"Me he pasado el 80% de mi vida encerrado en una habitación trabajando"
José María Pérez Zúñiga | escritor
El autor regresa a las librerías con su trabajo más ambicioso, 'El Sordo', una novela caleidoscópica que bucea en distintos géneros para contarnos el descenso a los infiernos de Miguel
Granada/José María Pérez Zúñiga (Madrid, 1973) es un escritor todoterreno: lo mismo cultiva la poesía o las adaptaciones literarias que el artículo periodístico, el relato o la narración de largo aliento. Ese es el caso del último libro del profesor de Derecho de la Universidad de Granada, El Sordo. La novela, que ve la luz en Valparaíso, después de muchos años de arduo trabajo es una obra caleidoscópica que, como el currículum de su autor, bucea por varios géneros narrativos, desde el relato urbano hasta la novela negra pasando por el relato de ciencia ficción.
-Miguel es muchos Migueles. ¿Cuánto tiene el personaje de usted?
-Puede tener tanto como lo tiene un personaje para un actor. Creo que la escritura es introspección, y el escritor un actor. Para adoptar un papel, uno aprovecha su experiencia personal, explora sentimientos y sensaciones y se deja llevar. Pero no hay que confundir la literatura con la biografía. El narrador es el primer personaje del escritor, la voz que adopta para un mundo en concreto; y en El Sordo, esta voz es múltiple.
-También se trata de una novela de novelas. ¿Cómo concibió ese juego literario?
-Siempre me ha gustado la idea del doble, que ha estado presente en todos mis libros, desde El juego de los espejos y Rompecabezas, donde ya aparecía este planteamiento en el plano formal. Aunque aquí doy un paso más. Pero no lo concebí como un juego, sino como la vida misma, donde el ser humano actúa como un individuo heterogéneo o una comunidad de individuos, escribía Stevenson en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde. En mi caso, se trata de un personaje que vive varias vidas y, literariamente hablando, transita por varios géneros,
-¿Es difícil sujetar las riendas de una narración tan compleja? ¿Cree que es su novela más ambiciosa hasta la fecha?
-En una novela debe caber un mundo completo, y en El Sordo hay un afán de totalidad. La ideé como una novela ecléctica, que transitara por casi todos los géneros contemporáneos: aventura, diario personal, misterio, ciencia ficción… Pero cuando la imaginé aún no tenía las armas como narrador para ejecutarla. Por eso se ha ido enriqueciendo con el paso del tiempo (20 años), y todas las etapas de mi escritura se reflejan en este libro. Es una reflexión sobre el mundo en que vivimos y cómo podría ser. Aun siendo una novela de novelas, se lee como una única historia lineal, e incluso cronológica, desde comienzos de los años 80 hasta la actualidad.
-Al menos en la primera parte de la novela, es un joven impulsivo, un ser contradictorio que arrastra a los personajes que le rodean. ¿Esa falta de empatía es uno de los rasgos de la juventud en general?
-Bueno, Miguel busca su lugar en el mundo, como cualquier persona. Como adolescente, se deja llevar al principio por los impulsos, se equivoca, rectifica, en eso consiste básicamente la experiencia. En esos errores, a veces se ven implicadas las personas que nos rodean, que pueden caer o crecer con nosotros. Como seres humanos proyectamos e imaginamos mucho más de lo que podemos llegar a hacer. Madurar consiste en encontrar ese equilibrio personal entre la fantasía y la realidad. Y si es con las personas con las que amamos, mejor.
-¿Primero se relaciona con el mundo a través del sexo y los impulsos, luego de la escritura y luego no se relaciona?
-La adolescencia es una época peligrosa, porque a esa edad creemos que podemos hacer cualquier cosa. Miguel vive al límite y está a punto de morir por eso. Después pasa por una etapa de introspección, pero sigue añorando la magia de la adolescencia, aunque ya no exista. Es una especie de Peter Pan. No quiere madurar. Y eso le lleva a la negación y lo acerca a la locura. Sin embargo, la escritura y la lectura se convierten para él en una vía de salvación.
-En su vida o en su faceta de profesor universitario, ¿ha conocido muchas personalidades como la de Miguel?
