstracción para implicarla con aquella otra que se hacía en Europa y que, en el viejo continente, se desarrollaba con el amplio y determinante título de Informalismo; han supuesto para muchos amantes y, por supuesto, para los propios artistas, una referencia clara para la asimilación total de la pintura no imitativa.
Por todo esto y por mucho más, era necesaria y casi de obligado cumplimiento -además en el Centro que vela por el legado del gran José Guerrero- una exposición como esta que, al tiempo que presenta la obra de dos de nuestros más grandes pintores abstractos, nos permite asistir a un silente y edificante diálogo del trabajo de ambos, pudiendo apreciarse sus muchas connotaciones en común y algunas de sus posiciones únicas, personales e intransferibles.
La exposición se estructura, como es habitual en este centro donde la propia espacialidad de las salas puede servir para una ascendente movilidad y, por tanto, cronológica, en varios planteamientos que comienzan con los primeros momentos artísticos de ambos, años 20 a 50, en los que la pintura todavía asume una realidad figurativa que, no obstante, presiente sucesivas muestras reduccionistas que abocan a una definitiva ausencia de concreciones. Mucho más sutil y contenido en la expresión se muestra Esteban Vicente, con escenas de bella simplicidad y absoluto esquematismo. Guerrero se nos aparece infinitamente más gestual, con formas coloristas que atisban lo que tuvo que venir en su pasional pintura no concreta.
La segunda planta acoge las obras de los años 50 y se nos agrupa en el contexto titulado Entre lo lírico y lo trágico. La figuración ha perdido su parcela más ilustrativa. Aunque, todavía, encontramos gestos y rasgos que posibilitan encuentros mínimos con lo real. El collage juega una importancia capital. Junto a las obras de los dos pintores protagonistas de la muestra, se nos propone una magnífica pieza de Juan Gris, Verres, journal e bouteille de vin, obra de 1913, que dialoga a la perfección con los collages de Esteban Vicente, sobre todo con Lebels.
De Guerrero encontramos obras seriadas donde la huella de Miró se aprecia con intensidad; algo que se atestigua con la feliz comparecencia de Album 13 y un mínimo pero poderoso dibujo sobre el Minotauro de Joan Miró. Un magnífico Black Cries del 53 de Guerrero termina la serie que predispone para lo que ha de venir en la tercera planta, bajo el título de El color como experiencia, obras de los años 70 y que, ya, nos encontramos con los máximos postulados coloristas de los dos geniales pintores.
Ambos nos hacen partícipes de sus lenguajes únicos. Lo abstracto se plantea de forma delicada en los Vicente, con gritos y gestos más abruptos en los Guerrero. En esta sala el diálogo entre los dos se hace casi audible. Guerrero habla en voz alta, Vicente escucha en silencio. Ambos parecen estar de acuerdo. Grandes pinturas de uno y de otro pellizcan el alma y predisponen el espíritu.
La especialísima sala alta, con el eterno mural de piedra histórica invadiendo la mirada, acoge El color como experiencia, obras de los 80 y 90. Esteban nos conduce a una absoluta y perfecta interacción de colores. Su gramática de apestaladas cromaciones se presentan en su máximo esplendor. Long Island, pieza de 1980, me parece una increíble orgía cromática. Y toda esta magnífica y espectacular sinfonía de colores perfectamente yuxtapuestos de Esteban Vicente queda supeditada a la fuerza gestual y a la potencial visual de La Brecha III del creador granadino.
La exposición termina pero no acaba. El regusto impide abandonar el edificio que fue sede del histórico periódico granadino. La pintura, con estos dos gigantes de la expresión abstracta, se hace íntima, emocional; abruma el alma, zarandea... Es el diálogo sensato de dos artistas geniales que ofrecen sus marcados acentos. Con ellos el arte se hace eterno y absolutamente necesario.
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