Juan Manuel Brazam: la historia eterna de la gran pintura abstracta

Artistas de Granada

El artista de Alhamba es un pintor total, sin fisuras; un artista seguro, consciente y con un credo mantenido, sin los bandazos que tanto abundan en los que disponen de poca o nula seguridad

Juan Manuel Brazam. La historia eterna de la gran pintura abstracta
Bernardo Palomo

09 de julio 2020 - 05:00

Granada/Eran los primeros años de la década de los 70 de la anterior centuria; el panorama artístico de la ciudad pasaba por lo mucho bueno que el Banco de Granada llevaba hasta su sede de la Gran Vía; unos pocos artistas ansiaban dar un cambio al arte y luchaban con ahínco por ello. El nombre de Juan Manuel Brazam era auténtica referencia para la búsqueda de la tan ansiada Modernidad. Además, fue una exposición suya de las primeras que tuve la oportunidad de contemplar y, también, de las primeras que me dio el definitivo impulso para dedicarme a la crítica de arte. Aquella obra presentada en el Colegio de Arquitectos me ofrecía la visión de una pintura contundente, matérica, con posiciones pseudoabstractas que abrían las perspectivas de un arte evocador, inquietante y lleno del más absoluto sentido plástico.

Juan Manuel Brazam nació en Alhama y es uno de los artistas en el que se ha mirado gran parte de los creadores granadinos contemporáneos. Desde siempre ha sido un pintor inconformista, trabajador incansable, con las ideas artísticas muy claras y con los conceptos muy bien estructurados para desarrollar formalmente una pintura que ha marcado las parcelas de una realidad plástica poderosa y llena de energía artística. Brazam es un artista imprescindible en el discurrir del arte de la ciudad. Ha sido uno de los pintores en quien confiar, un artista absolutamente válido para saber a qué atenerse en el conocimiento de la pintura actual, conocedor de la pintura más inmediata y sabedor de cómo manifestar los planteamientos más seguros y acertados para un desarrollo artístico moderno al que él infundió mucha vida y esclarecedora entidad.

He sido testigo a lo largo de estos años de cómo la carrera de Juan Manuel Brazam ha evolucionado serenamente desde dentro, marcando las pautas de una pintura sensata, esencial y llena de todos los postulados que genera una abstracción básica donde todas las formulas ilustrativas se han reducido a la esencia de los esquemas cromáticos. Brazam ha sido -y es- un pintor culto, muy culto; conocedor de primera mano de los grandes hitos de la pintura; amante de los grandes estilos clásicos; sobre todo, de los renacentistas italianos -Piero della Francesca fue uno de los pintores importantes a quien se dirigió para crear una serie de gran significación en su carrera- y de la gran pintura española del Siglo de Oro.

Juan Manuel Brazam es un pintor total, sin fisuras; un artista seguro, consciente y con un credo mantenido, sin los bandazos que tanto abundan en los que disponen de poca o nula seguridad; su pintura se ha mantenido al margen de las modas interesadas. Él ha conservado, con rigurosidad y verdad, su sincero ideario artístico, generando una pintura sabia de principio a fin, conocedora de las fórmulas creativas más consecuentes con un arte que no tiene complejos, que sólo marca el sentido de la verdadera trascendencia artística. Es un pintor que, si bien empezó con una figuración particular velada por contundentes gestos cromáticos que incidían en una representación matizada por la fuerza descomunal de los esquemas plásticos, poco a poco, la intencionalidad de la forma, el carácter plástico y el desarrollo expresivo, fue reduciendo los espacios de lo concreto para promover estamentos de suma esencialidad donde lo abstracto imponía su potestad conformante y evocadora.

Juan Manuel Brazam ha sido el gran pintor abstracto granadino desde los años sesenta hasta el momento; el conocedor de la esencia plástica, el que buscó y encontró los perfiles de la pura emoción en los estamentos del color, en la pincelada exacta, pulcra y determinante que argumentaba episodios llenos de máxima espiritualidad. Porque la pintura de Brazam no es más que la bella y definitiva reducción de lo real a su germen colorista; es el punto de inflexión donde la forma toma conciencia de su poder generador. Esto lo ha llevado a cabo de manera esclarecedora a lo largo de su carrera pero lo hizo especialmente definitivo cuando se adentró en la serie sobre el color en la obra de Velázquez. Para este humilde relator de circunstancias artísticas uno de los momentos cumbres de la pintura abstracta española. Para ello escogió los diez colores básicos empleados por el genial maestro -tierra de siena natural, negro marfil, amarillo de plomo, carmín, azul cobalto, bermellón, tierra ocre roja, ocre amarillo, blanco de plomo y azul ultramar- manteniendo un diálogo plástico en profundidad, introduciéndose en los más absolutos vericuetos de una pintura llena de la más absoluta trascendencia.

Diez de los cuadros velazqueños más significativos -los definitivos y magistrales Juan de Pareja, El bufón don Diego de Acedo, La Venus del Espejo, Inocencio X, El Príncipe Baltasar Carlos, La Reina Doña Mariana de Austria, El Cristo del Convento de San Plácido, Las Hilanderas, Las Meninas y La Rendición de Breda, gérmenes iniciáticos de la gran obra de Velázquez y donde se encuentra la esencia misma de la materia artística- sirvieron de referencia al pintor granadino para realizar una profunda introspección pictórica y situarse en la esencia misma del color empleado en la paleta de esas obras maestras. Se trataba de un complejo análisis de la obra cromática, no de la obra en sí misma, para lo cual Brazam, incluso, renunció a la propia manifestación figurativa, respetándose los formatos originales, aunque manteniendo la típica disposición tripartita tan utilizada por este autor.

Juan Manuel Brazam es un creador nato; un artista total que ha contribuido a hacer grande la historia de la pintura granadina. Un pintor que debe ocupar una de las más grandes páginas del arte de Granada y que, cuando todo estaba casi hecho, para que la ciudad poseyera su legado, uno de los más importantes que se pudiera tener, los absurdos manejos que, tantas veces, hacen los políticos imbéciles, apagaron la luz de algo que pudo ser grande y que debe encontrar su justo y definitivo diáfano horizonte.

Juan Manuel Brazam es el artista grande que cualquier lugar merece. Granada lo tiene y debe concederle eterna vida.

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