-Creo que todos hemos sido alguna vez como Miguel, aunque ya no nos acordemos. Yo tuve también una adolescencia difícil, pero creo que siempre estamos buscando nuestro lugar en el mundo, y eso no cambia esencialmente a lo largo de nuestra vida. Entre otras cosas, porque el propio mundo cambia constantemente, como estamos recordando estos días, y nosotros con él. En cuanto la enseñanza, creo que se trata de otra forma de comunicación y, como en la escritura, trato de tender puentes con mis interlocutores, en este caso mis alumnos.
-También hay una detallada descripción de la noche de Almuñécar de los años 80 y 90, lugares ya desaparecidos. ¿Hay memoria sentimental en esos detalles?
-Sí, quizá ésa sea la parte más sentimental de la novela. Mis paisajes de la adolescencia fueron los de Almuñécar y Salobreña. Esos lugares y esos años que se fueron y no volverán, como las gaviotas en la canción de Duncan Dhu, que forma parte de la banda sonora de la primera parte del libro, Una noche más.
-El personaje vive un descenso a los abismos en todos los sentidos. ¿En qué se inspiró o para el diálogo interior de un loco?
-La capacidad de imaginar puede acercarnos a la locura, si no sabemos ponerle un límite, aunque la literatura me parece una buena manera de desarrollar la imaginación sin encorsetarla demasiado, fuera de los géneros, que nos sirven de guía. De la lucidez a la locura sólo hay un paso, aunque las enfermedades mentales son terribles, para quienes las padecen. En esta novela, la locura, y la esquizofrenia, concretamente, no deja de ser un recurso literario. Sólo me puse en la piel de mi personaje.
-¿Hay un arduo trabajo de documentación o permite una escritura más automática?
-Las dos cosas. Suelo documentarme y escribir al mismo tiempo, aunque luego tenga que corregir y reescribir. Pero no me gusta encorsetarme cuando escribo, sino que trato de divertirme y explorar. Planifico y me dejo llevar al mismo tiempo. Y me encanta cambiar de planes. La escritura es como el pensamiento, pero se puede educar. Vas trabajando y construyendo un mundo, que tiene sus propias reglas, y la obra literaria, si está bien ejecutada, debe responder a esas reglas. En este caso, mi narrador es un artesano, pero también un filósofo.
-En esa segunda parte de la novela, las notas a pie de página juegan el papel de contrapunto del discurso de un enfermo mental al de un narrador omnisciente. ¿Cómo concibió ese recurso?
-Siempre me han gustado las excursiones laterales en la escritura, que enriquecen el discurso principal. Aquí debo de tener influencias académicas, pues hace años, cuando escribía mi primera novela por la mañana, por la tarde escribía mi tesis doctoral. Literatura y ciencia son disciplinas diferentes que, sin embargo, están relacionadas en lo básico, que es el pensamiento y el lenguaje. Para mí todo forma parte de la lectura y la escritura. Como escritor, me sirvo de los géneros con libertad, da igual que se trate de novela, ensayo, relatos, aforismos o poemas. Me interesa la voz. Y que llegue al lector de un modo eficaz. Que le ofrezca una visión interesante del mundo o de un tema en concreto.
-También le sirven para realizar digresiones o incluso introducir textos de prensa. ¿O esas notas a pie de página son también ficción?
-La mayoría son ficción. Relatos en primera, segunda o tercera persona que construyen, desde perspectivas diferentes, el mundo de Miguel Serrano. Pero también hay alguna noticia real que, paradójicamente, parece más fantástica que las que inventa el personaje. Quería explorar los límites entre realidad e irrealidad. Y mucho de lo que se cuenta en la novela y que parecía fantástico entonces los estamos viviendo ahora de un modo muy real. Pero es que en la fantasía puede haber la misma verdad que en la realidad. O incluso más.
-En una de ellas se relatan varios casos de hikikomori. ¿Qué lleva a Miguel a convertirse en uno de ellos?
-Los “hikikimoris” son jóvenes que viven encerrados en una habitación. Son más comunes en Japón, pero ya hay también en Europa y en España. Sin embargo, se puede crear el mundo desde una habitación, pues podemos transformar la realidad a través de la imaginación. De eso está al menos convencido el narrador de este libro. Está empeñado en proyectar lo que quiere ser a pesar de todos los impedimentos que encuentra para hacerlo. Eso lo acerca a la locura, que es uno de los temas del libro, junto con el amor, la amistad o la muerte. En ese sentido, El Sordo es una novela sobre el aislamiento y la frontera entre la realidad y la irrealidad, la lucidez y la locura, sobre las posibilidades y los peligros de la imaginación.
-Que un joven decida apartarse de la sociedad, ¿es un fracaso personal o de la sociedad?
-Dependiendo de para qué se aparte de la sociedad puede ser un fracaso o no serlo. Se puede vivir muy bien encerrado, y los creadores solemos hacerlo sin mayor problema. Yo, probablemente, me he pasado el 80% de mi vida encerrado en una habitación trabajando. Pero le pasa a mucha gente que trabaja en casa. El problema es cuando te obligan a hacerlo, como ocurre ahora a causa de la pandemia. Por otra parte, puede ser un fracaso personal o social. Hay mucha gente que se relaciona en las redes sociales y, sin embargo, vive aislada, o de manera muy limitada, superficial, sin tener ni idea del mundo que habita. Creo que ése es uno de los problemas del mundo actual. La sobreinformación nos impide ver claro, empezando por nosotros mismos. Sobre ello se reflexiona en el libro.
-También hay dibujos, ¿son de su autoría?
-No, son de Miguel Díaz Sabio, que se metió en el mundo de la novela y el personaje casi mejor que yo mismo, y al que aprovecho para darle las gracias desde aquí. Mi narrador escribe y dibuja, pero lamentablemente yo no tengo talento para la pintura. Sin embargo, en la novela, ilustraciones y escritura forman un discurso único.
-¿Qué papel juegan las citas y la poesía?
-Siempre me ha gustado el diálogo con otros libros y otros autores y, en El Sordo, siguiendo las inclinaciones del personaje, quería que figurasen de forma expresa. En cuanto a la poesía, cuando escribo una novela suelo sumergirme tanto en ese mundo que me surgen algunos poemas de manera natural. Si se tratan de poemas del propio personaje, o que los pide la narración, los incluyo en la novela. Pero si los poemas me llevan a otra obra que exige un tratamiento distinto, puede que den lugar a un poemario, como me ocurrió con Cartelera de Cine Aliatar, que nació de la novela del mismo título.
-¿Ese contrapunto narrativo en la tercera parte se realiza a través de los informes psiquiátricos?
-Sí, quería que se visualizara la dualidad realidad e irrealidad, lucidez y locura, y llevarla al plano formal. Si lo pensamos, nuestra vida es mitad vigilia y mitad sueño. Es decir, la fantasía forma parte también de la realidad.
-Los Centros de los Hijos del Progreso en los que se encierra a los que se consideran disidentes, ¿forman parte de una una novela distópica de ciencia ficción o sólo de la locura?
-Forman parte de una novela de ciencia ficción, pero creo que refleja bien el mundo en que vivimos, como suele ocurrir con las novelas de género. De hecho, hay bastante de anticipación, pues en el mundo de El Centro de los Hijos del Progreso ya hay vacunas y epidemias, y esa parte la escribí mucho antes de que oyéramos hablar de la Covid-19. Algunas distopías terminan convirtiéndose en realidad.
-La cuarta parte, El Cuarto Reich, es ya una novela negra, un Miguel que en vez de descender a la locura ha descendido al lumpen. Y, curiosamente, entre tanta crítica social y textos de prensa, esa historia también tiene algo de verdad, ¿no?
-Hay un trasfondo muy real en El Cuarto Reich, tanto desde el punto de vista económico como histórico. Muchos criminales nazis huyeron a España y se instalaron aquí con la ayuda del régimen franquista, como hombres de negocios; algunos, concretamente, en el Monte de los Almendros, en Salobreña. Sus nombres españolizados han salido en la prensa, en sonados casos de corrupción urbanística, como la operación Malaya. El Cuarto Reich es real en más de un sentido, y hasta ahí puedo leer.
-Termina con una carta. La familia y la figura de la madre están muy presentes en la novela. ¿Qué papel juegan?
-La familia es muy importante en todas mis novelas, porque la familia es el mundo. Conflictos, guerras, condenas, liberaciones, muertes, resurrecciones, todo lo que ocurre en la vida y en el mundo ocurre en las familias.
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